Siempre el mismo sueño

Magic

Durante toda la semana y parte de la siguiente, el sueño se repitió de forma diaria. La misma secuencia todos los días y Melody levantándose transpirada y extenuada. Sin embargo, no se limitaba solo a las noches, sino que ahora también la perseguía en todo el día. En el laburo, en el almuerzo, en la cena, en el auto, en el bondi, en el subte, en una reunión con amigas, etc. No podía dejar de pensar en ese maldito sueño que la aquejaba todas las putas noches. Era como un ciclo sin fin que no tenía ni principio ni final. Un loop infinito del que no había salida y no veía la luz.

Había momentos en los que se preguntaba si ese sueño le quería dar un mensaje. ¿Realmente será verdad que está escapando de algo? En caso de que eso fuera cierto, ¿de qué está escapando? ¿Será una premonición de que va a caer un meteorito en el futuro? No, imposible. Pensaba que se estaba volviendo loca o, a lo mejor, ya lo estaba. ¿Será que algo o alguien la estaba persiguiendo?

En una de esas tantas noches en las que se levantaba después del impacto del meteorito sobre el pueblo (cuyo nombre todavía no tenía ni la más pálida idea de cual era), miraba a la mesita de luz, la encendía y veía el silbato con forma de halcón. No podía seguir así: tenía que despejar las dudas que tenía con respecto al significado de esos sueños. De lo contrario, la iban a tener que internar en un manicomio y no quería llegar a ese extremo. Tenía que haber una solución y la tenía que encontrar a toda costa. No podía negarse a cualquier tipo de ayuda a esta altura del asunto. Ese sueño la estaba carcomiendo la cabeza y no quería que empeorara la cosa. Tenía que apelar a lo que fuera.

Decidió esperar una semana más porque justo ese finde se veía con su viejo que lo ve poco. Ya no le cambiaba más si era una semana o dos o un mes. En la semana era imposible porque laburaba y no podía inventar como excusa para faltar “tengo un problema para dormir” porque se le iban a cagar de risa en la cara. Podía fingir que padecía una enfermedad, pero para eso tenía que truchar un certificado médico y antes tendría que conseguir un médico… todo un quilombo. Un viernes a la noche iba a ser perfecto, además de que con un par de días iba a bastar.

El viernes a la tarde, mientras tomaba unos mates, le avisó a su mamá que se iba a dormir a lo de Cami (una amiga de la secu) porque mañana a la mañana salían para su casa de campo que tiene en Luján (esto último era cierto). Su vieja no se entrometió demasiado en el asunto y le dijo que le avisé cuando llegaba y que la pasé muy lindo.

Después de avisarle a la vieja, Melody le avisó a Cami que si su mamá le llegaba a preguntar algo que le inventé que estaba en su campo. Al contrario que su madre, Cami la empezó a bombardear de preguntas y no paraba de mandar audios pidiendo explicaciones. “Siempre tan curiosa. Lo era en la secundaria y todavía lo es. Nunca va a cambiar”, pensó Melody mientras inventaba una historia que resulté verosímil. Tuvo que explicarle que un chongo de su anterior laburo con el que venía saliendo hace un par de meses, pero con el que todavía no había formalizado su noviazgo, la invitó a su casa de country, que estaba en Pilar, a pasar el finde. Le tuvo que dar el nombre de un amigo del laburo que sabía que tenía su perfil en Instagram en privado, y le tuvo que contar como era, cuando empezó a salir con él y otras cosas. “¡No puedo creer que no me hayas contado esto antes!” le recriminó Camila y Melody le replicó que nunca tenía tiempo para juntarse porque siempre tenía algo para hacer. “Algún día de estos nos juntamos. Te lo prometo”, asintió Melody, sabiendo que eso no iba a ocurrir como otras tantas veces. Lo más importante lo había logrado igual: que Cami le diga a su vieja que estaban en su casa de campo.

Al caer la noche, ya con el bolso preparado, el cual estaba pesado para ser un par de días, Melody le avisó a Valen que iba a ver a alguien por el tema de los sueños y que no le cuente nada a su vieja (quien se había ido a cenar con sus amigas). Valen, que siempre se preocupaba cuando salía con un extraño (al punto de ponerse paranoica), incluso más que su mamá, le hizo miles de preguntas y no paraba de repetirle “¿Estás segura de esto?” o “No lo conoces al flaco este. Mira si es un violador”. Y siempre le respondía lo mismo: que tenía que hacer esto, que no aguantaba más esto de los sueños y que esté tranquila que no le iba a pasar nada.

- No te voy a detener. Si lo quieres hacer, hazlo – le dijo Valen con tono serio.

- Mira, si no estoy en casa para el lunes, martes a más tardar, llama al 911 y hace la denuncia – sabía que podía confiar en Valen. Si prometía algo, ella siempre cumplía. Nunca rompía una promesa, menos si venia de su mejor amiga.

- Dale, lo prometo. Suerte, amiga. Cuídate – dijo Valen quien cortó sin darle a Melody tiempo para despedirse.

El discurso de Valen y sus preocupaciones la hicieron dudar. ¿Y si este hombre tenía otras intenciones? ¿Y si Valen tenía razón? ¿Y si terminaba como otras de esas pibas, tiradas y muertas en un río o en un descampado? No quería que su vieja tuviera que ir a la morgue a reconocer su cuerpo. De solo imaginarlo, le daban ganas de vomitar. ¿Qué otra opción tenía? El sueño no paraba de repetirse y tenía que encontrar una respuesta sí o sí. Además, es muy raro que alguien te dé un silbato con forma de halcón. Le habría dado su número de celular o la habría invitado a salir, pero desde cuando alguien te da un silbato. La suerte ya estaba echada.

Con todas sus fuerzas, tocó el silbato y en unos instantes se abre un portal por el cual aparece el pibe de la librería vestido con un poncho de color beige y unos pantalones holgados de color marrón.

- ¿Estás lista? – le preguntó el pibe de la librería al verla parada con la mochila.

- Sí. Hagamos esto – afirmó Melody y se metió dentro del portal.

Después de vomitar por el efecto secundario de la teletransportación, ella pudo observar en donde se encontraba: el cielo estaba lleno de estrellas, había arbustos y cactus y el viento soplaba con fuerza. Sin embargo, lo que más la sorprendió, fue el cerro que se alzaba ante su vista, como si un artista lo hubiera pintado. La paleta de colores que tenía aquel cerro era magnética y podía estar horas apreciándolo.




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