Siempre Cerca Nunca Juntos

Buenas noches.

Es muy cierto cuando dicen que la adrenalina es capaz de hacer cosas increíbles en las personas. No sé cómo lo hice, pero lo último que recuerdo, fue haber tomado a Gaia de la muñeca y haberla jalado junto a mí mientras corríamos rápidamente por el estrecho pasillo. A lo lejos aún seguía escuchando al portugués hablar muy molesto.

Llegamos de nuevo al cuarto por donde habíamos salido. Estaba demasiado nerviosa y asustada de ser atrapada. No me imaginaba cómo se pondría mi madre al darse cuenta de aquello. Quizá me internara, eran muchos problemas en los últimos días.

Ubiqué velozmente una gran y desgastada caja de cartón que se hallaba en una esquina del cuarto, probablemente ésta, contenía algún alimento... Y con todas las fuerzas que no sabía que llevaba dentro, corrí la caja hacia un lado a tiempo record.

Mientras hacía todo esto Gaia me miraba totalmente embobada, quizá fuese porque el miedo la tenía paralizada.

Logré arrastrar la caja hacia la ventana y sin perder tiempo me giré y miré a mi mejor amiga.

-¡Vamos! -Le susurré. Y sin esperar respuesta trepé la caja y me tiré por la ventana al otro lado.

Cuando choqué con medio césped y medio cemento, solté un pequeño gruñido de dolor.

¡¡No sabía qué me pasaba hoy con las ventanas!!

Me puse de cuclillas y un mareo me recorrió totalmente todo el cuerpo. Me quedé ahí por algunos segundos valorando los daños de mi cuerpo y para cuando estaba lista para ponerme de pie, una gran masa chocó contra mí y me tiró de nuevo al piso.

-Dios mio...- Las palabras salieron de mi boca en forma de ruego.

Si, por supuesto, era la segunda vez que ella aterrizaba encima de mí.

Gaia se puso de pie lentamente.

-Vamos, no seas floja -Me alzó junto a ella. Mi cabeza dolía. -Debemos llegar al coche rápidamente.

Y sin esperar, comenzamos a trotar. Ya había anochecido totalmente. Algunas gotas de la fría lluvia caían sobre nosotras retrasando nuestros pasos; estaba sin aliento, podía asegurar que nunca en mi vida había sido tan rápida.

Volteamos hacia la entrada del restaurante cuando Gaia se paró en seco.

-¿Qué sucede? -Le pregunté sin dejar de mirar a todos lados. Presentía que en cualquier momento iban a salir y nos llevarían de nuevo adentro.

-¿Por qué salimos por la ventana? -Preguntó ella, se giró y me miró como si supiera el secreto de la inmortalidad.

-Gaia, tenemos que irnos -Perdía mi paciencia... Últimamente no estaba siendo muy paciente.

-Lo digo en serio -Se devolvió a mi lado y empezó a reírse histéricamente -¿Por qué?

Miré al cielo y pedí ayuda divina. Si ella se había golpeado la cabeza, ahora tenía un problema mental más avanzado. Si que íbamos a tener problemas para marcharnos.

-¿No lo entiendes? -Siguió con sus estúpidas preguntas -Podríamos haber salido por la puerta. -Ella continuó riendo, ahora más. Parecía casi retrasada.

Pero entonces caí en cuenta. Ella tenía razón, la puerta si había quedado cerrada pero no estaba totalmente atrancada, simplemente había podido abrir la puerta y salir corriendo... Pero en vez de eso me había tomado la molestia de correr una gran y pesada caja, para después arrojarme por la maldita ventana y terminar de joderme más.

Ahora la que reía como una total retrasada era yo. Puse las dos manos sobre mi pecho para tratar de respirar por que no podía de tanto reírme. Ambas reíamos a carcajadas ¡Qué estupidez!

La lluvia ahora era más constante y estaba haciendo un frío incesable.

-Te pasaste- Dijo Gaia, mientras se sacaba las lágrimas - No puedo creer...

Al mismo tiempo escuchamos pasos acercándose y sin mirar atrás de nuevo, corrimos hacia el auto; el mismo chico de cabello negro y sonrisa fingida seguía de pie en la entrada, nos regaló una mirada sorprendida a tiempo que saltábamos dentro del coche.

-¡Arranca! -La apuré.

Él carro salió dando un pequeño chirrido, pero Gaia lo detuvo a tiempo para mirar al chico de cabello negro y mostrarle su dedo del miedo justo cuando le gritaba "Que te den".

Las dos nos reímos idiotamente mientras abandonábamos el lugar rápidamente.

Mi teléfono volvió a sonar y mi sonrisa se borró.

"Mamá"

Se leía y supe que esta semana habían sido solo problemas para mí.

-Oye, Gaia -Dije apenada, mientras miraba como una gran gota de agua chocaba contra mi ventanilla y resbalaba lentamente. -¿Me acompañas a casa? -Murmuré.

-Jajaja ¿En serio? -Preguntó la pelinegra -¿Quieres que entre contigo para que tu madre no te grite? -La fulminé con la mirada, aunque lo que ella decía era totalmente cierto.

-Si le dices que me secuestraste y me obligaste a entrar por una ventana a un restaurante privado, quizá no se enoje -Sugerí sonriendo.

-Seguro te prohíba verme -Alzó las cejas y también sonrió.



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Editado: 10.06.2018

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