Siempre Fuimos

Olvidarte de algo significa que en algún momento será recordado

 

Me encontré en un callejón sin salida, hace un par de meses. Por más que quería averiguar quién era y de donde era realmente Lusian, no llegaba a ningún lado. Me dediqué a buscar en bibliotecas físicas y virtuales, algo que hablara sobre la profecía y sobre un ser con las características de Lusian, pero sólo encontraba lo que ya sabíamos todos los humanos sobre la tierra: Dios, arcángeles y el diablo.

Tampoco encontré nada sobre la profecía, y vagamente pensé, que esa información podría estar resguardada bajo llave en el Vaticano, por lo tanto envié un par de correos, solicitando entrar a su biblioteca privada, pero como era de esperar, no tuve respuesta. Probablemente me sumé a la lista de los obsesionados y locos adoradores de sectas, pero no me importó, quería saber toda la verdad. En conclusión, sólo teníamos el libro de Lusian y aquel sospechoso libro en el despacho de su padre, el cual le pedí amablemente más de diez veces, pero siempre inventó excusas para no dármelo, razón por las que mis sospechas aumentaron.

Para nuestra suerte, por casi un año, Lusian y yo no habíamos tenido visitas inesperadas. Nadie nos molestó desde el día en que nos mudamos a Italia, un par de semanas después de empezar nuestra relación en Farmington. Era tentador pensar en que por fin había sido liberada de tan tortuosa pena siendo la Elegida, pero no me atreví a crearme demasiadas esperanzas. La única esperanza, que se apagaba como una pequeña vela, era la que me había dado aquel ángel de alas negras; pero tampoco conseguí información sobre él, así que estaba estancada.

De cualquier modo, nada me detuvo de disfrutar mi tiempo a lado de Lusian, aunque a veces era un pesado y molesto ser extraño que gustaba de hacerme enfadar.

Estábamos a un día de celebrar nuestro primer aniversario juntos y había hecho planes para el siguiente, sin decirme cuales, obviamente. Sin embargo, sabia del buen gusto de Lusian por la comida, la ropa y el sexo, así que no me preocupé por el lugar ha donde fuese que tenía pensado llevarme. Y me emocionaba tener una cita con él, aunque habíamos tenido apenas una hace unos días, en un lindo restaurante en Sicilia.

Me moría de ansias por salir de trabajar, para poder buscar un lindo vestido para la ocasión tan especial.

En el apuro de escanear unos papeles que debía enviarle a Raphael, mi teléfono móvil comenzó a sonar.

Al mirar la pantalla, mi corazón dio un brinco contra mi pecho y las mariposas en mi estómago revolotearon emocionadas. Increíblemente, después de un año, ver el nombre de Lusian llamándome me seguía afectando como la primera vez.

—Buonasera, amore mio! —contesté enseguida, con voz alegre y cantarina.

—Diablos, Alexa. Sabes lo que provoca en mi anatomía que me hables en italiano —Gruñó Lusian al otro lado de la línea, haciéndome sonreír.

—Lo sé, es que me siento inusualmente falta de afecto hoy —ronroneé, sentándome en el pequeño sofá antiguo de cuero, que adornaba austeramente mi oficina en la universidad de Italia.

Santino se había visto muy amable al ofrecerme una de las oficinas que no eran ocupadas por los profesores de la Universidad, por lo que me propuso poner ahí la sede de la casa Hogar, en lo que está quedaba lista para ser inaugurada, y para eso aún faltaba algo de tiempo. Otra de las cosas que me estaba frustrando junto con lo de la profecía.

—¿De qué clase de afecto estamos hablando, dulzura? —Preguntó Lusian, en tono sugestivo.

—De ese que me das, cuando te deshaces de mi ropa — dije, mordiéndome el labio, imaginando que ya tenía las manos de Lusian encima.

—Tenía pensado llegar en veinte minutos por ti, pero me temo que serán cinco.

—No, con calma, el punto es que llegues. Te extraño... —musité, sintiendo que las partes más ocultas de mi cuerpo se calentaban solo al escuchar la voz de Lusian.

Me sorprendía el estar tan ansiosa por que Lusian me hiciera el amor. No es que no lo hiciéramos muy seguido, de hecho la última vez había sido la noche anterior, pero extrañamente, se sentía como si no lo hubiera sentido por meses, y lo añoraba con locura.

—Y yo a ti, pero es tu culpa. Insistes en que deje de ser un holgazán... no es que tengas que mantenerme, tengo mi propia fortuna —comentó, sonando tal vez un poco ansioso.

Algo me decía que no iba a esperar a llegar a la casa. El auto me parecía una muy buena opción, aunque no era mi favorito.

Lusian había insistido en comprar un auto para los viajes diarios a la casa hogar, pero a mí me gustaba andar por Florencia a pie, o en bicicleta. Las calles eran demasiado perfectas y admirables como para ensuciar su imagen con autos innecesarios. Sin embargo, sí era necesaria la posesión de uno, por lo tanto, para darnos el permiso de comprarlo, condicioné a Lusian de que sería él quien atendería todos los asuntos relacionados con la reconstrucción del castillo, en cuestión de materiales y obra.

Por supuesto que se compró un descapotable blanco, para no variar.

—Lo que tú quieres es que ninguno de los dos salga de casa... —dije, poniendo los ojos en blanco, pese a que sabía que no podía verme.

—¿Y por qué no? Me gustas en la cama, sin ropa de ser posible —comentó, dejándome escuchar una sonrisa en su voz.

—Pero me gusta trabajar y que seamos un equipo en esto. De todos modos, deja de quejarte, tu papá hace la mayoría del trabajo. Y te recuerdo que igual debes levantarte para ir al gimnasio.

—Eso no pasaría si hubiésemos comprado un piso más grande en donde pudiera tener mi espacio de entrenamiento privado.

—Me gusta nuestro lugar, Lu... ahí empezó todo.

—No es cierto, empezó todo en Estados Unidos, pero sí, en ese lindo lugar te enamoraste de mí, pequeña criatura mimada.

—Por cierto, hablando de mimadas. Fiorella insiste en que asistas a la reunión de mañana. Creo que quiere bajarte la cremallera. Ven por favor, tal vez si usas tus encantos, podríamos sacarle unos cuantos billetes más.




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