Siempre soñé contigo

FEBRERO

 

 

 

 

 

 

El anillo de mi mano golpea impaciente sobre el volante mientras mi mente intenta distraerse con la canción que suena en la radio, pero ni siquiera la gran Malú hace que deje de pensar en lo incómodo de esta situación.

Lo he avisado y aun así no me ha hecho caso. Le he advertido que, la próxima vez, paro el coche y lo bajo, dándome igual en qué punto nos encontremos. Y cuando no llevamos ni doscientos metros recorridos desde que salimos del estudio de radio, lo hace de nuevo. Golpea con sus botas mi asiento desde la parte trasera del coche y, cuando miro por el retrovisor, lo veo muy enfrascado con la chica que lo acompaña y que le está haciendo más que cosquillas por debajo del ombligo. La mirada chulesca y de invitación que me lanza a través del espejo retrovisor hace que me avergüence y a la vez me enfurezca.

Lo que él no sabe es que un grupo de fans desbocadas nos están siguiendo desde que salimos, y gracias a los semáforos en rojo cada vez están más cerca. Este niñato necesita un pequeño escarmiento y parece que soy la elegida para dárselo.

Vamos por la avenida Diagonal y me posiciono en el carril de la derecha. Sin decir nada paro el coche con un fuerte frenazo.

Al girarme veo a los dos jovenzuelos descolocados ante mi acción. Me giro hacia ellos:

—¡Por favor! ¡Métete la churra en los pantalones! —le digo con muy mala leche.

Me bajo del coche y voy hacia atrás, abro la puerta donde está la estrella del pop y de malas maneras lo arrastro hasta sacarlo del vehículo. Lo empujo de espaldas al Lexus y, sin ningún escrúpulo, miro hacia arriba, porque es alto de narices, y le digo cerca de su cara:

—¿Ves aquel montón de chicas que vienen gritando como locas hacia aquí? —Laurent, que así se llama el muchacho, se gira y asiente descompuesto—. Pues voy a dejarles que disfruten de su ídolo un ratito.

—¡Tía! ¿A ti qué te pasa? ¿Estás loca o qué? —Creo que empieza a entrar en pánico, las fans cada vez están más cerca.

—El que está loco eres tú si crees que voy a dejar que me faltes al respeto de esta manera. Yo soy chófer y ante todo una persona, no voy a tolerar ni un golpecito más a mi asiento y, sobre todo, las mamadas que te las haga en tu casa o donde te dé la gana, pero no en mi coche y menos en mi presencia.

—Vale, vale. Lo que tú digas, pero déjame entrar en el coche.

Cruzan una calle y en menos de un minuto estarán sobre nosotros. El grupo de jovencitas no deja de gritar el nombre de Laurent.

Hace el intento de entrar al coche, pero lo freno de nuevo.

—Se dice «por favor» —le digo mirándolo a los ojos muy tranquila.

—Por favor.

Bueno, no me ha convencido mucho, pero lo suficiente para que abra la puerta en un segundo y entre. Yo voy rápida hasta el lado del conductor, pero no puedo evitar que se echen sobre el coche una treintena de locas adolescentes y, aunque tiempo atrás me identifico bastante con ellas, ahora me toca estar al otro lado.

Poco a poco voy avanzando mientras golpean emocionadas el vehículo donde va su ídolo. Despacio, entro en el carril de la izquierda y consigo ponerme en circulación sin que nadie salga herido.

 

 

El viaje de vuelta a su casa resulta tranquilo, no se ha dirigido a mí en ningún momento y tampoco me ha golpeado el asiento. Parece que vamos progresando, aunque su cara de odio hacia mí no me ha pasado desapercibida.

Cruzamos la gran verja blanca que nos da acceso a su casa. Tras unos metros, me detengo frente a la puerta principal.

Como mi trabajo que es, me dirijo a abrir la puerta trasera para que salga la «estrella». Su mirada desafiante me hace esperar cualquier cosa.

—Date por despedida.

—¡Perfecto! ¿Dónde hay que firmar? —me cachondeo—. ¡Ah, no! Que es tu padre quien me ha contratado. Mejor me espero a que me lo diga él.

—Te lo dirá —sentencia.

Y yo con una sonrisa le respondo:

—Esperaré impaciente.

Se gira y sin darme las buenas noches desaparece junto con la chica.

Bueno, yo ya he cumplido con mi trabajo, que era traerlo a su casa; después de esto, con toda seguridad no volveré aquí, pero me da igual y hasta me siento liberada. Salgo de la casa en dirección a la mía, contenta a la vez que decepcionada; la verdad es que nunca me había pasado algo así.

El chico de moda en el panorama musical y número uno en todas las listas conocidas es nuestro nuevo cliente. Su padre se puso en contacto con nosotros para realizar las salidas oficiales que tenga que hacer el hijo en la provincia de Barcelona y, mira por dónde, me ha tocado a mí.

Normalmente nos dedicamos a ejecutivos y grandes multinacionales, pero el padre de Laurent fue a la universidad con mi hermano y terminaron la carrera juntos. Aunque pertenecían a mundos distintos, su amistad era buena y siempre han mantenido el contacto.

Yo estaba completamente loca por él, era amor real, tenía nueve o diez años y me parecía el hombre más guapo del mundo entero. Ni siquiera Johnny Depp le hacía sombra. Pero poco me duró el amor que profesaba por él ya que, al terminar la carrera, mi hermano fue testigo de su boda. Se casó muy joven, haciéndome despertar de mi enamoramiento. De este matrimonio tan prematuro nació Laurent, y con los años, por lo visto, dos hijas más. Toda esta información la tengo por mi hermano, que me lo cuenta sin saber que cada vez que habla de él de forma casual me clava un puñal en el corazón. Gracias a Dios que el paso de los años me hizo madurar y creer que eso solo eran cosas de niños, pero mi espinita está ahí clavada.

Mi hermano…

Cuando pienso en él mis demonios desaparecen. Por supuesto, es la persona a la que más quiero y quizá porque se lo ha ganado a pulso.

Carlos es diez años mayor que yo y siempre ha sido muy protector conmigo. Puede que también por la diferencia de edad discutíamos poco, hasta que tuvo que ejercer de padre. Cuando yo tenía once años, nuestros padres murieron en un accidente aéreo en África. Pertenecían a una ONG y una vez al año hacían una escapada de unas semanas para ayudar en temas humanitarios. Para mí supuso un duro golpe, pero quien se llevó la peor parte fue él. A punto de licenciarse en Económicas, tuvo que hacerse cargo de una casa con una niña preadolescente que no le puso las cosas nada fáciles.




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