Ella vino llorando a clases.
Las lágrimas contenidas se le salían, tercas, de sus ojos que no querían llorar. La expresión de tristeza no puede escaparse de mi cabeza: me he sentido muy mal desde entonces.
Ha prestado atención a clases. La mirada fija a la pizarra, pero la cabeza en otro lado, muy lejos del salón, muy lejos del presente.
Yo he querido ayudarla. Sin embargo, ¿qué le iba a decir?
"Hola, me gustas, Ponte bien".
Esas cosas no funcionan.
Ni siquiera me conoce, ¿por qué debería ser cercana a mí?
Así, preocupado por lo que le pasó, no atendí bien a mi examen. Por lo tanto, regresé con un diez sobre veinte de nota en el examen mensual.
Obviamente, mi mamá me castigó este fin de semana.
Ah, ni quiero salir.