¿Algo que teníamos en común?
Ojeras, la palidez en su piel y… a veces pocas ganas de seguir adelante, creo.
Rabia, alegría y muchas ganas de golpear al sujeto que se encuentra en la camilla frente mío.
El aire frio de la habitación calaba mis huesos a pesar de tener puesta la sudadera de Tony, el cual se encuentra sentado a un lado de Omar.
¿Qué se siente perder a alguien importante para ti?
Yo no lo se, sí, dije que Harry y yo nos habíamos perdido pero aún así en mi mente yo sé que él se encuentra… respirando.
La manera a la que yo me refiero de “perder” es otra.
Cuando sabes que nunca más podrás oír su voz, tocar su piel, o si quiera verlo. Ese vacío era el que se estaba formando nuevamente dentro.
Un nudo en mi garganta no me deja respirar bien y mi vista empañada no ayuda en nada.
Ver a Tony sentirse culpable no hace más que cavar un enorme hoyo dentro mío.
—Sigo sin entenderlo yo — Tony se ve interrumpido por una peli negra de ojos verdes que entra precipitadamente a la habitación del hospital.
Está arrodillada en el suelo, nada le importa ya, durante estas dos horas en las que estuvimos aquí ella no había podido entrar a verlo, la necesitaban para declarar cómo fue que sucedió todo este asunto.
Todo… todo es tan complicado.
—Tú me dijiste que te despedirías… si algún día pensabas hacerlo lo primero que harías sería eso.
Cris es un mar de lágrimas, su cabello revuelto, los ojos y la punta de la nariz los tiene colorados.
Pero eso no es impedimento para tomar la mano pálida de Omar mientras pronuncia débiles palabras esperando que sean escuchadas por él y abra los ojos milagrosamente.
Cosa que sabemos no pasará.
El corazón se me estruja, el dolor en mi pecho se intensifica y no es hasta que siento algo tibio correr por mis labios que me doy cuenta de la cantidad de lágrimas que de deslizan por mi rostro hasta.
Yo sabía que él tenía problemas, todos lo sabíamos y no hicimos nada.
¡Sí lo hicieron, creyeron en él!
—Pero no lo suficiente para que Omar sienta la calidez de la amistad y así no sentirse solo. —susurro para mí misma.
Tony parece escuchar algo ya que su cara muestra un gesto lleno de confusión.
Antes de que pregunte algo más, no logro tolerar la presión en mí y decido salir a respirar aire que no esté contaminado del horrible olor a hospital.
Los humanos nos equivocamos, vivimos de errores,
¿Quiénes somos nosotros para minimizar el dolor ajeno?
Fue por eso que cuando tenía a Tony entre mis cortos y débiles brazos no pude decirle que deje de llorar porque todo estaría bien… no sé que pasará luego, no sé si Omar estará mas estable o quizás empeore; pero lo que sí se, es que no debemos dejarlo solo.
No hablo de estar sobre sus pasos todo el día, eso también es molesto.
A lo que me refiero con “no dejarlo solo” es hacerle notar de que tiene amigos, tiene una família que se preocupa por él.
Tiene un padre y una madre que a pesar de todo siempre lo amaran, porque es su hijo, no importa el color de piel, los diferentes tipos de sangre, Son los Duarte; una pequeña família de tres.
Los pasillos blancos del hospital son extremadamente largos y difíciles de recorrer por mis cortas piernas. Al llegar a la salida observó las tiendas que están ubicadas a las orillas de la calle.
Justo al frente de un café Internet hay un pequeño parque, dirijo mis pies hacia allá y empiezo a caminar.
Luego de 10 minutos sentada en una banqueta que por poco se caía con mi peso, escuchar a dos hombres intentar querer llevarme a dar una “vuelta”, decido que ya es hora de irme.
Siento el frío escuchándolo decirme al oído que moriré de hipotermia si me quedo más tiempo,(esperando que terminen de pasar los carros), al lado contrario de la calle que da al hospital, una ves logro pasar aquella prueba mortal, con las piernas congeladas, mejillas, ojos y la punta de la nariz rosada por el llanto y el frío, me detengo frente a las puertas; que son de vidrio y el doble de mi tamaño.
Un suspiro cargado de dolor sale de mí al recordar que pude perder a Omar, una pequeña parte de mi niñez que ahora se ganó un gran lugar en mi corazón.
Me limpio inconscientemente con la manga de la sudadera de Tony.
—Prometo lavarla luego.
Si tú lo dices.
—Maldita consciencia.
Trato de empujar la puerta y siento otra presión al otro lado.
Doy dos pasos hacia atrás, a punto de tropezar por culpa de uno de mis cordones, pero aún así logro mantener el equilibrio.
Una mujer un poco más baja que yo, cabello oscuro muy bien recogido, y ojos marrones es la casi causante de mi caída.
La señora Vanessa Brown, esposa del director de la secundaria, me observa con total atención. Hay algo en ella que siempre logra inquietarme.
Carraspeo despacio intentando pronunciar algo con mis labios, sin embargo ella sale de aquel trance. Rápidamente desvía la mirada, que tenía fijamente puesta en mí, hacia la calle y se va.
Lo último que logro escuchar son sus tacones resonando por la acera y su delgada voz deteniendo un taxi.
—Buenas tardes…— susurro observando el lugar por donde se fue.
—Deberías entrar o la que pronto será un paciente de este lugar serás tú.
La cara de horror que puse, ya se la pueden imaginar, ahora solo aumenten un poco más de ojeras y listo; ¡Así! Justo lo que pasó por tu mente.
¿Horrible verdad?
Es justo lo que primero que vio el chico de ojos azules.
Apoyado en la pared del hospital, sosteniendo con una mano sus llaves y la otra metida en sus vaqueros oscuros, se encuentra Kiel Ritter Blache; el chico con ojos de cielo.
—T-Tu…— ni siquiera se porqué me causa tantos nervios el solo escuchar su voz.
—¿Yo? —pronuncia mientras una de sus cejas se eleva solo un poco— Tú, métete a éste lugar si no te quieres enfermar.
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Editado: 13.06.2021