CAPITULO I
La boda
Hoy debería ser el día más feliz de mi vida, el día con el que todas las niñas sueñan cuando son pequeñas y con el que todas las mujeres de más de treinta se desesperan por conseguir, algunas al menos, y sin embargo, a pesar de que en tan solo veinte minutos estaré bajando los últimos escalones que me separan del amor de mi vida, no puedo dejar de pensar en otra persona, su recuerdo me carcome. Dicen que solemos tener dos o tres grandes amores en nuestra vida, aquel primer amor que nace de la amistad más pura, que es perfecto, que te trae paz y libertad, fuerza y entereza; el tipo de persona con el que te casas y formas una hermosa y perfecta familia, y está aquel amor que te consume enseguida, que es hielo y fuego, pasión y lujuria, que te reta, te hace romper los esquemas, cuestionarte a ti misma, con el que discutirás, llorarás y reirás, pero del que intentarás alejarte con todas tus fuerzas, y un amor intermedio, que tendrá lo mejor de los dos mundos, pero no te corresponderá, porque al final, tu corazón sabe realmente a quien perteneces.
Me miré una vez más al espejo tratando de reconocer a aquella mujer que me devolvía la mirada, hacía tanto tiempo que no la veía, que no me sonreía de esa manera; lucía increíble en aquel vestido blanco ceñido al cuerpo, el cabello dorado caía sobre sus hombros en pequeñas ondas como olas de mar. Sonreí mientras mis ojos se empañaban sutilmente.
-Luces hermosa, ángel – Replicó una voz grave a mi espalda – Más hermosa que nunca.
Volteé enseguida al reconocer aquella voz que conocía mejor que la mía. Lucas vestía su esmoquin negro con plateado a juego con el resto de la decoración, me sonreía con su típica sonrisa torcida que hacía que pequeñas y tiernas líneas se formaran en las esquinas de su rostro.
-No deberías estar aquí – Dije con una media sonrisa triste mientras él se encogía de hombros.
-Nadie lo sabrá, será nuestro pequeño secreto.
-Tengo que bajar en unos pocos minutos.
-Estaré abajo esperándote, ángel.
Sonreí y lo abracé fuertemente mientras Lucas acunaba mi rostro entre sus manos y depositaba un dulce beso en mis labios. Un beso que estremeció todos mis sentidos.
-Lo sé – Susurré dejándolo ir y tomando una larga bocanada de aire en los pulmones para tratar de relajarme.
Ver a Lucas antes de bajar era un pequeño placer pecaminoso, necesitaba saber que estábamos bien, que él estaría esperando por mí abajo para dar el último paso. Así había sido siempre nuestra vida, él siendo el caballero andante como en los cuentos de princesa, yo siendo casi siempre la damisela en peligro para él, incluso aunque me considero toda una mujer independiente y liberar, no lo tomen a mal, ¡Que viva el poder femenino y todo eso! Pero cuando un hombre como Lucas se presenta en cada momento difícil de tu vida y te “rescata” de cientos de idiotas y accidentes torpes, luciendo aquella endemoniadamente sexy sonrisa, bueno es bastante difícil no dejar atrás todos los estereotipos y convertirte en la princesa siendo rescatada; solo que a veces… bueno, a veces es difícil dar el último pasa cuando todo el mundo está esperando que lo hagas bien, o que lo arruines de una vez y por todas. ¿Qué opino yo? Bueno, si te soy sincera, estropearlo todo a niveles descomunales es exactamente el tipo de cosas para las que sirvo.
Volví a contemplarme en el espejo mientras un extraño y sofocante grito se hacía paso a través de mi garganta impidiéndome respirar. ¡Dios mío, esto es un error! ¿En qué cabeza cabe que el matrimonio es lo mío? ¿Estar con un solo hombre por el resto de mi vida? ¿Qué si lo arruino al segundo día, o si él se aburre de mí, o si no es el adecuado? ¿Qué si esto es un error? ¿Por qué justo cuando solo faltan diez minutos para que camine al son de la marcha nupcial me lleno de tantas dudas y dos nombres suenan estridentemente en mi cabeza cada dos segundos? ¡No! ¡No puedo hacerlo!
Dos golpes en la puerta llamaron mi atención.
-Isa, es hora – Gritó la voz de Dani desde el otro extremo – Tienes que salir.
Intenté respirar fuertemente, pero mi garganta estaba cerrada, me estaba ahogando, sofocando completamente, el vestido cortaba mi respiración, sabía que no debía haber comido esa dona en el desayuno, ¡Me estaba muriendo! Corrí hasta la ventana de la habitación y la abrí de un tirón para que las frescas ráfagas de viento golpearan mi rostro mientras la voz de mi mejor amiga seguía llamándome a través de la puerta cerrada. ¡Dios, tenía que salir de aquí, esto era un error! Contemplé la línea de autos bordeando la iglesia, todos los invitados se encontraban en el interior en estos momentos esperando por mí, pero yo no podía hacerlo, no podía. Alcé mi vestido por encima de mis rodillas y trepé la alta ventana rogando por no resbalarme en aquellos ridículos tacones mientras me deslizaba lentamente sobre la cornisa y el pequeño muro de ladrillos a mi derecha, hasta agarrarme de la escalera de madera blanca llena de enredaderas que adornaban la pared. Bajé con el corazón latiendo a mil por hora contra mi pecho, hasta que mis pies tocaron el piso y eché a correr como el demonio hasta llegar al auto alquilado que nos llevaría a la recepción. El chofer estaba afuera fumándose un cigarrillo y di gracias a Dios porque las llaves continuaran pegadas al contacto; abrí la puerta lentamente mientras los gritos de Dani se hacían cada vez más fuertes, entré al auto justo a tiempo para ver al chofer y a mi mejor amiga, correr desesperados hasta mí, giré la llave y el rugido del motor despertó mis sentidos cuando pisando el acelerador y me alejé rápidamente de la iglesia, los invitados, y mi ex futuro esposo.