Siempre Fuimos

PRÓLOGO

Un día no tan cualquiera del año 2011

     Qué extraña manera de trabajar tiene la mente. Cuando los momentos son de gozo, parecería que nos roban preciados segundos que queremos o deseamos seguir disfrutando. Por el contrario, cuando esos momentos son tortuosos, los segundos se convierten en una eternidad.

     Y vaya que para Alexa, correr bajo la lluvia, estaba siendo un gran suplicio, y su destino parecía nunca tocar. Llegar a casa era lo único que ella quería, o bueno, llegar a la casa de su mejor amigo Joshua, donde residía desde los ochos años, tras la muerte de su hermana y sus padres.

     Las gotas de lluvia arreciaban con cada metro que ella avanzaba, golpeando su triste rostro lleno de decepción.

     ¿En qué momento se le ocurrió ir a esa fiesta llena de universitarios y preparatorianos? Aun podía sentir en sus fosas nasales el hedor del humo de cigarrillo, mezclado con el sudor y otras sustancias toxicas. Si bien, el humo del cigarro no era un mayor problema para ella, pues lo había probado, y lo había hecho muy bien en casa de su amiga, lo demás sí que logró contrariarla. Le gustaba un poco el peligro y la aventura, pero tampoco era para llegar a los extremos y convertirse en una presa fácil de abuso sexual o trata de blancas, ¿verdad? Seguramente sus prendas olerían a tabaco y a un poco de hierba. Ya se veía en un juicio frente a sus protectores Malcolm Parker y Raphael Bennett. Sin embargo, no era lo que realmente preocupaba su existir.

     Su mente corría alrededor de una pregunta: ¿Qué pudo haber visto en la chica nueva del colegio, para pensar que podría ser su mejor amiga?

     Alexa no era del tipo de personas sociable, se limitaba a ser amable con quien creía que lo merecían y osca con quien no le agradaba o simplemente le daban igual. No obstante, al ver a la chica nueva entrar al salón de clases, Alexa hizo una excepción y se dijo a si misma que llegaría a ser su amiga, y reafirmó el pensamiento, cuando la otra le sonrió antes de sentarse en la última fila y el ultimo asiento. Dos semanas ya habían transcurrido desde entonces para cuando la chica nueva invitó a la pequeña Ax a su casa: una pijamada y esas cosas. Pero Alexa no esperaba que escaparan de la casa y fueran a parar a una fiesta casi ilegal. No le preocupó en su momento, pues sabía que no llegaría la reprimenda adecuada de dos padres preocupados por el mal comportamiento de su hija de doce años.

     Ya era pasada la media noche y que lloviera en Farmington ya era un mal augurio. Ahora, que una niña fuese sola, a través de la oscura noche, corriendo y casi llorando, no parecía traer nada bueno.

     Con todo llegó sana y salva al pórtico de la linda y suntuosa casa de los Parker.

     Agradecida por las mil copias de llaves que el señor Parker le entregó al mudarse allí, con manos temblorosas buscó la de la entrada, pero más tardó en encontrarla que en lo que la puerta se abrió. Un agradable y dulce chico apareció detrás del umbral de la puerta, ataviado con un impermeable azul marino, resaltando la belleza natural de sus ojos azules, o quizá verdes.

     —¿Qué haces aquí? —preguntó con evidente sorpresa el chico de bella mirada, Joshua.

     Alexa entró a la casa, pasando por alto que mientras escurría de pies a cabeza, ensuciaba el piso que durante el día limpiaron pulcramente alguno de los empleados domésticos, seguramente Betty. Claramente no era asunto suyo. Quiso ignorar la pregunta de Joshua, pero al ver que el chico seguía esperando por su respuesta, resopló algo irritada quitándose la sudadera que no dejaba de gotear sobre la blanca baldosa.

     Obviamente Joshua no pudo ignorar el estado en el que se hallaba su querida Alexa y su rostro dejó de mostrar esas pequeñas arrugas de disgusto que se formaron en su frente cuando la vio en la puerta. Era evidente que estaba preocupado y su preocupación se había vuelto enfado, pero sólo un segundo le duró. En ese momento únicamente deseaba calmar el tiritar de Ax por el frio de la noche y la lluvia. Incluso toda escurrida del cabello para él era adorable.

     —¿A dónde ibas? —cuestionó Alexa, evadiendo la pregunta de Joshua.

     —A una fiesta. —El ceño de Joshua se arrugó al ver como los labios de Ax se volvían morados—. ¿No se supone que deberías estar en casa de tu amiga esa? ¿Cómo se llama?

     —Kathara —contestó con resentimiento, evitando mirar a su amigo a la cara—. ¿Tú papá sabe que iras a una fiesta? — contestó y sonrió, fingiendo inocencia, porque era muy consciente de la capacidad que tenía para desviar los temas que comenzaban a señalarla a ella.

     No podía controlar el castañeo de sus dientes y se estaba jurando por todos los viajes a Italia que deseaba hacer cuando grande, que jamás volvería a hablarle a esa inhumana mala amiga. Sentía la piel de su rostro resecarse y estirarse, provocándole un suave ardor. Sus ojos también ardían y al parecer había perdido la movilidad de sus pies, porque ya no los sentía. Y ni hablar de sus manos, podría tocar algo y congelarlo en el acto.

     —Mi padre seguramente debe estar en algún bar, perdido de borracho —contestó Joshua, acercándose a la estatua de hielo en la que se convertía Alexa. Frotó con delicadeza sus brazos—. Estás helada. ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué te saliste así en la noche?

     Alexa no pudo sortear hacer un par de pucheros, que la evidenciaron. Abrazó a Joshua sin importarle que pudiese mojarlo y escondió su rostro en el pecho del muchacho. Qué bien se sentía su calor.

     —Vas a enfadarte conmigo —murmuró, sin la intención de dejar de esconder su rostro.

     —Vamos, sabes que no puedo enojarme contigo. Es que no entiendo...

     —Kathara me pidió que la acompañara a una fiesta cerca del residencial —anunció Alexa y levantó la mirada en dirección a su amigo, arrepentida—. Tuvimos que salir a escondidas de su casa. Me dijo que había quedado de verse con un chico, su novio o algo así, y prometió que no tardaría. Pero sí que tardó. Me dijo que ya era hora, pero nunca entendí de qué era hora. No supe a donde se fue. Era como una mansión abandonada y los chicos ahí estaban bebiendo muchísimo y se estaban drogando, Joshie. Ya no quería estar ahí. —Lo miró, como miraría un perro a su dueño después de morder los zapatos más caros del armario.




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