Siempre Contigo

Capítulo XVI ¿Me vas a decir que nunca lo has hecho?

 

CAPITULO XVI

¿Me vas a decir que nunca lo has hecho?

 

 

Desperté con la cabeza palpitándome, la oscuridad me rodeaba y me sentía confundida, me giré tratando de conseguir la lámpara de mi mesita de noche, pero no había nada a mi lado más que un vacío. Me llevé las manos a los ojos y presioné con fuerza tratando de calmar el dolor y el puyazo incesante que atravesaba mi cabeza, hasta que pude recordar dónde me encontraba. Me puse de pie y a tientas llegué hasta el interruptor en la pared, encendí la luz de golpe mientras miraba a mi alrededor medio cegada. Tomé el celular sólo para comprobar que apenas eran las cuatro de la mañana.

-Mierda… - Murmuré arrastrándome fuera del cuarto hasta el lavabo – Mi cabeza…

Lavé mi rostro con agua fría intentando despertarme mientras buscaba a ciegas en el gabinete de arriba algo para el dolor de cabeza. Tomé una pastilla y la llevé a mis labios tragando con un pequeño sorbo de agua de mis manos. Respiré profundamente mientras me contemplaba al espejo, mis ojos estaban manchados del rímel negro de mi maquillaje haciéndome lucir como un pequeño mapache trasnochado. Dios, no recordaba muy bien lo que había sucedido esa noche, mi cabeza estaba vuelta un lío y las imágenes se mezclaban en mi mente como piezas inexactas de rompecabezas. Me di la vuelta dispuesta a volver a la habitación cuando escuché un golpe sordo abajo seguido de un par de pasos; mordí mi labio, todos estaban dormidos ¿No? ¡Mierda, mierda! ¿Qué hago? ¿Y si era alguien intentando entrar a la fuerza en la casa? ¿Y si yo era la única que podía evitar que algo sucediera? ¡Tenía que bajar! Un momento… ¿Exactamente con qué lo iba a detener sí de verdad se trataba de un ladrón? No es que una rubia de metro setenta y rímel corrido fuese muy aterradora que digamos… respiré profundamente y busqué rápidamente en el baño por algo con lo que defenderme; tomé uno de los tubos de plástico que sostenía las toallas, tendría que ser suficiente por ahora, y bajé lentamente las escaleras con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

La sala estaba desierta y sumida en la oscuridad, si intentaba encender una luz me verían, así que me escondí entre las sombras y caminé sigilosamente hasta la cocina, donde la luz de la nevera acababa de apagarse, no sin antes dejar entrever la indiscutible figura de un hombre alto. Mi corazón dio un brinco y tuve que llevarme las manos a la boca para no gritar del miedo. Respirando hondamente me acerqué nuevamente hacia el intruso, en lo que la madera del suelo crujió bajo mis pies el hombre se dio la vuelta enseguida y yo dejé caer con fuerza el tubo sobre su cabeza.

-¡Qué mierda! ¡Joder! – Gritó una voz demasiado conocida - ¿Qué coño te pasa?

Dejé caer el arma de mis manos mientras Ian encendía la luz de la cocina.

-Lo siento, lo siento – Murmuré enseguida llevándome las manos a la boca – Pensé que eras un ladrón.

El chico me contempló con el ceño fruncido y cara confundida.

-¿Y pensabas matarlo con un tubo de plástico? – Inquirió alzando la ceja en dirección al tubo – Da gracias a Dios que soy yo, o no estarías aquí contándolo… de hecho, aún no he decidido no descobrarme el golpe…

-Yo… pensé que…

-Sí, ya sé, pensaste que era un ladrón. Como si ser golpeado en la cabeza con un tubo de plástico por una rubia fuese la guinda del pastel de esta noche – Refunfuñó dirigiéndose a la nevera nuevamente – Justo lo que me faltaba.

-Oh, por Dios – Exclamé en lo que se dio la vuelta nuevamente con un paquete de papas fritas congelado pegado a su rostro sangrante - ¿Qué te sucedió?

-Nada.

Refunfuñó nuevamente una frase ininteligible antes de caminar hasta el sofá de la sala con el paquete aún pegado a su ojo. Su labio inferior estaba roto, su ceja dejaba correr un pequeño hilo de sangre y el pobre cojeaba por una de sus piernas.

-¿Fue por la pelea? – Pregunté con un hilo de voz mientras comenzaba a recordar lo que sucedió esa noche – No debiste haberte quedado, pudieron haberte matado.

-Esto no es nada – Dijo encogiéndose de hombros – Deberías ver cómo quedaron los demás.

-No es gracioso.

-Díselo a ellos, el rojo les sienta bien, el morado no tanto.

Negué con la cabeza sin saber qué decir, no podía dejarlo así, él se había enfrentado solo a esos tres hombres sólo porque yo no pude hacer la vista gorda con uno de esos borrachos, era mi culpa y tenía que arreglarlo.

-Espera aquí – Dije mientras salía corriendo hacia las escaleras.

Entré al baño y encontré el gabinete donde había visto un kit de primeros auxilios, bajé rápidamente las escaleras tratando de no despertar a los demás y me senté junto a Ian en el sofá.

-Déjame verte.

-Estoy bien – Replicó alejándose de mi toque – No necesito que me cures.

-Pues que mal porque pienso hacerlo así grites y patalees como un niño malcriado – Espeté medio molesta – Así que quítate el estúpido paquete de la cara y déjame verte.

De mala gana se quitó el paquete, su ojo izquierdo estaba hinchado, su ceja estaba rota en la mitad y un hilo de sangre no dejaba de bajar por ella; me estremecí, odiaba la sangre y verlo cubierta de ella hacía que mi estómago se revolviese y un pequeño ataque de pánico comenzara a surgir. Esa noche había mucha sangre a mi alrededor, yo misma estaba cubierta de ella, el dolor de cabeza me estaba matando y las luces lejanas del auto aún apuntaban en mi dirección; gritaba por Lucas a cada segundo, necesitando escuchar su voz, verlo a mi lado, pero la sangre cayendo por mi frente me dificultaba fijar la vista, lo único que podía ver era su mano ensangrentada junto a la mía antes de que los gritos de dolor llegaran.




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