Siempre Cerca Nunca Juntos

Quédate conmigo.

Su mirada recorrió toda mi habitación de arriba abajo, como si no quisiera perderse ningún detalle. Comenzó desde las paredes, hasta mi cama mal hecha. Su presencia, como siempre, comenzaba a ponerme nerviosa, no sabía en qué momento iba a decir alguna estupidez y quedar en ridículo.

-Bonita – fue la única palabra que salió de su boca, mientras, con descaro, se sentaba en mi cama.

Me le quedé mirando por más de cinco segundos, siempre se veía bien. Su cabello castaño estaba desordenado y algunos mechones caían en sus ojos.

Mientras me miraba sonriendo, ahí estaban sus dos hoyuelos presentes, haciendo que mi estómago aguijoneara. Llevaba puesto una camisa negra y un pantalón azul, combinado con unas zapatillas blancas. Todo lo que se ponía se le veía genial de una forma u otra.

-A sí que... ¿Qué haces aquí? – Pregunté.

Mi madre no se había aparecido por la habitación, ni siquiera había escuchado signos de vida en la planta superior.

-Glenn me dijo que estabas deprimida. –Las palabras salieron de su boca lentamente, como si quisiera cerciorarse de estar diciendo lo correcto.

Me quedé mirando por algunos minutos de nuevo la ventana. La lluvia no había cesado, de hecho estaba más fuerte. Algunas gotas golpeaban enérgicamente contra el cristal mientras se deslizaban hacia abajo.

Mi habitación estaba fría, pero tampoco quería encender la calefacción. Me gustaba sentir el frío en mi piel, quemando, me hacía sentir viva, cosa que a veces, en aquella época, olvidaba.

-Solo no estoy de ánimo –Susurré, mientras sentía mi garganta arder.

-Es en serio que deberías aprender a mentir –Comentó mientras seguía sonriendo. -¿Qué está mal?

Era una pregunta muy simple. Solo debería decir lo que estaba sintiendo, lo que hacía tres años dolía tanto y después solo sentirme un poco mejor.

-No es de tu incumbencia –Contesté bruscamente.

Su mirada divagó un momento por mi cara para después girarse hacia la ventana.

-No entiendo por que la mayoría de jóvenes –Dijo, como si él no fuera uno de ellos –Le gusta tanto guardar resentimiento y culpa dentro de ellos, como si les gustara estar enfermos mentalmente.

Sus palabras no eran referidas a mí totalmente, pero era tan acertadas que quería gritarle.

-Tú no sabes nada de mi vida, Iker.

-La mayor parte del tiempo –Murmuró–Tampoco sé nada de la mía, pero no te equivoques Kay, yo sé vivir mejor que muchas personas de nuestra edad o mayores.

Nos quedamos en silencio por varios minutos mientras procesaba lo dicho y puede que sea cierto lo que él acababa de comentar.

Iker siempre se veía feliz, nunca lo había visto realmente molesto. Exceptuando el día anterior dentro de la cabaña, nunca lo había visto metido en problemas, o mucho menos escuchar que alguien lo odiara. Era la clase de chico que todo el mundo quería.

-Tú siempre estás tan feliz –Dije con voz agotada, solo quería que pasara rápido.

Su mirada café ahora era más oscura, mientras pensaba.

-Kay, realmente no sabes eso. No creo que en toda la tierra exista una persona que siempre este feliz –Me tomó de la muñeca y me jaló para quedar sentada a su lado – Las personas piensan que soy el que mejor vida tiene en el pueblo, pero eso depende lo que significa "mejor" para ellos.

Se sentía tan bien estar junto a él. Por primera vez en mi vida sentía que podría contarle a alguien como me sentía y porqué lo hacía, solo quería dejar salir lo que llevaba adentro.

-¿O sea que todo es una apariencia? – La pregunta salió velozmente de mi boca.

-¿Qué dices? claro que no –Una risita ronca salió de su boca –Yo no tengo porque aparentar nada, no tengo que cargar con dolores, ni muchos menos con culpas, y tal vez debería sentirme culpable por muchas cosas que he hecho o he dicho, pero no lo permito.

-Sé que soy una niñata por estar así en estos momento –Las lágrimas quemaban mi garganta –pero es que yo sólo no puedo.

Iker pasó una mano lentamente por mi espalda y me tiró hacia abajo, hasta que los dos estuvimos acostados en mi cama. Sentía su pecho bajar y subir rítmicamente.

-No pienso que seas una niñata, Kay –Sus palabras se envolvieron alrededor mío –Pero creo que deberías dejarlo salir ya. No es bueno para ti estar de aquella forma todos los años. Las personas creen que tener secretos oscuros martillando su alma los hace sentir más seguros, pero eso es solo una más de sus inseguridades – Iker, solo tenía dieciocho años, pero su forma de hablar parecía ser de un hombre ya vivido – A veces es muy duro dejar atrás los recuerdos, pero recuerda que son solo eso, recuerdos que tú decides manejar para inestabilizar tu mente.

Subí la mirada y me encontré con sus ojos, ese brillo de vida siempre estaba ahí.

-Fue por mi culpa –Sollocé –N-no debí haberlo llamad...- Grandes lágrimas recorrían mis mejillas.



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Editado: 10.06.2018

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