Siempre el mismo sueño

Guerrero del arco iris

“¿Estoy vivo?” fue la primera pregunta que se hizo Thomas al despertarse. Se empezó a parar de a poco, todavía abombado por el impacto del meteorito. No quedó nada del bar que alguna vez perteneció a sus padres y que él heredó luego de su muerte: solo escombros y trozos de madera y vidrio destruidos. Sin embargo, no fue lo único que terminó de esa forma: las demás casas, bares y tiendas quedaron destrozadas por el meteorito cuyos restos estaban desperdigados por todo el pueblo.

Thomas se puso a recorrer el pueblo en busca de algún sobreviviente, pero lo único que encontraba a su paso eran cadáveres de gente mayor, niños, mujeres y hombres. Nadie había sobrevivido a semejante impacto. Solo quedaba él en pie, pero cómo es posible es algo que no tenía explicación.

De repente, todo se volvió negro. Javo no entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿Qué tiene que ver ese sueño con las respuestas que estaba buscando? ¿Por qué el espejo le mostraba otro de sus sueños? Se acordaba poco y nada de ese sueño, pero no aclaraba ninguna de sus dudas, sino que las profundizaba.

El silencio de la nada del espejo se interrumpe por el ruido de carruajes y del griterío de miles de personas que iban de aquí para allá. Thomas se fue a vivir a la ciudad después de que no su pueblo, en el cual vivió toda su vida, haya dejado de existir. Un extraño que transportaba mercancías se ofreció a llevarlo a la ciudad sin aceptar nada a cambio. El cambio era enorme: de vivir en un pueblo donde se conocían todos a vivir en una urbe donde nadie tenía modales o buena educación. Lo aquejaba la enormidad de la ciudad ya por el hecho de tener más de 3 calles. ¿Cómo podía acostumbrarse la gente a vivir en estos lugares? No le quedaba otra que adaptarse a los grandes cambios. ¿Encontrará a Joanne en esta ciudad o se habrá ido a otras tierras? Era mucho lo que tenía que procesar Thomas, pero lo primero que tenía que hacer era conseguir algún laburo, de bartender (si era posible), para subsistir.

Mientras él estaba contando las monedas que le había dado el mercader, gesto que se agradecía en un lado donde no abundaban los valores, una mujer lo empujó y le hizo desparramar todas las monedas. Thomas, enfadado por la actitud de la señora, se limitó a juntar las monedas sin reprocharle nada. No valía la pena en su primer día en esa ciudad meterse en una discusión innecesaria.

Había gente corriendo por todos lados, incluso los comerciantes abandonaban sus puestos. Thomas no entendía nada de lo que estaba pasando, hasta que alzó la cabeza: dos caballos que llevaban un carruaje se dirigían desbocados y a toda velocidad hacia él. “Genial. No me mató el meteorito, pero ahora me van a matar dos caballos” pensó Thomas que se agachó, alzó los brazos y cerró los ojos. Después de un tiempo, volvió a abrirlos y advirtió que todos lo estaban observando. Había caras de asombro en las personas que no podían creer lo que estaban viendo. Thomas no comprendía porque lo estaban mirando de esa forma hasta que miro hacia adelante: los caballos y el carruaje estaban paralizados en el aire como si se hubiera detenido el tiempo. Al notar esto, él se cayó en la calle de barro y salió corriendo, sin importar las monedas que quedaron tiradas en el suelo.

La imagen de las calles se evapora rápidamente para dar lugar al salón real de un castillo donde estaba sentada una mujer con una capa blanca que le tapaba el rostro y junto a ella había dos guardias, uno de cada lado. Arrodillado estaba Thomas.

- No hace falta que te arrodilles – le dijo la mujer y Thomas se paró.

- Estoy dispuesto a hacer lo que fuera necesario por la causa, incluso asesinar a quien se interfiera – prometió Thomas ante la misteriosa mujer quien lo analizó de arriba abajo. Observaba el más mínimo detalle, incluso las pupilas de los ojos, que pudieran dar muestras de traición o engaño.

- Mmmm… te noto dispuesto a hacer lo que haga falta. Me caes bien – dijo la mujer, que se retiró la capucha y reveló su identidad: era Joanne.

- Dije que te encontraría después de sobrevivir a la caída del meteorito. Ahora no pienso alejarme de tu lado – ella se acercó y le dio un fuerte abrazo. Thomas podía sentir como le caían las lágrimas de Joanne.

- Pensé que nunca más te volvería a ver. ¡No sabes la alegría que me dio saber que estabas vivo! – Thomas tenía una mezcla de emociones: por un lado, pudo volver a ver a su mejor amiga y, por el otro, ella no era la misma persona que había conocido. Era una persona completamente distinta. Sin embargo, él sabía muy bien que tenía que hacer lo mejor por ella.

Segundos después, Thomas apareció en una pequeña habitación donde había una cama bastante amplia, un librero, un armario y una alfombra verde. Thomas estaba en la ventana mirando el anochecer, como hacía con Joanne cada vez que iban al tejado del bar de sus padres. Dónde había quedado esa Joanne, que le había pasado, que le hicieron. ¿Cómo puede hacer que haya cambiado tanto una persona en tan pocos años? Él se hacía todas estas preguntas mientras jugueteaba con una llama blanca que salía de la mano derecha. Se negaba a aceptar que la mujer junto con la que creció era la misma que quería realizar un hechizo que iba a acabar con la vida de millones de personas, incluso las suyas. Tenía que hacer algo. Por el bien de todos y por el bien de ella.

Después de terminar de redactar la última carta, la colocó en una bolsa junto con otras cartas y se las dio a Mepax para que las llevará a sus respectivos destinatarios. “Ya sabes que hacer muchacho. Confío en vos”, le dijo Thomas y la paloma blanca empezó a batir sus alas y salió volando a toda velocidad mientras su dueño observaba como se alejaba. En el fondo le dolía lo que estaba haciendo, pero era la única forma de detener toda esa locura.

¿Qué tiene que ver todo esto con las respuestas que estoy buscando? ¿Qué me quieres decir? Javo ya no sabía qué pensar sobre lo que estaba viendo. Fue buscando respuestas y, en lugar de eso, se encontró con imágenes de sueños anteriores de los cuales se acordaba poco y nada, pero seguía sin entender que le quería decir el espejo. Tenía que haber una razón por la cual le mostraba todos esos eventos que todavía no podía descifrar. Todos estaban conectados de alguna forma y contaban una historia, pero eso no era lo importante. Había algo más que tenía que figurar.




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