Siempre Cerca Nunca Juntos

Una vela para navidad.

El clima estaba muy escéptico, no había variado en las últimas tres semanas y para colmo, ayer había empezado a nevar. El frío se filtraba por todas partes y no quería parar de dormir, pero mi madre me había obligado prácticamente a salir a rastras de mi cama. Según ella "era un día especial" y quizás si lo fuera; hoy era siete de diciembre.

En Suvermat, un pequeño pueblo al oriente de Sendíha, siempre encendíamos pequeñas velas hasta el amanecer. En realidad yo no entendía muy bien de qué iba todo eso, pero mis padres eran dos personas muy amantes a la navidad, y era prácticamente obligatorio que yo festejara siempre con ellos.

Bajé las escaleras de mi casa para encontrar a mi madre en la cocina horneando galletas, mientras tarareaba una canción de navidad, que estoy cien por ciento segura que ella misma había inventado. Por otra parte, yo seguía un poco malhumorada por tener que salir a la plaza, mi padre el día anterior se le había olvidado comprar las cajas de velas y, ¿Adivinen quién tendría que salir hasta la plaza para conseguirlas? Sí, por supuesto que yo.

-¿Quieres una galleta de chocolate? -Preguntó mi madre emocionada. La navidad sí que le afectaba - Son tus favoritas.

-No mamá, paso -Dije mientras tomaba mis guantes y una bufanda -Volveré al rato - Salí de la casa rápidamente antes que se le ocurriera llenarme de sus compras.

El cielo estaba nublado, y gruesos copos de nieve bañaban las calles, haciendo lucir la imagen un poco nostálgica. Suvermat no era precisamente un pueblo muy grande, de hecho, era el más pequeño de todo el estado, por eso aquí todos nos conocíamos lo suficiente como para saber quién vivía a dos casas de tu casa, o quién tenía familia en otros países. Lo sé, lo sé, todos unos cotillas. Aquí nadie pasaba por desapercibido.

Todas las casas estaban adornadas, dándole a las calles un aspecto acogedor. A decir verdad, estas cosas eran las que más me gustaban, todos ayudábamos a todos, eso era lo que más nos unía aquí.

Seguí caminando por las calles, podría fácilmente tomar un autobús y llegar a la plaza, pero prefería caminar. Todo aquí estaba lo suficientemente cerca como para tomarme la molestia. Además, me gustaba el roce del viento helado en mis mejillas, me ayudaba a refrescar la memoria.

El centro comercial Qeen lesdil se alzaba majestuosamente frente a mí. En la época de diciembre éste siempre se llenaba, pero por suerte, hoy no parecía que era un día de esos. Entré lentamente a la tienda mientras ojeaba todo a mi alrededor en busca de la sesión de navidad.

-Kay- Me llamó Yolanda, la dueña de la pequeña tienda de accesorios -Qué milagro que nos honres con tu presencia.

Sonreí cortésmente. Casi nunca salía de mi habitación, aparte si era para ir al instituto o hacer una que otra obra de caridad.

-Mi madre me ha enviado a hacer un recado -Contesté, mientras me encogía de hombros - Necesita tres cajas de velas.

Yolanda sonrió amablemente mientras salía detrás de su mostrador y se dirigía a uno de los pasillos. Tardó sólo tres segundos en volver con las cajas en sus manos.

-Aquí tienes, querida -Dijo mientras las guardaba en una bolsa de papel y me las entregaba -John me ha contado que sacaste las notas más altas de tu curso. Felicitaciones.

Mis mejillas se sonrojaron levemente. No estaba acostumbrada a los halagos por fuera de mis padres, y siempre se me hacía extraño. John era su hijo, en realidad era un buen chico, muy mono, nos la llevábamos muy bien. Siempre era muy amistoso con todo el mundo, ¡hasta conmigo!

-Gracias -Murmuré, mientras le entregaba el dinero y salía rápidamente del lugar.

Caminé un buen tiempo por el resto del centro comercial, hasta que decidí salir a la plaza, el día aun seguía totalmente nublado y los copos caían con mas intensidad.

Tenía dos horas más antes de que mi madre me necesitara, así que decidí ir a uno de mis lugares favoritos que hace tiempo no visitaba.

La biblioteca quedaba llegando a las afueras del parque Veniuh y al frente de la avenía Interestatal. El gran edificio de ladrillo gris era uno de los tesoros más preciados del pueblo.

En época escolar todos veníamos aquí a hacer nuestros trabajos. Era mi lugar favorito, junto al lago Figs, el cual en unas horas iba a estar lleno de velas por todas partes, dando una vista magnifica.

Empujando la puerta de cristal, di un paso hacia las grandes columnas de yeso que separaban toda la estancia. El lugar estaba completamente vacío, aparte de la recepcionista que miraba aburrida su teléfono y una chica de cabello rubio que leía un cómic. Seguí caminando hasta adentrarme a la sala de recibida. La recepcionista se percató de mi presencia y sonrió falsamente mientras recitaba algo, que seguramente ya había dicho mil veces.

-Pasa querida, bienvenida al hogar de la lectura. Siéntete como en tu casa, toma el libro que desees y antes de marcharte regístralo - Y con sólo estas palabras volvió su atención a su pequeño celular. No entendía cómo hacían las personas para entretenerse por horas en esos aparatos.



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Editado: 10.06.2018

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