-Tienes que picar el pollo en trocitos -Volvió a repetir mi madre -Si no lo haces así, quedaran crudos cuando los frías.
-Los estoy picando, mamá -Traté de disimular el aburrimiento en mi voz.
Ya era viernes, por fin. La semana se había pasado lentamente, haciendo que fuera casi insoportable.
Cuando me había despertado, había encontrado otro mensaje de Iker, que me había hecho sonreír estúpidamente toda la mañana. Solo él tenía la forma de hacerme reír con pequeñas palabras como:
"Amanecí lo suficientemente alegre para verte hoy en Havanna, cuando recordé que no ibas. A veces olvido lo rebelde que eres" -Ik
Yo también extrañaba las grandes aulas y pasillos de Havanna, y no especialmente por las clases, sino porque podía ver al castaño por todas partes y eso era suficiente para mí.
-Ahora mientras se fríen, pica cilantro y úntale mayonesa -Me indicó mi madre, quien estaba aplastando un pescado crudo.
-Ok...- No sabía bien cómo me había metido en este rollo o quizá si...
Solo se que me había levantado muy contenta por el mensaje del castaño, tan contenta que ni siquiera me había importado los morados que tenía en las piernas y en mi espalda. Después simplemente me había ofrecido a ayudar a mi mamá a picar una salchicha, pero de una salchicha pasé a un pollo y ahora al cilantro ¡Genial!
Anoche me había quedado hasta altas horas leyendo, cada vez me enganchaba más con ese libro. Era como si me hablara especialmente a mí.
-Kay, presta atención -Me riñó mi madre, hoy estaba más insoportable que nunca - No quiero que dañes la raíz del cilantro.
Hoy era un día muy especial para mi padre, gracias a él y a su compañero Pablo, habían logrado cerrar un buen contrato con otra empresa a las afueras del pueblo, para poder minimizar los impuestos de la región. Así que para eso mi madre quería hacer una buena cena, ya que varios ejecutivos vendrían a celebrar a casa.
Y tenía que admitir que la idea no me era nada atractiva, no quería sentarme en la mesa y escuchar charlas aburridas sobre lo que sea que los ejecutivos discutieran.
-Terminé -Dije orgullosa. El cilantro estaba muy bien picado y la mayonesa ya estaba caliente a un lado.
-Bien, ahora ve a la tienda y por favor tráeme algunas cosas que necesito.
Ay no... ¿Por qué yo?
-De acuerdo, solo déjame cambiarme esto -Me señalé el pijama que llevaba encima -Mientras anótame todo lo que necesitas.
Subí las escaleras a paso tortuga. Odiaba salir a hacer los recados, pero no había opción.
Mi habitación era un caos. La cama estaba hecha un desastre, debajo de ésta había envoltorios de comida chatarra, también estaba la ropa sucia amontonada en una esquina y los mil y un libros que tenía estaban esparcidos por todo el lugar. En serio que era un total desastre.
Me cambié el pijama rápidamente y lo tiré a un lado de la habitación, mientras me colocaba algo más decente. Tomé mi celular y miré la hora, tan sólo eran las 11:30 am. Aún todos estaban en el instituto.
Estaba por salir de la habitación, cuando vi mi libro abierto en una página donde no lo había dejado. Me acerqué lentamente y miré.
Era otro capitulo, lo suponía. Aun no había llegado hasta ahí. Iba a cerrarlo y volver a lo que estaba haciendo cuando mi vista dio con unas sabias y duras palabras, que erizaron mi piel.
"No dejé que nadie se enamorara de mí, no era justo. No cuando el reloj jugaba a mi favor. Podía parar los minutos y contemplar lo efímero de las personas, podía congelar los segundos y susurrarle versos a la luna. Podía, siempre podía.
Así que podía simplemente dejar que la soledad viviera en las agujas de mi cuerpo de palo. Podía evitar que el sordo dolor que traía el amor habitara dentro de mí. Ya que en el mundo había algo más grande que el amor y eso era yo: El tiempo"
Sin palabras. Así estaba yo en ese mismo instante...
Tal vez estaba siendo un poco repetitiva, pero me sorprendía de lo expresivo que podía llegar a ser un libro. La magia que se escondía tras portadas desgastadas, era simplemente increíble.
Cada palabra que leía en ese libro, se quedaba grabada fuertemente en mi memoria, como un trozo de vida más.
-Ten -Me ofreció mi madre la lista que había hecho -Y no tardes demasiado. Esta vez lo digo en serio -Me miró de reojo y siguió con su pescado.
Tomé las llaves de su auto y salí a la calle. El sol brillaba desde su trono, avivando todo a su alrededor.
Agradecía fuertemente a mi padre que cuando cumplí los 15 años, me hubiera enseñado a conducir. Era una gran ventaja para todos... Aunque era una total pena que aún no tuviera un coche. Según mi padre, tendría que esperar hasta los 18.
Ya dentro del auto encendí el aire acondicionado y puse un poco de música moderada, mientras arrancaba hasta el centro comercial.