Cabalgaba por un vasto campo sin mirar atrás. “Ángel” estaba todo agitado y cansado, pero seguía corriendo sin detenerse en ningún momento. Había dejado el pueblo donde vivía hace unos kilómetros, pero todavía percibía el meteorito por el destello tan potente que desprendía. “Mira para adelante, mira para adelante”, decía Melody a cada momento con una voz agitada y nerviosa. Sabía que no lo iba a lograr, pero aun así seguía cabalgando con todas sus energías. Siempre nos aferramos a una última esperanza porque es lo último que se pierde. No iba a bajar los brazos, no se iba a dar por vencida. Tenía que intentar hasta el último momento.
La luz se hacía cada vez más fuerte y las esperanzas se iban desvaneciendo poco a poco, pero Melody seguía cabalgando. No iba a rendirse. Todavía le queda mucho camino por recorrer. No puede morir, no ahora. Podía lograrlo si tenía fe y esperanza.
De repente, escuchó un estruendo muy fuerte y los oídos se le taparon. Seguía cabalgando, como si las manos estuvieran pegadas a las riendas. Ángel no paraba de volar, aunque lo había exigido más de la cuenta. “No mires atrás, no mires atrás”, repetía para motivarse y no darse por vencida hasta que…
No entendía nada. De un momento para el otro estaba en su cuarto. Fue todo un sueño. El mismo sueño que venía teniendo hace años. Parecía tan real ese sueño que estaba toda agitada y transpirada, como si hubiera corrido una maratón de 20km. A pesar de que ese sueño se repetía, no podía evitar levantarse bruscamente, igual de agitada y de sudada. ¿Era normal que le ocurriera eso?
No se acordaba exactamente la primera vez que tuvo ese sueño, pero, a sus 25 años, lo estaba teniendo con más frecuencia. Se podía decir que casi todos los días soñaba lo mismo. Al principio no le daba importancia, pero ahora se estaba preocupando cada vez más, a medida que se repetía con más frecuencia.
Por lo general, uno se olvida casi siempre de lo que sueña o se acuerda una parte, pero no del todo. Sin embargo, ella se acordaba con lujo de detalles lo que ocurría en ese sueño. Las cabañas, los pinos, las pequeñas calles de tierra donde pasaban las carrozas y los habitantes del pueblo, la gente mirando y apuntando al cielo que estaba despejado e inundado por una luz enorme de un azul intenso. Llevaba puesta siempre la misma remera roja y falda de color azul, los mismos colgantes y pulseras y la misma banda roja en el pelo. Miraba al cielo y en cuanto veía la luz, Melody montaba rápidamente en Ángel y empezaba a galopar a toda prisa, esquivando como podía a la gente que se cruzaba en el camino, con miradas de desesperación y miedo. Siempre estaba escapando de la misma luz. ¿Cómo era posible que un sueño se repitiera tanto? ¿Podía ser que estuviera ocultando algún mensaje?
Necesitaba despejarse y olvidarse de ese sueño, sea de la forma que fuera: tomando, yendo a bailar y a correr, jugar al vóley, incluso consideró fumar, pero luego descartó esa idea. Le tenía que contar a su mejor amiga, Valentina Menezzi. La conoció en el jardín y de ahí se volvieron amigas incondicionales. Tienen las típicas discusiones y peleas, pero sé que puede contar con Valentina para lo que sea. Tal es así, que a ella le cuento todos sus problemas, preocupaciones o dudas antes que a sus padres (los quiero mucho igual). Era hora de pedir una consulta con su psicóloga preferida.
Llegó a las 22:00 al bar “Mermaier” en el barrio de Recoleta, en frente del Cementerio. En ese momento, el bar estaba colmado de gente y sonaba una canción de una famosa banda de rock. La barra estaba llena y apenas quedaban un par de mesas. Tuvo suerte de conseguir una en la vereda del bar y de que solo eran dos personas. Decidió esperar a Valen antes de ir a pedir una pinta para no perder el lugar. Le envió un mensaje y esperó su respuesta.
Después de 15 minutos, la llamó y respondió al instante. Valen le dijo que ya estaba a un par de cuadras (lo que podía ser cierto o no). Por suerte, nadie de los meseros se había acercado a preguntarle si iba a pedir algo porque ya no quedaban mesas libres. Además, la cola para pedirse una comida o una bebida era bastante larga. No quedaba otra que armarse de paciencia.
Unos minutos después, llegó Valen vestida con un jean blanco junto con una campera blanca y un top negro, además de llevar puestas unas botas negras. Y nunca faltaba el colgante de una piedra color ámbar, el cual era una extensión más de su cuerpo.
- Siempre tarde – fue lo primero que le dijo Melody al abrazarla y saludarla con un beso en la mejilla.
- Dejate de quejar. ¿Llegue o no? – respondió Valen con una sonrisa burlona.
- Espero que en el laburo no seas igual. Yo ya te habría echado – afirmó Melody y Valen se rió como si no le importara nada.
- Pareces mi vieja. Dejate de quejar y pidamos unos tragos – Melody se levantó y fue a hacer la fila a la barra.
Ya sabía de memoria que le gustaba a su amiga: el daiquiri de frutilla. Le fascinaba ese trago desde la primera vez que lo probó cuando festejó sus 18 años en un bar donde había barra libre. En cambio, ella se pidió una pinta porque la cerveza artesanal de ese lugar era una de las mejores de la ciudad, en especial, la ipa roja cuyo aroma y sabor la volvían loca.
- Valen, ¿a vos te pasa que siempre soñas lo mismo? – preguntó Melody mientras le daba un sorbo a su caipirinha casi lleno.
- No ¿por? –
- Porque siempre sueño lo mismo. No lo entiendo. ¿Es normal eso? – volvió a preguntar Melody mientras su amiga daba un trago al daiquiri que estaba casi vacío.
- Estoy estudiando medicina no psicología – respondió Valen.