Siempre

Capítulo 8: Promesas vacías

—Nunca vas a aprender —le dijo Alix—, ya te mandaron a Londres por trepar ventanas, ¿quieres más de eso?

—Esta es la única ventana por la que me da gusto trepar —contestó él. A pesar de lo cansado que lucía, se esforzó en sonreírle.

—Por favor, eso le dices a todas.

—No es verdad, eres la única.

—Hazme el favor, Amaury, hazme el favor.

Alix empezó a reír. Pronto él posó sus manos en sus caderas y la apegó a sí para besarla. No era la primera vez que hacía eso, por supuesto. Ya se habían acostumbrado a esos encuentros, a estar juntos de esa manera y amarse en secreto, sin decir ni una palabra al otro sobre lo que sentían.

—Baja la voz, ¿quieres que nos escuchen?

—Pues sería muy divertido verte saltar por la ventana.

Rieron otra vez. Despacio y sin prisas fueron hacia el lecho. Era irónico que siempre acabaran ahí, pero jamás hubieran tenido sexo. A pesar de todo, Alix mantenía sus convicciones firmes. No podía entregar su virtud antes del matrimonio, no lo lograba por más que hubiera deseado arrancarse esas ideas de la cabeza. Y Amaury no lo había intentado, no forzó la situación.

Llevaban apenas un par de meses viéndose en la alcoba, tampoco era cosa de todas las noches, sino al menos una vez por semana. Eran los únicos momentos en que tenían paz y en los que en verdad podían ser ellos mismos, como cuando se conocieron.

Una vez recostados en la cama, no se entretuvieron con más palabras. Los besos llegaron, las caricias también. Se quedaron muy cerca, se miraban a los ojos y sonreían, luego volvían a besarse. Por todos los cielos, cuánto lo amaba. Le dolía que algún día se tuvieran que separar, que él se llegara a casar con esa estúpida de Alina. Él era suyo, ella también lo era. Se pertenecían uno al otro, se adoraban, se amaban de verdad.

Después de un rato, solo se quedaron cerca recostados en la cama, él acariciando su rostro con suavidad, besando su frente y su nariz, para luego volver al ataque a sus labios. Solo que esa noche Amaury notó algo extraño en ella, como si tuviera algo atorado en la garganta por decirle.

—¿Qué pasa, Alix?

—Nada, bueno si... No... No lo sé.

—Puedes contarme, sabes que lo entenderé.

—Si —ella asintió. Siempre la entendía, quizá por eso era mejor hablarle con la verdad—. Solo me preguntaba hasta cuando seguiremos con esto. O a qué vamos a llegar a este paso.

—¿Por qué quieres saber eso? ¿Qué es lo que te preocupa?

—Oriza sabe —le dijo despacio, aunque Amaury ya lo sospechaba—. Y dice que al paso que vamos solo acabaré siendo tu ramera favorita.

—Oye, no pienses eso ni en broma —tomó despacio su mentón, ella había bajado la mirada sin querer—. Sabes que contigo no estoy jugando. Que jamás podría hacerte daño —ella asintió. Pero tenía algo que decir. Amaury se incorporó sentándose en la cama y Alix también.

—Es que en serio me preocupa que esto no vaya a llegar a nada. Que pase el tiempo y te pierda... y... es eso. No quiero perderte.

—Ven acá —la sentó en su regazo. Ahora tenía miedo de la respuesta, que le dé falsas esperanzas, o le saliera con alguna estupidez típica de Amaury—. Sabes que eres mi pequeño y querido duende. —Ella sonrió.

Recordaba a la perfección cuando la conoció y le dijo que era un pequeño duende astuto. Con los años la cosa había cambiado, pasó de ser solo su duende querido y adorado, a ser su maldito duende. En fin, duende. Y la verdad le gustaba que la llamara así.

—Dime algo que no sepa, cielo. —Él se rio. Le dio un beso suave en el cuello y ella contuvo un suspiro. Él sabía que cuando la besaba ahí se ponía muy sensible, y todo el cuerpo parecía estremecerse.

—Te quiero solo mía, y por siempre. Y yo tampoco quiero perderte.

—¿Entonces?

—Entonces creo... Oh, mierda... Si.... Si creo que la única solución es eso.

—¿Eso?

—El matrimonio. —Y notó que él sonreía. Se quedó helada, acababa de decir aquella palabra que tantas pesadillas le había ocasionado.

—¿Acaso tú...?

—Guillaume se va a matar de la risa cuando le cuente, pero sí, de eso estoy hablando. Sé que odias la idea, y yo también. Pero si vamos a estar juntos de verdad, tiene que ser así. Casados.

—Lo dices por obligación.

—¡No! Por favor, Alix, ¿en serio piensas que soy capaz de proponerte matrimonio solo por obligación? Eso es serio. Por mí y no me casaba nunca, pero quiero estar a tu lado, nada más. ¡Y no me hagas repetirlo dos veces, por favor!

Nada romántico, práctico. Desgraciado, como lo amaba.

—Entonces me dices que quieres casarte conmigo, y esperas que lo acepte así nada más.

—¿No lo quieres tú? ¿Ser mía por siempre? ¿No quieres ser la única mujer en mi vida? Porque una vez que jure ante Dios que solo la muerte nos podrá separar, pienso cumplir cada una de mis palabras. ¿No quieres eso?

La miró fijo. "Amarte y respetarte por toda la vida", se dijo. Sentía una emoción en su pecho que no podía describir. Claro que quería amarlo siempre, y no necesitaba un juramento en el altar para eso. Como respuesta, besó a Amaury. Lento, disfrutando cada instante de aquello. Quería recordar para siempre el día que Amaury de Montfort le dijo, a su extraña manera muy típica de él, que quería hacerla su esposa y amarla para toda la vida.




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