CAPITULO XVIII
¿Miedo, ángel?
-Hola – Dijo suavemente sin apartar la mirada de mí.
-Hola…
No sabía qué estaba haciendo en aquel lugar, por qué había cambiado de opinión y había corrido sobre mis pasos en su búsqueda; pero no podía evitarlo, verlo esa noche había despertado algo nuevamente en mí, algo que simplemente permanecía dormido mientras él estaba ausente de mi vida. Se había ausentado por más de dos semanas y sin embargo ahí estaba, llamándome ángel como si nada hubiese ocurrido; mirándome como si el hacerlo le doliera de una forma que no podía comprender.
-Vámonos de aquí – Dijo extendiendo su mano hacia mí.
Lo miré en silencio por unos segundos mientras luchaba la batalla encendida dentro de mí. Quizás debí haber ignorado sus llamadas, tal vez debí haber corrido hacia el departamento y encerrarme en mi habitación, quizás debí haber dado la vuelta y dejarlo ahí; pero en cambio tomé su mano y me dejé llevar hasta la moto estacionada en la acera; me aferré con fuerza a su espalda mientras inhalaba su aroma y la fuerte briza de la noche arropaba nuestros cuerpos.
Grité cuando aceleró sobre la carretera y las luces de los autos quedaron detrás de nosotros mientras la luna brillaba en el cielo dándonos la luz que necesitábamos. Condujo en silencio mientras yo me aferraba a su cuerpo y todos mis pensamientos abandonaban mi cabeza por primera vez en días; él era una especie de morfina que me hacía entumecer y olvidar todo, de una forma que nadie era capaz de lograr. Me sentía en el paraíso o tal vez en el mismísimo infierno con él, pero de alguna manera era incapaz de escapar, no lo quería, no lo deseaba, pero lo necesitaba más que nada en el mundo en ese momento.
Nos detuvimos en una pequeña colina cerca de un parque; estaba completamente desierta y la fuerte briza erizaba mi cuerpo. Ian me ayudó a bajar de la motocicleta y me dio su chaqueta; nos sentamos en un pequeño banco en la cima, mientras veíamos las luces de la ciudad bajo nosotros. Seguíamos en silencio, pero había tantas palabras colgando en el aire.
Ian encendió un cigarrillo y arrugué la nariz, detestaba ese olor.
-¿Podrías no fumar? – Inquirí rompiendo el silencio – Por favor…
Apagó el cigarrillo con su bota y lo lanzó lejos, su mirada seguía clavada en las luces de la ciudad bajo nosotros. Respiré profundamente, nunca había sido buena con los silencios y éste en particular me estaba matando, había tantas cosas que quería decirle, preguntarle… pero sentía que todo se atoraba en mi garganta, así eran las cosas siempre entre nosotros, tan fáciles y a la vez tan difíciles.
-¿Por qué? – Inquirí finalmente luchando contra los pensamientos en mi cabeza que me decían que callara. Ian me miró con el ceño fruncido y tragué profundamente para tratar de explicarme - ¿Por qué ahora? Desapareciste por más de dos semanas y luego simplemente te presentas en la puerta de mi edificio y me dices que me vaya contigo… ¿Por qué?
Ian se dio la vuelta y me miró a los ojos frunciendo el ceño, como si lo que sea que estuviese en su cabeza fuese demasiado difícil de decir; como si de alguna manera él también estuviese luchando una batalla interna que no podía ver.
-Quería verte – Dijo finalmente.
-¿Por qué?
Odiaba que nunca me diera una respuesta directa, con él todo eran acertijos y enigmas, palabras claves que no podía comprender. Actuaba como si no me conociera un día y al otro era como si fuésemos amigos de toda la vida, me atraía y me alejaba, me buscaba y desaparecía.
-Dime – Casi grité frustrada ante su silencio – Dime por qué ahora, por qué desapareciste dos semanas y llegas ahora cuando por fin todo parece solucionarse… yo no comprendo… - Estaba desesperada, furiosa y a la vez ansiosa, pero no sabía cómo expresarme, sentía un torbellino de palabras atragantarse en mi garganta sin poder salir - ¿Por qué ahora?
-No lo sé – Exclamó alzando la voz también – Es complicado ¿De acuerdo? – Dijo cerrando los ojos por unos segundos – No puedo darte una respuesta, sólo sé que era lo mejor, Matías es mi mejor amigo… no puedo… - Resopló frustrado y apartó la mirada de mí nuevamente mientras contemplaba la vista frente a nosotros, volvía a alejarse de mí, otra vez estaba a sólo centímetros de mí pero a kilómetros de distancia – No hablemos de eso ¿Sí?
Permanecí en silencio, no quería callar y dejar atrás el tema, pero comenzaba a entender el por qué, así no lo dijera, los dos sabíamos la respuesta aunque ninguno quisiera admitirlo. Extendí mis manos a los lados y me apoyé sobre la madera del banco; los dedos de Ian estaban a centímetros de los míos y podía sentir la corriente eléctrica recorriendo mi piel y la suya, no hacía falta tocarlo para sentirlo junto a mí. Cerré los ojos en silencio cuando sus dedos rozaron suave y lentamente los míos haciéndome estremecer. No hacían falta palabras entre los dos, a veces las mejor conversaciones se realizaban en silencio, pues el silencio tenía las frases más fuertes y ruidosas de todas.
La luna brilló en lo alto y la fría briza congeló nuestros rostros. No sabía cuánto tiempo habíamos permanecido ahí en silencio, sin vernos, pero sintiendo nuestros dedos rozarse los unos a los otros.