¡Otra vez! He vuelto a quedarme dormida en el sofá y encima voy tarde, pero el hecho de que sean las ocho de la mañana y aún sea de noche, no ayuda mucho. ¡Cómo odio el invierno!
Me ducho con rapidez y, en mi afán de estar estupenda para ver a mi amor platónico de la infancia, me cambio como unas diez veces. Al final opto por unos pantalones pitillo con botines de tacón y camiseta gris suave con amplio cuello de pico. Seco mi melena lo más rápido que puedo dándome cuenta de que las mechas de prueba que me hizo mi amiga Maica me dejan el pelo demasiado rubio y, siendo mi cabello castaño, ahora se ve más rubio que otra cosa. Al menos tengo que agradecerle que no me pidiera teñirlas de azul, porque seguramente lo habría hecho; es mi amiga desde que tengo uso de razón, así que más que amiga la considero como mi hermana.
Puntual como un reloj, Carlos me recoge en la puerta de casa y por el camino me pone al día:
—Biel tiene una empresa muy importante dentro del mundo financiero, por lo visto es una de las consultorías más importantes de nuestro país. Tiene clientes por toda Europa. —Trago saliva, el hecho de volver a verlo me pone nerviosa, así que para que se me pase, intento convencerme de que estará hecho un adefesio. Tiene la misma edad de mi hermano, treinta y ocho, y es posible que la vida no lo haya tratado tan bien como a Carlos, que está hecho un chaval—. Su empresa factura muchísimo dinero y, por lo que hablé con él, le interesa tener nuestros vehículos disponibles para los clientes que asiduamente vienen aquí.
—Carlos, dijimos que nada de exclusividad a ninguna empresa.
—Hermanita, solo serán siete de nuestros diez coches. —Sonríe de forma descarada, esperando mi reacción.
—¿De dónde te has sacado los otros siete? —le pregunto sorprendida.
—Uno de los temas que venimos a tratar es ese. Me comentó por teléfono que quería disponer libremente de siete u ocho vehículos, así que su empresa se hace cargo de los coches y nosotros solo facturamos por el trabajo realizado. De todas formas, nos reunimos con él porque le dije que tú eras la otra mitad.
—Bueno, por eso y…
Pienso que, tras mi reacción de ayer con su hijo a lo mejor cambia de opinión, así que le explico a mi hermano con pelos y señales todo lo ocurrido con Laurent.
—No te preocupes, yo posiblemente lo habría tirado con el coche en marcha.
Nos reímos mientras veo que se detiene frente a una verja y llama a un interfono que queda a nuestra izquierda. Es la misma casa, pero entramos por otra puerta que yo no sabía ni que existía. Como mi cara de curiosidad no debe tener desperdicio, mi hermano me explica:
—Desde su divorcio trajo aquí su empresa para poder estar cerca de sus hijos.
¡Está divorciado! Esto sí que no me lo esperaba. Intentando disimular mi sorpresa, le pregunto:
—¿Se quedó él con la custodia total?
—No le quedó más remedio, ella los abandonó a todos. —Incrédula y deseosa de preguntar más, abro la boca, pero mi hermano me corta con rapidez—. No sé nada más. Son temas personales donde yo no entro.
¡Jodeeer! Es en estos momentos cuando desearía tener un hermano cotilla. Normalmente me importaría una mierda, pero es que ¡es Biel! Y por su culpa han vuelto a mí todos los sentimientos de hace muchos años. Es algo que recuerdo con cariño. Hasta que apareció en escena Brigitte, una chica francesa que solo vi en las fotos de boda que mi hermano tenía de ese día donde mi pequeño corazón se partió y juré no enamorarme nunca.
Es curioso, aunque tan solo tenía doce años cuando se casó, parece que lo he mantenido, nunca he dejado que nadie se acerque lo suficiente como para hacerme daño.
Dejamos el coche en un parking que hay para unos diez aparcamientos y avanzamos sobre un camino de baldosas rodeado de un césped bien cuidado. Esta parte de la casa respeta el estilo de construcción moderna que mantiene la entrada principal. Unas puertas automáticas acristaladas nos dan la bienvenida, abriéndose a nuestra llegada. Nada más entrar aparece de la nada una mujer de unos cuarenta años, que con una simpatía y educación exquisita nos recibe e informa de que Biel está esperándonos. Se presenta como Aurora. Es morena, con el pelo muy corto, y viste muy elegante. Es de esas mujeres a las que el pelo corto y los trajes de chaqueta parece que los diseñaron para ellas. Nos acompaña por un amplio pasillo que nos lleva a una puerta doble de roble que abre y nos cede el paso.
Camino detrás de mi hermano y, mientras le doy las gracias a Aurora, no soy consciente de que Carlos se ha parado en seco para saludar a Biel. Giro la cabeza, dándome de bruces contra su dura y amplia espalda, eso me produce un fuerte golpe en la nariz que hace que se me salten las lágrimas. Cierro los ojos y me tapo la cara mientras maldigo en general a todo lo que se menea.
Mientras escucho que mi hermano no para de disculparse, noto una mano que me rodea la cintura, guiándome a una silla cercana. Esa mano, ese agradable aroma, la voz que me guía e insta a sentarme y la forma en que mi cuerpo reacciona solo puede ser debido una persona. A mi amor secreto, Biel.
Me limpio las lágrimas y veo a un borroso Biel en cuclillas frente a mí. Debo estar preciosa con toda la máscara de pestañas corrida por la cara.
—¿Mejor?
Su pregunta, formulada de una manera tan dulce, me hace sonreír y asentir como una boba mientras cojo el pañuelo que está ofreciéndome. Tras unos pestañeos a toda velocidad ya lo veo bien y frente a frente. Tengo que decir que sigue siendo el Biel que recordaba. Ahora es un adulto que conserva esa mirada de ojos negros tan profunda que me hacía estremecer. Al sonreírme vuelvo a ver esos hoyuelos que me volvían loca. Nos mantenemos mirándonos unos segundos que me alejan de todo.
—Vaya, ¿así que tú eres la pequeña pecosa?