CAPITULO XV
Un golpe de suerte
Bajé de la habitación dispuesta a enfrentar mis miedos, Lucas tenía razón, no tenía por qué temerle a lo que pudiese pasar, además, no tenía nada con ninguno de los dos, ni siquiera sabía si me gustaba alguno. De acuerdo, la última parte no era del todo cierta, pero a quién le importa, eso no lo pensaba admitir.
Bajé los últimos escalones cuando me golpeé de frente con la espalda de alguien, había estado tan concentrada en mis propios pensamientos que no había visto por dónde caminaba. El chico se dio la vuelta y volví a quedar de frente a Ian; tragué mientras su mirada profunda se clavaba en mí.
-Lo siento – Murmuré cuando fui capaz de encontrar mi voz.
Di media vuelta dándole la espalda para salir de la casa, pero me detuve en seco; respiré, debía enfrentar mis miedo, eso era lo que Lucas me había dicho, y ese chico sin duda representaba uno de mis temores, aunque no estuviese del todo segura de por qué.
-¿Por qué hiciste como si no me conocieras? – Pregunté finalmente encarándolo.
Ian permaneció en su lugar frunciendo el ceño hacia mí. Ninguno de los dos dijo nada por unos minutos y yo me obligué en muchas ocasiones a alejar la mirada de sus intimidantes ojos grises.
-¿A qué te refieres? – Dijo con tono arrogante levantando la ceja.
Tragué ¿Acaso me lo había imaginado? ¿Realmente no me había reconocido? No, él me había visto fijamente, me recordaba, cada terminación nerviosa de mi cuerpo decía eso. Estaba actuando como un estúpido engreído y me estaba haciendo dudar.
-Afuera – Dije cruzándome de brazos, no le daría el gusto de ver que me había importado su respuesta – Ya nos conocíamos, y actuaste como si no supieras quién soy.
Una media sonrisa arrogante se formó en su perfectamente esculpido rostro, su poblada ceja se arqueó dejando al descubierto su mirada penetrante; dio unos cuantos pasos hacia mí, de forma que nuestros cuerpos estaban casi tan cerca como lo habían estado la primera vez que nos conocimos. Tragué fuertemente, pero me forcé a no apartar la mirada de sus ojos, no podía dejarlo ganar en este juego, estaba tratando de intimidarme y no le dejaría.
-No te conozco, ángel – Dijo con su voz grave y profunda – No tengo que pretender nada.
Mi boca se abrió casi imperceptiblemente, por supuesto que me conocía, me había vuelto a llamar de la misma forma que esa vez, sólo Lucas y él me llamaban así. Fruncí el ceño y la sonrisa en su rostro se ensanchó.
-Conozco a muchas personas todos los días, ángel – Replicó con su sonrisa torcida – No te creas tan especial.
Guiñó su ojo y salió de la casa dejándome con la boca abierta de la indignación ¡Estúpido pedazo de ser humano! ¿Quién se creía que era? Cómo si él fuese tan especial como para que todas las chicas cayeran a sus pies. Arreglé el dobladillo del suéter más grueso que había tomado del armario y me di media vuelta para salir de la casa, no iba a dejar que su comentario me afectara, yo estaba bien.
-Isa – Saludaron los chicos cuando me vieron salir.
Me puse mi mejor sonrisa y los saludé mientras tomaba asiento junto a Matías que me había guardado un espacio.
-¿Cómo te sientes?
-Mejor – Dije evitando la mirada de Ian – Dormí un rato y se me quitó.
Matías sonrió y me dio un pequeño apretón de mano antes de ofrecerme una cerveza. La acepté, porque la verdad necesitaba relajarme y olvidarme del pequeño momento anticlimático que acababa de tener con su mejor amigo, lo mejor que podía hacer era olvidarme de todo y disfrutar del momento tal y como Lucas me había dicho. Puede que Matías fuese la calma de la tormenta, la paz y la serenidad, el puerto seguro; pero Ian era la jodida tormenta, el tornado desbocado, el fuego forestal… él era peligro, y si no quería salir lastimada, debía alejarme de él a como diese lugar.
-¿Quieres comer algo? – Preguntó Max acercando un plato en mi dirección – Aun me debes el juego de fútbol, te fuiste a esconder en tu habitación porque sabías que te ganaría.
Reí mientras tomaba mi cerveza.
-Ya veremos quién pierde, tú solo di la hora y el lugar.
Max rio y asintió mientras se dirigía a la barbacoa nuevamente. Matías tomó mi mano entre la suya y jugó distraídamente con mis dedos; mi mirada voló enseguida hacia Ian, pero éste estaba enfrascado en una conversación con Olivia, así que no me estaba viendo. Me reclamé internamente, no tenía por qué importarme lo que él pudiese decir o pensar si Matías me tomaba de la mano, no éramos nada, por Dios, ni siquiera nos habíamos besado, era libre de salir con quien quisiera, y ni siquiera Lucas, que era el único con suficiente derecho para ponerse celoso, lo hacía. Me sentí un poco culpable mientras pensaba en él, no se había estado sintiendo muy bien esa noche; después de hablar le había dicho que bajaría a la barbacoa, pero él había insistido en quedarse durmiendo porque tenía dolor de cabeza.
-No me necesitas, ángel, puedes con esto – Había dicho antes de que saliera de la habitación.
Llevé la mirada hasta la ventana de mi dormitorio, la luz seguía apagada, Lucas debía estar dormido. Giré nuevamente y los ojos de Ana me enfocaron enseguida, sus cejas se alzaron en sorpresa en lo que se dio cuenta de que Matías sostenía mi mano, sonrió y alzó el dedo pulgar en aceptación; me encogí de hombros restándole importancia, pero la verdad es que no se sentía mal, hacía mucho tiempo que no estaba con alguien, después de Lucas había saltado de relación en relación, pero nunca había logrado entregarme del todo, lo había achacado todo al hecho de que aún no lo había superado, pero la verdad es que tenía miedo. Lucas había sido el único chico con el que había estado y al cual me había entregado sin reservas, incluso cuando sólo duró un par de semanas, había sido la única vez en la que realmente me había enamorado, y había resultado herida; nunca sería capaz de explicar lo mucho que dolía que tu mejor amigo te traicionara de esa manera, crea una especie de fisura en ti, rompe tu corazón de una forma casi imperceptible para el ojo humano, pero está ahí, latente, herido y roto sin que nadie lo vea.