Siempre soñé contigo

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Pasada la mañana de caravana, de estrés por no llegar a las horas pactadas y demás situaciones surrealistas, me encamino a casa de Biel un poco más tarde de lo que habíamos quedado. Necesito relajarme, así que respiro hondo unas cuantas veces en el coche.

Justo al pasar por la puerta acristalada, me fijo en que llevo las botas manchadas de barro. Con el día que he tenido hoy es lo mejor que podía pasarme, así que entro ensimismada en mi mancha hasta que mi cuerpo choca con un muro.

—¡Ay! —Aunque es el susto más que el golpe, me doy cuenta de que el muro es el cuerpo de Biel. Parece que no hay forma de entrar en esta casa sin chocarme con alguien. Su cuerpo no se ha desplazado ni un milímetro hacía atrás y su gélida mirada me dice que el día no mejora.

—Llegas tarde.

—Lo sé.

Mi respuesta del mismo tono borde que el suyo no es lo mejor para empezar con lo que he venido a pedirle, pero es que yo tampoco estoy de muy buen humor. Así que mientras avanzamos hasta su despacho me relajo mentalmente.

Cuando se sitúa frente a mí, detrás de su gran mesa, me mira y después a la silla con una expresión que no hace falta que hable. Me siento sin decir nada.

—¿Has comido?

Su pregunta me descoloca.

—¿Perdona?

—Es igual, déjalo.

Coge el teléfono de su mesa y, cuando descuelgan, habla con su secretaria.

—Aurora, por favor, llama a Antonia y pide dos menús. Comeremos en mi despacho. Gracias.

Vaya, qué atento. Doy por hecho que el otro menú es para mí y, aunque tengo de todo menos hambre, prefiero callarme.

Su mirada penetrante y su semblante serio me hacen sentir pequeñita, pero sabiendo que ahora eso no me vale, me envalentono y empiezo con la retahíla de cosas que quiero hablar con él.

—He venido para pedirte que consideres la oferta que nos hiciste —intento hablar lo más rápido que puedo para soltarlo todo de una vez, pero él me interrumpe.

—No fui yo quien zanjó el tema.

—¿Me dejas que hable? —Mi tono, que sin querer parece algo amenazante, hace que sus ojos se entrecierren y su expresión me dice que eso no es bueno, pero para mi sorpresa, con sus manos hace un gesto para que continúe—. Si he venido es porque estoy dispuesta a pedirle perdón a tu hijo y hacer lo que haga falta para que nuestra empresa prospere, y eso ahora mismo solo es posible si hacemos esa fusión como la planteaste.

Me observa sin decir nada, tiene su mirada tan clavada en mí que me pone nerviosa, me siento vulnerable y eso no me gusta. Presiento que como sea un no, lloraré como una niña pequeña.

Por fin, tras un suspiro me dice:

—¿Has dicho lo que haga falta? —Abro los ojos sorprendida y él se da cuenta de mi pensamiento, así que con rapidez rectifica—: ¡Oh, no me malinterpretes! Me refería siempre a la parte laboral. —Asiento y creo ver el intento de una pequeña sonrisa—. Jamás pensaría en ti de otro modo.

Ahora no sé si alegrarme o no. Tampoco estoy tan mal. De hecho, creo que soy bastante guapa, o eso me han dicho, pero Biel acaba de tirar por tierra todos esos pensamientos.

Llaman a la puerta y entra Aurora seguida de otro hombre que lleva en una bandeja la comida. ¡Vaya rapidez!

Miro interrogante a Biel, que parece leerme el pensamiento.

—Tenemos una gran cocinera en la casa.

Se dirigen a una mesa rectangular que hay a nuestra izquierda, y en unos segundos preparan sobre dos salvamanteles de papel lo que traían en la bolsa.

Aurora mira a Biel con una sonrisa indicándole que está preparado mientras que él se gira hacia mí.

—Me he permitido escoger por ti.

Asiento sin decir nada y me levanto para ir hacia la mesa.

—¿Qué quieres beber? —Esta vez es Aurora la que se dirige a mí. Veo una botella de vino y otra de agua sobre la mesa, pero yo no puedo beber alcohol mientras trabajo y el agua tampoco es lo mío, así que me arriesgo.

—¿Es posible Coca-Cola Zero?

Ella asiente, no sin antes mirarme de una forma extraña, como de desconfianza.

Nos sentamos frente a frente e inspecciono el menú.

—Salteado de verduras y solomillo de ternera. ¿Te gusta?

—Sí, el problema es que no tengo hambre.

—Pues come, que estás muy delgada.

Ese comentario hace que me sonroje. ¿Este chico no me ha visto el culo? No, claro que no, «él nunca me miraría de ese modo». Pues todo lo que como, muy a mi pesar parece que solo tiene un destino, ¡mi culo!

De nuevo aparece Aurora con mi Coca Cola, la deja sobre la mesa y con suma amabilidad abre la lata y la pone frente a mí.

—Gracias, Aurora; si quieres ve a comer y vuelve a las cinco en punto, hoy tenemos conferencia con Hamburgo y te necesito.

—Sí, no me olvido. Hasta luego.

Biel es tan correcto hablando que parece que esté leyendo el guion de don Perfecto.

Aun así, cuando habla con Aurora lo hace con una sonrisa, eso me hace pensar que mantienen una buena relación y no pienso más allá, no me interesa.

Comemos en silencio hasta que me pregunta:

—¿Estás casada o tienes alguna relación estable?

Este hombre no deja de asombrarme con sus preguntas.

—¿Es necesario que te informe de mi vida privada? —le digo un poco molesta.

—Para lo que quiero proponerte, sí.

Sin querer se me escapa una carcajada, pero parece que a él no le hace mucha gracia. Espera serio a que le responda.

—No, no estoy casada, y no tengo una relación estable.

—Vale, entonces quiero proponerte lo siguiente: aparte de mi hijo Laurent, tengo dos hijas de ocho años. —Uy, ya vamos mal—. Necesito a alguien que esté a tiempo completo con ellas. Por desgracia, nuestra nanny, por motivos personales ha tenido que salir de viaje a su país y no regresará hasta dentro de unos meses. Tu trabajo consistiría en dejarlas y recogerlas del colegio y estar con ellas hasta que yo llegue. Ayudarlas con los deberes y poca cosa más. —No doy crédito a lo que escucho, ¿me está diciendo que me quiere de niñera?—. A cambio de eso, nuestro trato seguirá en pie, pero por supuesto todo esto no empezará hasta que le pidas perdón a Laurent.




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