Siempre Fuimos

A veces regresamos a donde fuimos felices, aunque ese lugar ya no sea el mismo

    —Despierta, ya es hora de levantarnos —susurré en el oído del chico apuesto que dormía al otro lado de mi cama y lo zarandeé un poco.

     El hombre infantilmente se quejó y giró bruscamente, atrapándome contra él y la cama, con su brazo.

     —Sólo un momento más —pidió con voz ronca, sin ni siquiera hacer el intento por abrir los ojos.

     —No, ya es tarde —comenté quitándome su brazo de encima—. Ya tienes que irte.

     Por el reflejo de las luces que asomaban a través de las rendijas de las persianas, sabía que faltaba poco para amanecer, pero aún se mantenía oscuro. Estar en Italia, con los días más largos en invierno, resultaba algo desconcertante, pero poco a poco me fui adaptando a ello.

     —Nunca importa si son las doce del día o las cinco de la mañana, siempre es tarde para estar un momento más conmigo — expuso Enzo, tristemente, sentándose a la orilla de la cama, con medio torso desnudo.

     Enzo Cittadella era un lindo florentino que conocí apenas dos días después de llegar a Florencia, en una tienda de deportes donde él trabajaba, cuando fui a comparar precios de bicicletas.

     Era un chico alto, moreno, con facciones cuadradas, nariz recta y unos preciosos pómulos resaltando sus mejillas y ojos café, experto en la cama. Me hacía gracia como peinaba su cabello castaño hacía atrás con gel, y por las mañanas, cuando tocaba que nos alcanzara el amanecer, despertaba despeinado con un mechón cayéndole en la frente. Me gustaba mucho aquel hombre, pero no era suficiente, por lo menos no para mí, no me atrevía a hablar por él.

     Desde un par de meses atrás comenzó a insistir en dar un paso más en la relación, pero a mí sólo me gustaba en mi cama, no en los desayunos, ni el cine, ni los museos, ni mucho menos con toda su ropa junto a la mía.

     —Enzo, por favor, no comiences de nuevo. Estamos bien así. Formalizar o algo lo arruinaría —expliqué, aventándole su camisa, que levanté del desorden de prendas desparramadas en el suelo.

     Con Enzo tenía de dos a tres encuentros nocturnos por semana. Me gustaba así, sin compromisos y sin sentimientos. Yo no podía sentir algo más que aprecio por él y eso no me alcanzó nunca para darle un sí a sus tantas peticiones de noviazgo. Sabía que lo hería, pero seguía buscándome y yo terminaba cediendo a sus encantos eróticos.

     —Algún día—dijo, cuándo atrapó la camisa, y se la puso.

     Me limité a ignorar su mirada, mientras buscaba mi ropa interior.

     Cuando estuve completamente vestida y él también, afortunadamente encontré mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón.

     Vaya que tuvimos una noche movidita después de que saliéramos a beber unos tragos a Strizzi Garden en Santa Maria Novell, cerca de mi edificio en Santa Croce.

     Al ver la hora en mi teléfono móvil, casi me dio un infarto, o fingí que me daba un infarto, para ser honesta. Tenía que viajar ese día y mi vuelo salía a las doce. Apenas eran quince minutos para las seis, pero yo en serio necesitaba que se fuera, para preparar mis maletas y mi psique.

     Después de tres años, regresaría a Farmington. Después de tres años, vería de nuevo a mi mejor amigo Joshua.

     Enzo guardó en silencio todas sus pertenencias, llevándome a preguntar cómo es que había llegado su identificación debajo de la cama.

     Lo acompañé hasta la puerta y cuando quise despedirlo con un beso en la mejilla me detuvo, tomándome del mentón, para dejarnos cara a cara.

     —Pude haberte llevado al aeropuerto. ¿Cuándo vuelves? —Me preguntó amargamente, soltando mi rostro cuando sacudí disimuladamente mi cabeza.

     No me gustaban sus demostraciones de cariño tan intensas.

     —No lo sé, quizá en un par de días. Te aviso cuando vuelva —contesté, con una sonrisa un poco forzada.

     Me sentía mal por él y me incomodó que me mirara de ese modo tan dulce y triste, pero yo no podía hacer nada para corresponderle.

     —Ten buen viaje, donna goffa —se despidió de mí, con ese sobrenombre con el que me bautizó, que se traducía como chica torpe, cuando recién nos conocimos.

     Tiré toda la hilera de bicicletas en exhibición, justo en sus narices, dándole más trabajo del que ya tenía.

     —Ciao, Enzo —me despedí de él, cuando se giró, alejándose.

     Yo nunca tuve la intención, ni la situación, para ponerle un sobrenombre.

     Antes de cerrar la puerta, me fijé en que había un sobre tirado justo en mi entrada. Lo levanté y me di cuenta que no tenía remitente, solo destinatario, que era mi dirección en Italia y la fecha del jueves; dos días atrás.

     Salí a la pequeña terraza de mi apartamento y me senté en una de las dos pequeñas sillas, frente a una mesita de madera. Mi objetivo fue alquilar ese piso en cuanto supe que tenía aquella terraza. Me costó esperar unos quince días para que me aceptaran el alquiler, pero valió la pena. Todo el apartamento valía la pena, pese a que era muy pequeño, donde apenas podían entrar dos personas.

     Fue difícil encontrar donde vivir en el centro de Florencia, sin embargo no desistí hasta que hallé ese lindo piso en el barrio de Santa Croce, justo en el corazón del centro histórico de Florencia. Aquel barrio me acomodó perfecto al ser muy vital: tenía pubs, restaurantes y bares a la vuelta de la esquina y podía llegar el centro histórico en menos de diez minutos caminando; la razón por la que conocí a Enzo en busca de una bicicleta. En Florencia tenías todo al alcance, descubrí lo innecesario que era un taxi, o un auto, en esa zona.

     Abrí el sobre, sintiendo un pequeño escalofrío por el aire frio. En invierno la temperatura rondaba entre los doce grados centígrados y cero grados.

     Estimada señorita Baley:

     Me complace informarle por este medio, sobre mi afianzamiento con usted y su proyecto filantrópico en La Toscana. Terminé los últimos detalles hace un par de días con mi representante legal y su asesor. Deseo esté conforme con la suma de dinero que se depositó en la cuenta que se me proporcionó al interesarme en su obra de caridad, expuesta públicamente por el director de la Universidad de Florencia, Santino Cavalcanti.




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