Siempre Fuimos

No es necesario morir para conocer el infierno

 

ALEXA

Observé a Lusian salir de la habitación, admirando con el corazón estrujándose en mi pecho, como sus hombros subían y bajaban en tensión. Podía adivinar que no le hacía ninguna gracia tener que dejarme, pero ere crucial que tuviera una charla con Daniel y él no podía estar presente.

El ángel en el dormitorio siguió a Lusian con la mirada, hasta que salió y con recelo puso su atención en mí. Sus ojos brillaban con humedad y sus pupilas bailaron sobre las mías, con aflicción. Me sonrió tristemente y se acercó lentamente hasta ubicarse en mi costado, acuclillándose a mi lado.

—Él no parecía muy contento contigo —murmuró, torciendo sus labios en una sonrisa menos triste, más divertida.

—Sé que no son amigos otra vez, Dan... —musité falta de aire y tragué con dificultad. Hasta eso me costaba más de la mitad de mi poca energía —. Escuché todo lo que tú y él hablaron.

Pese a que mi cuerpo no puso en ningún momento de su parte para acatar las órdenes que mi cerebro le enviaba, para poder moverme o abrir los ojos, la mayoría del tiempo estuve consciente de lo que ocurría a mí alrededor. Y aunque hubiese podido abrir los ojos y anunciar mí conciencia, no lo hubiera hecho.

Me convino más mi estado, porque sólo así iba a poder enterarme de toda la verdad. Lusian no iba a tener intenciones de decírmelo, estaba segura de ello. Por ello moví un poco las piezas del tablero, para que pudieran dejarme a solas con Daniel. Y no porque necesitara aclarar dudas, no las tenía. Había otra razón, mucha más grande.

Sus ojos fueron la expresión perfecta del asombro y el abatimiento instantáneo. No pude evitar sentir pena por él, porque también sufría por lo que acontecía y no había nada que pudiera calmar su dolor. Lo sabía. No existía un remedio que evitara que un corazón se rompiera, aunque lo tuviera la persona equivocada.

—No pensé que pudieras escucharnos... has estado fuera de juego por días —confesó y se puso de pie.

Me moví apenas, para dejarle un poco de espacio a la orilla de la cama y di un par de golpes en el colchón, invitándolo a que se sentara junto a mí.

Ni siquiera lo dudó. Con un brillo suspicaz en sus ojos se sentó a mi lado, dejando una de sus piernas por debajo de su cuerpo y rozó su pulgar en mi mejilla.

—No hay nada que pueda decir que me redima de mis errores. Fue la única manera que tenía de amarte y hasta en lo que parece sencillo de hacer, lo hice mal... —dijo, retirando su pulgar.

Tomé una respiración profunda y ladeé un poco la cabeza, acomodándola mejor sobre la almohada. Estar acostada tanto tiempo hacía estragos en mi columna y mi cuello.

—No pedí quedarme a solas contigo para culparte o exigir disculpas. Pero no quiero que Lusian sepa que sé... no quiero mortificarlo más. No puedo... —cerré mis ojos, porque era difícil mantenerlos abiertos—. Y es que quiero agradecerte...

—¿Agradecerme? —Preguntó contrariado.

—Sí, no deberías sonar tan sorprendido —dije, sonriendo débilmente —. Me mantuve insegura por muchos años sobre lo que me hacías sentir. Sobre todo cuando volviste... porque no sabía si guardarte rencor por los secretos o temerte por lo que representabas sobre la perdida y la devastación.

Guardé silencio, porque se me fue el aire para poder seguir hablando y cerrando mi mano en un puño, inhalé ronca y pesadamente, sintiendo pánico al quizá estar dando mis últimos alientos en aquella conversación.

—Italiana, creo que no deberías estar hablando ahora... —sugirió alterado y percibí su mano tomar la mía.

—Está bien... no duele. Al menos no el cuerpo —aseguré y volví a juntar un poco de energía para abrir los ojos —. Pero no debí sentir nunca nada de eso por ti. No me importa lo que digan, yo te amé mucho y quiero que lo sepas. Y por esos sentimientos quiero agradecerte, por amarme.

—No creo que el amor deba agradecerse —aseguró, apretando mi mano —. Pero me hubiera gustado hacer las cosas diferentes...

—A mí no —reconocí—. Necesito ser sincera contigo, aunque eso pueda lastimarte. Todo me llevó a Lusian, Dan. Y sabes, tan bien como yo, que nada hubiera podido cambiar las cosas y no quiero cambiarlas. Cada decisión, cada paso, cada lagrima me llevaron a él. Necesitaba perderte a ti, para tenerlo a él... Lamento no haber podido regalarte la historia de amor que merecías desde que fuiste humano, la mereces quizá más que yo, pero no se puede ignorar que nuestros destinos siempre fueron prohibidos. Sin embargo, tampoco me arrepiento de haber estado contigo. También me hiciste feliz. Puedes estar seguro de eso...

Inesperadamente vi rodar una lágrima por la mejilla de Daniel, silenciosa, y se encorvó, presionando su frente en mi mano, sin soltarla.

—No me lastimas... —dijo en tono ahogado y se irguió, volviendo a mirarme —. En todo este tiempo aprendí muchas cosas sobre ustedes, cosas que ni en mi vida pasada tuve oportunidad de aprender. Sólo a ti voy a admitírtelo, ¿de acuerdo? Lusian me enseñó lo que es amar, desde que lo conocí. Lo vi luchar tan duramente contra sus deseos para no dañarte, para no alejarte, para hacerte feliz. Porque él sabía que te hacía feliz de ese modo. Se convirtió en lo que tú necesitabas, haciendo a un lado sus verdaderos anhelos. Creo que no hay nadie más digno de ser amado por ti, que él.

Apreté mis labios en una dura línea y asentí, confirmando las palabras que Daniel había recitado.

Esas palabras, aunque tenían la intención de ser tranquilizadoras, fueron todo lo contrario, porque más allá de lograr que me sintiera dichosa en esos momentos, me sentí miserable. Miserable por mi desventura de perder a Lu, de perderme la oportunidad de seguir disfrutando de su manera de amarme y cuidarme.

Iba a morir, me gustara o no, e iba a tener que despedirme de todo lo que Lusian Bennett representó en mi vida. Un buen amigo, un confidente, un aliado, una montaña rusa de alegrías y enfados. Lusian fue la risa que escondía las lágrimas, fue la broma que precedía un momento de tensión. Lu fue todo lo bueno frente a lo malo. Se convirtió en paraguas bajo la tormenta. Me hizo el chocolate caliente y dulce en las noches más frías y amargas. Lusian Bennett fue quien me trajo a la vida, cuando siempre hubo una parte de mí que quería morir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.