Siempre A Tu Lado

CAPÍTULO DOS: EL AUTOBÚS

Esa tarde, Azul se encontraba en su cuarto terminando sus deberes, había podido avanzar en la parte teórica de su trabajo, aunque en el escritorio aún se encontraba la parte demostrativa que le estaba causando tantos problemas y ahora en su mente solo rondaba una cosa, o más bien, una persona. Aquella chica morena, le había impresionado la manera y la confianza que vio entre Teo y ella, y el balde de agua fría que sintió correr por su espalda cuando entendió que era algo que tenía que pasar.

Que te guste tu mejor amigo no es fácil, pensó Azul, llevaba años a lado de Teo y jamás le vio interesado en alguna chica o chico, siempre fue tan reservado en esa parte de su vida, y era algo que a Azul no le molestaba, porque en su mente vivía la fantasía de los mejores amigos que se enamoran y viven felices por siempre, ignorando la parte fea, en la que quizás este sea solo un amor unilateral.

Intentó nuevamente avanzar con su pieza, pero poco a poco se fue rindiendo hasta terminar sobre su cama en pijama y las luces apagadas, afuera se hacía presente el aire de otoño que comenzaba a marcar su camino y cuando menos lo pensó, terminó rendida bajo sus sábanas.

Los recuerdos la abrumaron con el paso de la noche, recuerdos de su madre, de los momentos felices que vivió con ella y su hermano, momentos junto a Teo y su mamá que era como una tía para ella, de aquella vez cuando conoció a sus amigas y todos esos momentos le dejaron un dolor en el pecho que no la dejaba descansar. Desde hace un tiempo que una bruma azul, valga la redundancia, la estaba envolviendo, se sentía… fría.

Un golpe en su puerta la despertó de sus lamentos nocturnos y antes de poder decir algo, una voz grave se asomo del otro lado de la puerta susurrando algo que le erizó la columna y el vello de la nuca.

—Espero que estés dormida y no haciendo algo indebido. —la voz de Matías la puso en alerta y con sumo cuidado se puso de pie y caminó lentamente hacía la puerta, sólo para asegurarse de que el seguro de esta estuviera puesto. —No sin mí, lucecita.

Aquel apodo le generaba náuseas y en otra ocasión o en otro contexto, este le parecería tierno, pues su madre solía decirle que ella era la luz de sus ojos. Pero aquella mención en lugar de iluminarla, la apagaba, tal cual vela en medio de una ventisca.

Sin decir más, oyó pasos al otro lado de la puerta, alejándose y sólo entonces soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo y volvió lentamente a su cama, aunque este pequeño encuentro era nada en comparación, sólo sabía que no iba a poder dormir, aunque quisiera, aunque su mente no estuviera envuelta en miles de cosas, que difícil que era la vida.

Al despertar, se colocó un poco de maquillaje para poder tapar la evidencia de su insomnio, se dejó suelto su larga cabellera y se colocó la ropa más sencilla que pudo encontrar en su armario, para evitar comentarios sobre su apariencia en lo más mínimo, su suéter favorito, aquel tejido de colores, que le pertenecía a su mamá y que ha usado desde su partida, fue guardando en su mochila con sumo cuidado para que su abuela no pudiera verlo.

En el comedor ya se encontraba su hermano desayunando con su celular en mano y su abuela estaba de espalda preparando más comida para su esposo, que ya se encontraba en la mesa en esta ocasión y desde su lugar, Azul podía oler el alcohol que partía desde los labios entreabiertos de aquel viejo. Eran las siete de la mañana y ya emanaba un olor a licorería.

—¿Por qué estás tan maquillada? —la voz de Matías la sacó de sus pensamientos y alzó la mirada de su plato al escucharlo, logrando conectar miradas solo por un segundo, suficiente tiempo para que aquel destello se hiciera presente una vez más. —¿Eres payaso ahora?

Una risa pequeña se hizo presente cuando dijo aquello, es que su hermano y abuela habían reído ante la broma que dijo aquel anciano, aunque para Azul no era gracioso, pues sabía que él no lo decía para hacer un comentario cómico, lo hacía porque sabía que era lo que ocasiona esos comentarios en Azul, lo pequeñita que la dejaba.

—Es cierto, querida. —dijo su abuela mientras tomaba asiento a un lado de su esposo que aún tenía la mirada fija en ella, aunque siguiera comiendo. —Hoy tienes mucho maquillaje, ¿Por qué? Ya sabes que no me gusta eso, te hace ver vulgar.

Ahí iba otra puñalada más a su pequeño corazón, quizás tenían razón, no estaba muy despierta cuando se puso aquel maquillaje para tapar las ojeras o quizás usó de más sin darse cuenta al intentar tapar aquel oscuro color que habitaban debajo de sus ojos azules. Con cuidado tomó una servilleta y comenzó a quitárselo a toques, bajo la mirada intensa de su familia que la observaban complacidos de que fuera tan obediente.

—Quizás solo se quería lucir hoy que no verá a Teo, quizás ya por fin consiguió un novio.

Y oh Dios, aquel comentario de Aron solo hizo que su abuela se confundiera, frunciendo el ceño y que su esposo, a su lado, la mirara fijamente oscureciendo la mirada con el paso de las palabras del pequeño de la familia que dijo aquello sin siquiera levantar la mirada de su celular.

—¿Tienes novio? —dijo su abuela volteándola a ver y la cara de pánico de Azul no ayudó al momento de obtener una respuesta.

—¡Claro que no! —dijo de inmediato, queriendo golpear a su hermano que seguía como si nada consumiendo su desayuno, en cambio, Azul solo sentía como su estómago se cerraba ante la mirada que seguía pegada a ella.




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