Las semanas habían pasado con un borrón de festividades, al igual que la navidad y el fin de año. Nada fuera de lo común.
Gaia había estado siempre a mi lado aguantando mis cambios de humor y haciéndome reír junto al raro de su novio. No podía quejarme, había disfrutado algo de la navidad y, más que nadie, sabía que no me lo merecía.
Por otra parte, no había tenido tanta suerte con Iker. Después del día que fuimos a comprar libros no nos habíamos vuelto a ver, aunque sí nos habíamos enviado uno que otro mensaje de texto para preguntarnos cómo estábamos. A veces él solo me hablaba para decir alguna estupidez que después me hacía reír como tonta.
El padre de Iker, Dail, había llegado al pueblo dos días después de nuestra mágica salida. Iker había estado todo ese tiempo con él y, para mi llana sorpresa, eso no le hacía gracia.
Cuando habíamos estado hablando por teléfono le había preguntado porqué estaba tan tenso y solo me había dicho "Tengo un invitado no deseado" y después de eso había decidido no preguntar más. Lo último que quería era que se molestara conmigo por estar indagando en su vida.
Nueve de enero.
Ese día me estaba martirizando desde hacía algunos días atrás, mañana entrabamos todos al instituto, y era una pesadilla. No sabía cómo iban a estar las cosas en Havanna, era el instituto más grande del pueblo y donde iban los chicos de trece años hacia arriba. Su otra cede queda un poco más lejos y era para los pequeños.
Éste era mi penúltimo año, solo tendría que aguantar otro año más después de este y no tendría que volver jamás a ese lugar.
Ya había comprado todas las cosas necesarias para iniciar clases, aunque decir que había comprado no era la palabra correcta. Mi madre se había decidido a comprarme todo ella misma, quería hacer algo "lindo" por mí y al final me había terminado comprando todos los cuadernos de muñequitos.
Ya me había preparado psicológicamente para el día que se avecinaba mañana. Esperaba que me tocaran las misma materias que a Gaia y Glenn, no quería entrar sola a clases.
Siempre me ponía nerviosa por los nuevos estudiantes y por los viejos, aquellos eran los peores, traían recuerdos y eso era malo. Había muchas razones por las que no quería volver a clases, pero había dos que eran las que más me ponían los pelos de punta y ambas tenían nombre; Claudia e Iker.
Por una parte, Claudia era mi pesadilla desde que había estado en sexto grado. Siempre se encargaba de decir, o incluso hacer, algo para hacerme pasar vergüenza y este año estaba segura que no sería la excepción y menos ahora que ella estaba en el último año.
Y, por otra parte, temía también de que Iker cambiara conmigo. Que se diera cuenta lo estúpida que podía llegar a ser, o peor, que comenzara a ignorarme sutilmente cuando me viera.
Todos esos pensamientos me hacían temblar. Había pensado en hacerme la enferma para no acudir al primer día de clases pero después ¿Quién se aguantaría a mi madre?
Así que lo mejor era ir a clases y enfrentarme con el mundo, como lo venía haciendo desde siempre.
-Deja de morderte las uñas –Me riñó mi madre, mientras me miraba de arriba abajo. Me había obligado a probarme el uniforme del instituto, ella quería ver si me quedaba bien y la verdad es que lo hacía, no me quejaba.
El uniforme estaba conformado por una falda roja que me llegaba hasta arriba de las rodillas, una blusa blanca con un buzo rojo y unas botas negras. No estaba tan mal, pero sentía que me hacía ver ridícula.
-Te ves hermosa –Dijo mi madre sonriendo.
-Lo dices porque eres mi madre- Dije rodando los ojos.
-Podemos llamar a Iker y preguntárselo – Contestó ella sonriendo mientras mi cara se ponía como un tomate.
-Nada de eso- Farfulló mi padre, quien había estado jugando con una pequeña pelota -¿Qué hay entre tú y ese chico? –Los celos en su voz me hicieron reír.
-Nada papá, nada – Miré el reloj, ya eran pasadas la diez de la noche y mañana tendría que levantarme a las cinco para llegar a tiempo –Me iré a dormir- Dije mientras besaba rápidamente en la mejilla a mi padre y después hacia lo mismo con mi madre.
-Descansa, cariño –Dijeron los dos al mismo tiempo.
Subí las escaleras de dos en dos y cuando estaba a punto de dirigirme a mi habitación me detuve y miré hacia la que era la habitación de Cam. Mi cuerpo se tensó de repente y mi respiración se hizo dificultosa.
Después de su muerte, no había vuelto a entrar a ese lugar, de solo pensarlo hacia que mi corazón se rasgara en pedazos. Sabía que la habitación seguía tal y como él la había dejado y simplemente, eso era mucho para mí.
***
El sonido del despertador penetró mis oídos. No quería levantarme, aún no. No estaba lista para ir pero sabía que debía hacerlo, así que con un último y miserable suspiro me puse de pie, apagué la alarma y me dirigí al baño.