Siempre el mismo sueño

Livin' on the Edge

Era un sábado por la mañana y Juli estaba tirado en la cama. Podía escuchar a los pájaros cantando y al camión que pasaba todos los días para comprar electrodomésticos o muebles que la gente ya no usaba. Cuando decide salir de la cama, empieza a sonar el ringtone de su celular: era un número que no tenía agendado.

- Hola – respondió Juli. Su voz de dormido era indisimulable. Necesitaba un buen café para recargarse, a pesar de que ya casi era la hora del almuerzo.

- Hola, Juli. Soy Vero, la mamá de Javo – Juli percibía que la vieja de su mejor amigo estaba a punto de tener una crisis nerviosa. ¿Qué habrá pasado?

- Hola Vero. ¿Pasó algo? – aunque era obvio que ocurría algo, Juli quería saber si la vieja de su amigo tenía la misma preocupación que él: el paradero de su amigo. Era raro que no le haya hablado por tanto tiempo. Incluso cuando estaba ocupadísimo, intercambiaban un par de mensajes.

- Es Javier. Hace una semana que se fue de casa. Él nos había avisado que se iba a hacer un TP, pero es muy raro que no haya vuelto. ¿Sabes algo de él? – la vieja sabía de las actividades mágicas de su hijo, pero no se entrometía en esos asuntos. Juli sospechó que este era el caso porque no había otra razón posible. Sabía que su amigo no quería que se meta en sus asuntos mágicos, pero no le quedaba otra que pedir ayuda.

- No, no sé nada. Pero trataré de averiguar qué le pasó – Juli no quería asegurarle nada a Vero, pero tenía que llevarle tranquilidad.

- Si me podes hacer ese favor, te estaría muy agradecida. Estamos desesperados con Robert. No sabemos si llamar a la policía o seguir esperando – la vieja de Javo estaba por desmoronarse. Por suerte, Juli ya tenía algo planeado (de incierto resultado).

- Dale, si averiguo algo de Javo, te llamo inmediatamente. Estate atenta al celu – afirmó el joven.

- Dale, mil gracias, Juli. Hasta luego – la madre de su amigo cortó la llamada y al instante Juli llamó a la Hechicera Austral: su amigo le había pedido que agende el número de su maestra en caso de emergencias. “SOLO PARA EMERGENCIAS Y NADA DE PASARSELO A MIS VIEJOS”, a Juli le parecía raro que no le haya pasado el número de su maestra a sus viejos, pero tampoco quería indagar tanto. Seguramente era por la misma razón que no le contaba a él del mundo escondido: para proteger su vida e integridad física.

La primera vez que llamó, el teléfono lo mandó al contestador. En la segunda iba a ocurrir lo mismo. “La puta madre” maldijo Juli que pensaba que podía estar haciendo la Hechicera Austral un sábado por la mañana. Si no le contestaba esta vez, iba a buscarla a la dirección que le había pasado su amigo. Juli volvió a corroborar si el número que le había dado su amigo estaba bien y volvió a llamar. Uno…dos…tres pitidos, pero no contestaba nadie. A la cuarta cesó el sonido de espera y se escuchó la voz de una mujer mayor.

- Buen día – respondió la bruja con tono de fastidio. Parecía que no tenía ganas de responder.

- Hola ¿hablo con la Hechicera Austral? – preguntó Juli cordialmente.

- ¿Con quién hablo? – Saraia desconfiaba siempre de las llamadas de desconocidos. Por eso no le gustaba usar un celular.

- Soy Juli, amigo de Javo. No sé si alguna vez te hablo de mí – afirmó Juli que quería sonar firme para que no crea que estaba mintiendo (a pesar de que no lo estaba haciendo).

- Creo que me habló alguna vez de vos. El tema es que no hablo tanto con Javier sobre nuestras vidas privadas – la Hechicera Austral se había abierto un poco más, lo cual era una buena señal.

- Resulta que Javier no aparece hace una semana y sus viejos están desesperados, bueno, resulta que yo también estoy muy preocupado. ¿Sabe dónde podría estar Javo o en que se metió? – Juli sabía que tenía que mostrar la mayor preocupación posible para que Saraia le creyera cada una de sus palabras. Ella era la única que podía encontrar a su mejor amigo.

- Mmm… no se si me estas mintiendo o no. Nos vamos a encontrar en Plaza Lezama a las 15:00 en punto. Ni un minuto más ni uno menos – parecía más una orden que una pregunta, pero Juli había logrado lo que estaba buscando.

- Muy bien. Ahí estaré. Nos vemos – la llamada finalizó y Juli fue a la cocina a prepararse un café con leche.

A la hora acordada, Juli se sentó en un banco de los muchos que había en Plaza Lezama. La Hechicera se había olvidado de especificarle el lugar ya que la plaza era grande. Él podía hablarle por WhatsApp, pero desistió de esa posibilidad ya que no tenía la confianza necesaria para hacerlo. Decidió hacer tiempo boludeando con algún juego que no necesite datos para usarlo. Cuando estaba enfocadísimo en el juego, una mujer mayor con un conjunto deportivo se le sentó al lado.

- ¿Julián, no? – la Hechicera no lo miraba a Juli y hablaba en voz baja como si los estuvieran vigilando.

- Sí, me imagino que vos sos la Hechicera Escarlata – Juli no sabía cómo dirigirse a la mujer para no incomodarla o dar una mala impresión.

- Llámame Saraia. Así que estás buscando a Javier – la Hechicera Escarlata seguía mirando a los niños que estaban jugando en el parque y a las familias que estaban tomando mate.

- Hace una semana que se fue de su casa y nunca volvió. La vieja me llamó desesperada – Juli sabía que no le estaba diciendo nada nuevo, pero se lo repetía por las dudas.

- Mmm… ya sé dónde podría estar y que pudo haber hecho. Primero tenemos que ir a mi casa – la Hechicera pensaba en voz alta y Juli no sabía si comentar algo. No quería distraerla.

- Este Javier. Ya sé en que se metió. Siempre haciendo lo mismo. Nunca aprende – Saraia se levantó y le hizo una seña para que la siguiera. Juli dudaba de si preguntarle a la Hechicera en que se había metido su amigo, pero prefería despejar sus dudas cuando aparezca Javo.

Javo estaba sentado en una reposera jugando con su viejo al truco mientras su vieja estaba leyendo una revista. El sol estaba tan fuerte que en el instante en que salían de la carpa se quemaban todo el cuerpo. Siempre era el mismo destino, pero Javo no cambiaría nada de eso por estar con sus padres. En el momento en que estaba por ganarle por segunda o tercera vez en su vida, se acercó una persona a la mesa en la que estaban jugando.




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