Siempre Cerca Nunca Juntos

Una noche "mágica".

Al final me había decidido por no ir a la reunión. Ya sabía que Iker había dicho que me esperaba ahí, pero después de haberlo pensado por horas, caí en cuenta que podría haber sido solo una broma. Y tampoco era que quisiera ir a verle, de más no estaba.

Mis padres habían salido hacia ya dos horas y yo seguía acostada en mi cama, sin nada qué hacer, aparte de ver documentales de asesinatos, los cuales eran mis favoritos.

Cuando le había comentado a Gaia que no asistiría, había tenido que aguantarme sus quejidos todo el día. Como siempre, según ella, era una perra sin sentimientos.

Me había ofrecido a ayudarla a organizar su bello vestido lila, que a decir verdad, le quedaba hermoso con el tono canela de su piel. Le había recogido el cabello en un denso moño, mientras ella se aplicaba mascara.

-Kay, no te quiero dejar sola –Dijo seriamente. Seguía sin entender cuál era el problema, solo era una reunión.

-Gaia, no pasa nada –Dije sin apartar la mirada de su cabello – Podré sobrevivir varias horas, comiendo palomitas de maíz y viendo la tele -Le aseguré.

La mirada de Gaia había sido insegura, pero después de haberle sacado prácticamente a jalones de mi casa por fin podía descansar un poco. No soportaba la idea de ir a esa reunión y pasármela bien. Sabía cuanto le habían gustado a él... Eran una de sus épocas favoritas y yo simplemente no podía ir.

"Celie iba saliendo de su casa a las dos de la mañana a botar la basura, cuando un hombre de más o menos un metro ochenta, con una capucha se acercó a ella y sin más preámbulos..."

Salté frustrada de mi cama. Llevaba más de dos horas viendo este tipo de casos, y me preguntaba qué clase de estupideces eran esas.

¿Quién sale a las dos de la mañana a botar la basura? Según mi parecer era algo muy ilógico, yo ni por toda la comida del mundo saldría a esa hora de mi casa y mucho menos sola.

Busqué mi teléfono entre las sabanas de mi cama hasta que lo hallé. Tenía tres llamadas perdidas. El número era desconocido así que no devolví la llamada.

Debía haber sido mi madre que tal vez se había quedado sin saldo y quería saber cómo iba mi mágica noche. Siempre se preocupaba de mas, no podía evitarlo, no era como si fuera a encender la cocina o algo por el estilo.

Hasta ahora me daba cuenta que tenía hambre. Quería comer algo aparte de palomitas de maíz, pero mi madre me había alertado que en la despensa no quedaba nada para preparar, así que tendría que ir hasta "M'occal". Era el segundo y último supermercado del pueblo, y el más lejano. En coche estaba como a quince minutos, ya que el que quedaba a unas manzanas de mi casa estaría cerrado esta noche de navidad.

Busqué mi abrigo y guantes, mientras tomaba las llaves del coche de mi padre, que por suerte no se  había llevado.

Salí apresuradamente de casa y una densa corriente de viento chocó contra mi cara. Mi cabello estaba suelto, así que éste danzó hacia todas las direcciones, obstruyendo por unos segundos mi vista.

La noche estaba fría, aunque aún no nevaba. La luna llena se alzaba con toda su belleza frente a mí. Aquí en Suvermat, según a mi parecer, la luna brillaba más de lo común; era un espectáculo hermoso, que nunca podía evitar admirar.

La calles estaban desiertas, no había nadie afuera. Todos debían estar en el theed, celebrando. Seguí conduciendo por la autopista sin pensar mucho. Los altos pinos se alzaban por todo el lugar. Ya faltaba poco para llegar.

El viento se volvió más frió y, para mi mala suerte, la calefacción estaba arruinada. Me encogí aún más sobre la silla y apreté los dientes.

Poco a poco deslumbre la calzada, y frente a mí se alzó el supermercado con tapizados azules y puertas de vidrio. El edifico era de un solo piso, y un gran cartel sobresalía en su entrada, donde se leía "Bienvenidos a M'occal"

Me apresuré a salir rápido del vehículo. Faltaba muy poco para que una tormenta cayera, y no quería estar fuera de casa cuando eso sucediera.

Adentro todo era mucho más cálido. Suspiré de placer. Las hileras de comida se repartían aquí y allá, desde vegetales hasta carnes.

Tomé una canasta y comencé a tomar todo lo que necesitaba, que en realidad no era mucho, solo unas tortas precocidas, algo de carne seca, jitomates, lechuga, salsas y algo de beber. Era lo único que podía tratar de "preparar" ya que no sabía cocinar. Era un desastre.

Don José, el hijo del propietario del lugar, estaba de pie junto a la caja leyendo un libro de tapa dura, que a mi parecer, se veía muy antiguo. 

-Buenas noches, señorita.

-Buenas noches, don José. –Le contesté mientras comenzaba a entregarle mis productos.

-Se me hace raro ver a una chica de tu edad por fuera de las festividades de la cosecha –Comentó, más para él mismo que para mí -¿Por qué faltaste? –Me preguntó mientras le entrega el dinero adecuado.



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Editado: 10.06.2018

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