CAPITULO XXIII
El gato de Schrödinger
Abrí lentamente la puerta de mi habitación intentando limpiar las lágrimas que bajaban por mis mejillas. Dejar a Ian esa noche mientras dormía, había sido la decisión más difícil que había tenido que tomar en toda mi vida, y alejarme de él me estaba matando.
Encendí la luz y conseguí a Lucas esperando en la cama por mí; parpadeó varias veces mientras ambos nos acostumbrábamos a la brillante luz del bombillo.
—Ángel... — Murmuró preocupado — Ángel, ¿Qué sucede?
Corrí y me lancé en la cama junto a él mientras dejaba que todas las lágrimas corrieran libremente, ya no soportaba intentar controlarlas, no podía más; cada vez que me tragaba lo que sentía venía el doble de intenso hacia mí, desgarrándome por dentro.
Lucas me tomó en brazos y acarició mi cabello con sus dedos mientras susurraba que todo estaría bien.
—¿Qué sucede? — Inquirió suavemente sin dejar de mecer mi cuerpo en la cama.
Sorbí mi nariz, la garganta me ardía de tanto contener el llanto y mis ojos picaban por las lágrimas, tornando mi visión borrosa.
—Ya no puedo más — Murmuré casi sin voz entre lágrimas — No puedo, Lucas...
—Shhh... todo estará bien, ángel...
Negué con la cabeza una y otra vez, él no lo entendía, nada estaba bien ni lo estaría. Acababa de alejarme de lo mejor que me había pasado en la vida porque el miedo entumecía cada una de mis terminaciones nerviosas cuando estaba a su lado; me aterrorizaba la idea de jamás volver a sentirme de esa manera, y a la misma vez, temía volver a sentirlo. Ya no sabía qué pensar o decir. No era justo que fuese él quien tuviese que consolarme, no cuando teníamos una historia también, pero era el único que siempre estaba ahí para mí, el único que verdaderamente me conocía.
—Creo que lo amo — Murmuré con la voz rasposa mientras me escondía entre sus brazos — Lucas, tengo tanto miedo...
Sabía que no necesitaba explicaciones, a veces sentía que él era capaz de leer mi mente, de saber justamente lo que estaba pensando.
—Lo sé, ángel, lo sé...
—No sé por qué tengo tanto miedo de perderlo...
Alcé el rostro soltándome de su agarre y lo contemplé a los ojos. Seguía siendo el mismo Lucas que recordaba, con sus intensos y expresivos ojos dorados como el oro, su sonrisa tranquila y su expresión comprensiva. Era mi mejor amigo y el primer amor de mi vida, teníamos un vínculo que nadie más entendía, un lazo que nos unía más allá de toda comprensión; éramos uno.
Lucas limpió mis lágrimas con la punta de sus dedos y me dedicó una dulce sonrisa.
—A veces — Dijo suavemente apartando el cabello de mi rostro — Lo que más tememos es también lo que más deseamos. A veces, tenemos que dejar ir el pasado para poder dejar entrar al presente y esperar al futuro con los brazos abiertos.
—No quiero enamorarme — Susurré asustada como una niña — Tú has sido siempre mi único amor...
—Y tú siempre serás el mío, ángel... pero nuestro tiempo pasó. Me hiciste feliz durante toda mi vida, ahora es tiempo de que tú también lo seas.
—Pero yo lo soy – Repliqué confundida — Soy feliz cuando estoy contigo. Quisiera que fuésemos solo tú y yo por siempre, como dijimos en el pasado...
Cerré los ojos y sorbí mi nariz recordando la tarde, años atrás, cuando Lucas me había dicho que nos casaríamos; había pensado en aquel entonces que él y yo terminaríamos juntos, que seríamos felices y tendríamos una gran familia como siempre habíamos deseado; pero todo eso había cambiado, habíamos descubierto que habían personas que por mucho que se amaran y quisieran estar juntos, simplemente no estaban destinados a ser una pareja, se lastimaban demasiado los unos a los otros hasta el punto de perder el vínculo más fuerte que los unía.
Para no perder a Lucas había tenido que renunciar a él, y esa, había sido una decisión que ambos habíamos aceptado por nuestro propio bien, ahora comenzaba a arrepentirme tanto de eso.
—¿Por qué las cosas tienen que ser tan complicadas y difíciles?
Lucas sonrió tiernamente y acarició mi mejilla como siempre hacía.
—Porque así es la vida, ángel — Dijo encogiéndose de hombros — A medida que crecemos todo se complica más; ya no podemos seguir soñando con cuentos de hadas y finales felices, tenemos que afrontar la vida, enfrentar nuestros miedo y conquistar nuestros temores. Está bien tener miedo de perder a alguien...
—No quiero perder a nadie. Tengo miedo de dejarme llevar y perderme a mí misma; siento que ya no quedan suficientes partes de mí como para seguir rompiéndome en pedazos. No quiero sentir esto —Repliqué llevándome las manos al rostro — No quiero sentir todo lo que él me hace sentir... todo es tan fuerte, tan intenso, que me asusta... tengo miedo de amarlo tan descontroladamente como lo hago, un terror paralizante de aceptar lo que siento y luego ver cómo lo pierdo — Abrí los ojos y los clavé en los de Lucas intentando hacerlo comprender lo que sentía — No puedo pasar el resto de mi vida con ese temor pulsante dentro de mí; no quiero amarlo... quiero odiarlo...
—Odiar no es lo contrario a amar, ángel. Puedes engañarte todo lo que quieras para evitar sentir, pero esos sentimientos jamás te dejarán, una vez que están dentro de ti se quedan para siempre... a veces logramos ocultarlos, a veces incluso nos olvidamos de ellos, pero siempre permanecen dentro de nosotros recordándonos que eso es lo que significa vivir — Respiró profundamente y se sentó en la cama recostando su espalda contra la pared — La única alternativa al amor es no sentir nada; hunde tan profundamente como puedas esos sentimientos dentro de ti, prohíbete sentir algo y entonces, prepárate para vivir sin realmente vivir; sin miedo, sin amor, sin furia u odio, sin fuego o calor, sin frío... la vida pasará por ti y jamás tendrás que tomar una sola decisión, jamás tendrás que temer nada... pero jamás te permitirás amar otra vez...