CAPITULO XXI
No es difícil saber cuándo alguien tiene el corazón roto
Matías y yo nos habíamos unido más esas últimas semanas; pasábamos la mayor parte del tiempo juntos, habíamos establecido una especie de rutina. Películas y cenas caseras los lunes y los martes, salidas al bar los jueves por las noches, cena en su restaurante de comida italiana favorita las noches del viernes, almuerzo con sus padres los sábados y partidos de fútbol con los chicos los domingos por la tarde. No había vuelto a ver a Ian desde la noche de la recaudación, había cumplido con su palabra y no me había vuelto a llamar o a esperar en las noches frente al departamento.
Tengo que admitir que al principio parte de mí esperaba encontrarlo en la calle sobre su moto, extendiendo su casco para mí; parte de mí aún no podía borrar de mis labios su beso, pero esto había sido lo mejor, necesitaba calma y cordura en mi vida, y eso sólo lo podía dar alguien como Matías; aunque fuese por el tiempo que quedase de verano.
Aún no había pensado en lo que haría cuando el final de las vacaciones llegara; me había acostumbrado tanto a la ciudad, a los nuevos amigos, a la rutina... que sentía que no sería capaz de marcharme de ese lugar, y había pospuesto tanto el tema que algunas veces lo olvidaba por completo, pero el reloj seguía corriendo y los días pasaban como un exhalación frente a mí; en pocas semanas tendría que decirle adiós a todos y volver a mi antigua vida.
—¿En qué piensas? — Preguntó Matías a mi lado. Me acurruqué a su lado y él pasó la cobija por mis hombros — ¿No te gusta la película?
—No, la película está bien, sólo me distraje por un momento.
Matías besó mi frente y continuamos viendo la película. Estábamos en la sala del departamento, era lunes por la noche y todas las chicas, Lucas, Matías y yo, estábamos reunidos para nuestra acostumbrada película; pero esta noche no me sentía de ánimos para concentrarme en nada. Apenas había podido dormir un par de horas en los últimos seis días; las pesadillas habían vuelto y no dejaban de colarse en mis sueños cada noche; despertaba sudada y gritando; me costaba más de tres minutos tranquilizarme y comprobar que no estaba cubierta de sangre, que todo era parte de mi imaginación. Incluso había intentado volver a tomar las pastillas, pero sólo me producían una fuerte migraña que me mantenía en vela toda la noche.
Algunos nuevos recuerdos habían comenzado a colarse en mi mente poco a poco... nuevas imágenes, voces, sonidos, gritos... todo se mezclaba en mi cabeza confundiéndome, pero sabía que eran reales, la psiquiatra había dicho que era normal, que una vez que mi cerebro se sintiese seguro para comenzar a recordar, entonces lo haría. El único problema era que yo no quería recordar, las imágenes eran horribles, y venían acompañadas por ese sentimiento de pánico que te congela la piel y te eriza la carne. Ni siquiera Lucas era capaz de calmarlo; parecía que todas mis medicinas, tanto sintéticas como humanas, se habían quedado sin poderes mágicos para ahuyentar a los monstruos en las noches.
—Pareces cansada, bebé – Murmuró Matías contra mi oído — ¿Por qué no te acuestas un rato?
—Estoy bien...
—Necesitas dormir, ve a la cama, yo ayudaré a las chicas a recoger la cocina.
—Yo te acompaño, ángel — Replicó Lucas poniéndose de pie — Necesitas dormir, te ves horrible.
—Gracias — Murmuré de mala gana mientras me ponía de pie.
La verdad es que dormir un poco no me caería nada mal, sólo esperaba que los somníferos surtieran efecto esta vez y me hicieran dormir toda la noche.
Lucas se acostó a mi lado y peinó mi cabello con sus dedos mientras esperábamos a que las pastillas surtieran efecto.
—Matías parece un buen chico — Dijo suavemente — Y te quiere...
—Lo sé...
Cerré los ojos dejándome llevar por el sueño, pero aun nadando en la semiinconsciencia.
—¿Te hace feliz? — Escuché la voz de Lucas en la distancia — ¿Eres feliz con él, ángel? ¿Realmente feliz?
Me giré lentamente luchando contra el sueño que comenzaba a apoderarse de mí, la figura de Lucas se veía borrosa, casi difuminada por completo, como si no fuese más que una ilusión.
—¿Por qué preguntas eso? — Inquirí entre bostezos intentando luchar contra el sueño.
—Sólo quiero asegurarme de que seas feliz, ángel...
Su voz parecía lejana, como si estuviese hablándome desde el otro extremo de un largo túnel y apenas podía verlo a través de mis pestañas.
—Soy feliz contigo — Murmuré — Siempre soy feliz contigo...
Vi que sonrió, a pesar de que parecía una sonrisa triste. Su mano tocó mi mejilla y estaba helada; quizás me estaba enfermando y estaba prendida en fiebre, no me había estado sintiendo muy bien los últimos días.
—Estar feliz conmigo no es suficiente, ángel — Dijo su voz desde la distancia — No siempre estaré ahí para ti.
—Claro que sí... nunca me dejarás, lo prometiste...
Apenas podía formar las palabras en mis labios, las pastillas estaban surtiendo efecto y mis parpados estaban pesados.
—En algún momento tendrás que dejarme ir, Isa...