Capítulo 02| Caricias confusas.
París, Francia.
La noche anterior, le había pedido al dermatólogo de mi mejor amiga que me diera las instrucciones necesarias y el medicamento pertinente para que pudiéramos viajar a París. El señor Castillo me explicó que si el avión aterrizaba en la noche y Dulce usaba la vestimenta adecuada; una que cubriera completamente su cuerpo no habría problema.
Me sentí feliz. Al fin podría cumplir su sueño. Y me alegraba que fueramos sólo los dos.
—Vamos mi dulce princesa —le dije a mi hermosa mejor amiga, entretanto guardaba las maletas en el baúl de mi auto.
—¿Cómo puedes decir que soy dulce si nunca me has probado? —me interrogó enarcando una ceja. Me encogí de hombros, ella rodó los ojos con falsa incertidumbre ondeando en ellos.
Negué con la cabeza, divertido por su reacción. Quería molestarme, estaba seguro. Así que decidí seguirle el juego.
—Oye, tienes razón —moví mi cabeza en una afirmación y acaricié mi barbilla—. ¿Me permite probarla, bella princesa?
Una sonrisa ladeada hizo acto de presencia entre mis labios, bajé la cabeza hasta quedar a su altura y me acerqué hasta su cuello peligrosamente.
—So-so-lo bro-meaba —titubeó evidentemente nerviosa.
—No me provoques, Dulce —le pedí. Sabía que si seguía con lo mismo, terminaría besándola por primera vez—. Sé que en el fondo comprendes que me sigues gustando.
—Lo siento.
Agachó la cabeza, pero pude ver que sus ojos centelleaban en arrepentimiento.
—No tienes que disculparte. Estoy siendo un idiota.
Alcé su barbilla con dos dedos para que nuestras miradas se engancharan como algunas veces que nos disculpábamos por una que otra tontería.
—Efectivamente, pero un idiota realmente adorable —refirió en tono suave. Su aliento se estampó contra mi cara y depositó un beso fugaz en mi nariz.
¿Y qué puedo decir? Ese gestó me dejó descolocado. ¿Yo también le gustaba? La esperanza de que se sintiera atraída hacia mi, explotó como incontables fuegos artificiales en mi interior. Me confundía con sus gestos. ¿Es legal tratarse de esa forma entre amigos?
¡Mierda! Quería robarle un beso a como diera lugar y eso no estaba bien.
—¿No vienes Ezequiel? —gritó desde el auto salvándome de cometer algo estúpido. ¡Diantres! ¿En qué momento se subió?
—Dame un segundo —respondí. Necesitaba calmarme. Cogí una bocanada de aire y lo expulsé lentamente.
—¡Vamos ya! —pidió haciendo un lindo puchero con sus sensuales labios. Era raro que se comportara así. Iba a decirle que no había prisa. Faltaban diez horas para que el avión emprendiera su viaje por los aires y nosotros llegaríamos ocho horas antes. Sin embargo, estaba por cumplir uno de sus más grandes sueños y no quería arruinarle el día—. Por favor sube, no quiero perder el vuelo.
¿Es normal que las mujeres sean así de impacientes?
Solté un bufido, me subí al auto y nos marchamos hacia el aeropuerto.
(...)
—¡Oh, cielos! ¡Oh, cielos! —exclamó Dulce cuando llegamos al hotel. La emoción irradiaba por cada facción de su rostro—. ¡Debo estar soñando, Ezequiel!
—Nada de eso, princesa. Estamos en París.
—¡Dios, no puede ser! —gritó riendo y dando saltitos como una niña. Reí entre dientes—. ¡Te quiero tanto, Ezequiel!
Se inclinó hacia mí, atrajo mi rostro con su mano en mi nuca y dejó un beso húmedo en mi mejilla. Los latidos de mi corazón incrementaron. Indudablemente estaba tan feliz como ella.
—Gracias por esto, Ezequiel. Eres un amor. —Acarició mi mejilla y salió corriendo hasta dejar sus maletas en la cama del hotel.
—¿Qué esperas? Ve a dejar eso —dijo pisoteando el mármol para luego empujarme hasta el umbral—. Tenemos que ir a la torre Eiffel, ¡ahora!
—Está bien, está bien. Pero respira, por favor —bromeé al notar su impaciencia.
—Torpe —replicó frunciendo los labios, me propinó un golpe en el pecho y estallamos en carcajadas.
Al llegar a la torre Eiffel, Dulce me pidió que nos tomáramos todas las fotografías que la memoria de mi cámara me permitiera y así lo hice. Eran aproximadamente doscientas cincuenta fotos como resultado...
Al dar por finalizada nuestra sesión de fotos, fuimos a cenar a un restaurante cercano y disfrutamos de la noche fresca que París nos obsequió.
Permanecimos tres días en ese maravilloso país, visitamos la mayoría de lugares turísticos y probábamos toda la comida que nos parecía interesante.
Dulce estaba tan feliz que al volver a Dallas, Texas, depositó otro beso en mi mejilla y me aseguró que habían sido los días más felices de su vida y que mi compañía había sido lo mejor de todo. Y eso me causó inmensa satisfacción. No me importó haber gastado todos mis ahorros de un año en ese viaje. Todo había sido perfecto y también habían sido los días más felices de mi vida.