En el frío y mojado asfalto de una calle principal, piezas de una moto desmembrada ruedan huyendo del lugar en donde el cuerpo del motorista yace inerte.
Recubierto por una fina lluvia de pétalos multicolores del maltrecho ramo que portaba, una fuerte ráfaga de viento eleva éstos como confeti hacia la oscuridad del anochecer.
La nota que acompañaba al ramo permanece revoloteando indecisa alrededor del cuerpo como intentando discernir que hacer con las últimas palabras del joven que ahora, sin destino, se elevan volando hacia otro lugar, buscando nuevo dueño.
La fuerte ventisca se calma poco a poco con las primeras luces del alba dejando paso a una suave brisa que arrulla el indeciso papel hasta posarlo suavemente sobre los adoquines de una calle.
Cientos de zapatos de todos los tamaños lo pisan, lo arrugan, lo ignoran dejándolo sucio y malogrado.
Tras un tiempo no determinado una vieja deportiva lo arrastra adherido a su suela iniciando así un nuevo destino para él. A cada paso que da puede notar una tenue cojera y el pinchazo doloroso que hace que el musculo contraiga compulsivamente el pie al andar.
Recorridos unos pocos metros, en un semáforo, una mano temblorosa lo despega y libera del constante trajín al que ha sido sometido.