Siempre Contigo

Capítulo XVII ¿Novios otra vez?

 

CAPITULO XVII

¿Novios otra vez?

 

 

Los días siguientes al fin en la sierra estuvieron cargados de tensión entre mis amigas, específicamente entre Dani y yo. Aún estaba un poco molesta por todo el asunto de la pelea en la casa de campo; pero después de hablar con Matías comprendí que tal vez ambas habíamos exagerado un poco con nuestras reacciones, ella se preocupaba por mí y aunque no hubiese sido la mejor manera de decirme las cosas, había sido mi mejor amiga desde el colegio, amistades como esas no podían perderse tan fácilmente.

-Habla con ella, ángel – Dijo Lucas por quinta vez esa noche – No puedes seguir enojada por lo que pasó.

-Créeme, sí puedo.

Lucas resopló y se dejó caer junto a mí en la cama.

-Sé que piensas que te traicionó al decirle a Matías que tomabas antidepresivos, lo comprendo; pero sabes que en parte tiene razón, lo que hiciste fue muy irresponsable y de haber estado en ese momento habría sido yo y no ella quien te hubiese gritado, pudiste haber tenido una sobredosis, o un paro, o lo que sea que haga el mezclar esas pastillas con alcohol. Vamos, tú eres más inteligente que esto, sabes que tengo razón.

Fruncí el ceño y crucé los brazos frustrada, odiaba que Lucas supiese exactamente qué decir para hacerme sentir como una completa idiota con mis reacciones; y tenía que admitirlo, comenzaba a extrañar a mi amiga. Había pasado dos días encerrada en mi habitación, había dejado nuevamente las pastillas, pero esta vez decidí no decirle a nadie, ni siquiera a Lucas, aún hacía cómo si las tomara, así que estaba bien ¿No?; el caso es que Lucas había pasado esos días conmigo encerrados, y no era justo para él que por mi culpa no pudiese disfrutar de la ciudad, además, este era nuestro sueño, lo que habíamos deseado desde que estábamos en el colegio.

-De acuerdo – Accedí de mala gana, aunque en parte queriendo – Hablaré con ella.

Lucas sonrió y me lanzó entre sus brazos haciéndonos rodar por toda la cama mientras estallábamos en carcajadas.

-Ése es mi ángel – Murmuró en mi oído – Ahora cuéntame qué ha pasado con tu chico – Agregó haciendo un énfasis burlón en la última frase – Quiero saberlo todo.

Matías, a quien Lucas se refería como mi chico, me había llamado un par de veces en los últimos días, incluso me había visitado, aunque yo no había estado exactamente en el mejor de los humores en ese momento.

-Dudo mucho que siga interesado en mí – Admití – Al menos no después de haber ignorado las últimas tres llamadas.

Lucas se acercó a mí y me miró a los ojos, de la forma que siempre lo hacía para determinar si estaba mintiendo o no.

-¿Realmente te gusta?

Me encogí de hombros. Había pensado mucho en él después de aquel fin de semanas, en él y en Ian, aunque no me encontrase muy dispuesta a admitir esa última parte; pero no estaba segura de nada, ese era el problema. Matías era dulce y paciente, lo había demostrado la última noche en la que hablamos, sabía qué decir y cómo actuar, incluso entendía cuándo darme mi espacio; tenía que admitir que me hacía sentir segura y tranquila, eso me gustaba; pero algunas noche me encontraba pensando en Ian también, en la forma en la que me hacía reír y olvidarme de todo, incluso aunque estaba comenzando a pensar seriamente que sufría de trastornos de personalidad múltiple, pero bueno, el caso es que cuando estábamos solos era alguien completamente distinto y eso me gustaba, también.

-No lo sé – Dije finalmente después de pensarlo todo dos veces – Matías es el tipo de chico que cualquier mujer querría, es lindo, atento, inteligente, tierno y paciente….

-Y tiene dinero – Agregó alzando las cejas.

Los dos reímos, pero solo por la tonta expresión de su rostro.

-El dinero no es relevante – Dije apuntándolo con un dedo – Pero creo que lo agregaré a la lista de las inmensas cualidades – Agregué riendo.

-¿Y qué hay del otro chico?

Dejé de reír casi enseguida y me mordí el labio, hablar de Ian no era tan fácil como hablar de Matías, para empezar, eran la completa antítesis el uno del otro, los dos polos opuestos, y ahí donde se me hacía fácil comprender a uno, me resultaba casi imposible descifrar al otro; mucho menos lo que me sucedía con los dos.

-No es para mí – Respondí luego de unos minutos – No es mi tipo de chico.

Lucas entrecerró los ojos con suspicacia. Sabía lo que estaba haciendo, intentaba deducir cuánta verdad había en mis palabras, pero por primera vez sentía que no estaba mintiendo; Ian no era para mí, no era para nadie en realidad, era el tipo de chico que iba solo por la vida, que no se aferraba a nada, ni se quedaba por siempre en un solo lugar. A veces, tenía que admitirlo, envidiaba su forma de ser, el que no le importara nada, el arriesgarse en cada momento de su vida sin temor a las consecuencias… cuando lo vi a los ojos la tarde que nos quedamos solos vi algo más en él, algo de lo que no me había percatado antes pero que debí haber supuesto porque la noche en la que jugamos “nunca, nunca”, él había sido el único que había tomado durante la respuesta de Franco “Yo nunca he visto a nadie morir”… ¿A quién había visto él? ¿A quién había perdido? Sentía ese fuerte e incontrolable deseo de conocer cada uno de sus secretos, cada una de las pequeñas cosas, los diminutos detalles que lo hacían ser él.




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