Siempre Contigo

Capítulo XXVIII Una boda y un adiós

CAPITULO XXVIII
Una boda y un adiós
(Contigo por siempre)

Y así es como llegamos a este preciso momento. Seis meses después de mi cumpleaños número veintitrés.

Estaba conduciendo a toda velocidad, intentando con todas mis fuerzas no enredar mis tacones en el largo vestido de novia, pero era casi imposible ¡Por Dios! Ahora entendía por qué las novias no conducían a sus propias bodas, esto era ridículo.

Frené cuando unas altas puertas de metal se dibujaron frente a mí. No había pisado ese lugar ni una vez en mi vida, lo había intentado varias veces, pero no lograba dar más de un paso después de la puerta antes de devolverme. Ahora ya no podía seguir evitándolo, todos mis miedos y mis inseguridades me llevaban justo aquí. Necesitaba entrar, necesitaba asegurarme de que estaba haciendo lo correcto, porque no podía dar este paso sin él.

Bajé del auto. Algunas personas que estaban cerca me miraron con curiosidad, pero las ignoré. Ya no me importaba lo que pensaran los demás, tal vez sí estaba loca, pero a quién le interesaba, ciertamente no a mí. Respiré profundo mientras sostenía con mis dos manos la larga tela de mi vestido. Era ahora o nunca.

Caminé por el largo sendero verde. Conocía exactamente el lugar, a pesar de que nunca lo había visto, mi madre lo había descrito para mí innumerables veces en los últimos dos años; así que, recordando cada una de sus indicaciones, finalmente llegué ahí.

Lucas Bianchi
Amado hijo y amigo

Me dejé caer en el césped frente a su lápida. Sabía que debía haber ido antes, que debía haber presentado mis respetos, y todo eso que se supone tienes que hacer cuando alguien muere. Pero... ¿Cómo podía ir a ese lugar y soltar una sarta de palabras vacías sobre lo gran amigo que había sido, lo mucho que lo amaba y lo extrañaría, si aún estaba tan jodidamente enojada con él por haberme dejado?

—Aún no te perdono por eso —murmuré con la voz rota, intentando no llorar —. Se suponía que debías ser tú en el altar hoy... Lo habías prometido.

Por mucho que hubiese intentado dejarlo ir, Lucas era una parte de mí que jamás desaparecería, y sentía que por mucho que dejara de pensar en él, por mucho que apartara su recuerdo hasta el fondo de mi cabeza, jamás sería capaz de dar un paso tan importante en mi vida sin él. Lo necesitaba a mi lado y esa era la única verdad que existía.

—Te extraño... Te extraño más de lo que puedes imaginar... Aún no estoy lista... No puedo...

Llevé las manos a mi rostro mientras las lágrimas caían. ¿Cómo era que decir adiós resultaba tan jodidamente difícil?

—Conseguí un poema para ti —susurré limpiando mis lágrimas. Había venido a ese lugar porque necesitaba despedirme, pero no sabía cómo hacerlo —. Sé que te habría gustado... —Aclaré mi garganta tratando de encontrar las fuerzas que necesitaba para recitarlo. No había otras palabras que pudiesen describir lo que estaba sintiendo en ese momento, lo que había sentido desde el día en el que lo había perdido — "He aquí mi corazón, Dios mío; helo aquí por dentro. Ve, porque tengo presente, esperanza mía, que tú eres quien me limpia de la inmundicia de tales afectos, atrayendo hacia ti mis ojos y librando mis pies de los lazos que me aprisionaban. Maravillábame que viviesen los demás mortales por haber muerto aquel a quien yo había amado, como si nunca hubiera de morir; y más me maravillaba aún de que, habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él. Bien, dijo uno de sus amigos que "era la mitad de su alma". Porque yo sentí que "mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos", y por eso me causaba horror la vida... —Tragué tratando de aclarar mi garganta, necesitaba terminarlo; pero el adiós estaba atrapado en mis labios — Porque no quería vivir a medias... Y al mismo tiempo temía mucho morir, porque no muriese del todo aquel a quien había amado tanto...
— Oh, Dios, no podía más.

—Eso fue hermoso, ángel...

No quise voltear porque sabía que era él. Sabía a lo que había vuelto ese día, sabía que estaba ahí por mí.

—Es hora —susurró a mi lado y pude sentir nuevamente su aroma impregnando el aire a mi alrededor —. Tienes que ir.

—No puedo decir adiós todavía —Me quejé como una niña —. No puedo dejarte ir.

—Nunca me iré, ángel. Tú misma lo acabas de decir. Somos una sola alma en dos cuerpos, y mientras tú estés aquí, yo también lo estaré.

Gemí, mientras mi garganta ardía por las lágrimas. Lucas sonrió dulcemente y pasó su mano por mi mejilla haciéndome estremecer. Cerré los ojos por un segundo, dejando que aquella sensación me embargara una vez más.

—Siempre estaré contigo.

Escuché su murmullo en mi oído como una rápida ráfaga de viento. Llevé la mano al colgante que siempre llevaba en mi cuello, aquel que me había dado años atrás. Deslicé mis dedos por el frío metal y toqué la figura en forma de ángel en el medio. Una extraña curvatura rozó mi piel. Abrí los ojos y vi, para mi sorpresa que se había ido, volvía a estar sola en aquel lugar. Contuve las ganas de llorar y en cambio, solté el collar y lo sostuve entre mis manos.

Había un pequeño botón casi miniatura que no había visto nunca. Apreté fuertemente hasta que un suave clic resonó en el ambiente y el colgante se abrió en dos. Era un relicario, siempre lo había sido y yo no lo sabía. Miré en su interior y vi con tristeza los trazos finos de unas letras pequeñas grabadas dentro de él.




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