Siempre Tuya

Capítulo 1 — A la caza del imposible

Sabía que esa era mi última oportunidad. Billy Ferguson, editor en jefe de Vanity del Gerald, llevaba semanas insinuándome que no estaba “a la altura”. Esa frasecita—tan fina, tan cargada de veneno—me perseguía incluso en mis sueños.

Y ahora aquí estaba yo, encaramada en una repisa rocosa, a casi setenta metros sobre un bosque tan denso que parecía respirar por sí mismo.

El viento se colaba bajo mi chaqueta fina, helándome hasta los huesos. Las piernas ya no las sentía, pero no podía moverme; un solo gesto brusco podía delatarme. Treinta minutos más, me repetí. Solo treinta. Si en ese tiempo no salía, me iría. Renunciaría antes de que me despidieran… aunque fuera casi lo mismo.

Miré el horizonte. El sol caía deprisa y con él se iba mi oportunidad de obtener la fotografía que salvaría mi carrera. Cinco años de universidad no podían terminar en una montaña, temblando como una hoja, esperando a un actor al que ni siquiera le gustaba la luz del mundo exterior.

—Merida, eres brillante, inteligente… —murmuré entre dientes—. Y aun así estás aquí, espiando a un famoso. Muy profesional, ¿eh?

El eco apagado de mi propia voz me hizo sentir más sola.

Horas antes

El sendero hacia el bosque de las afueras de Busan era más empinado de lo que imaginé. La humedad hacía resbalar las piedras y mis manos se aferraban al mapa de papel que había insistido en llevar. Sí, en pleno 2025 yo todavía confiaba más en un mapa físico que en la señal del móvil.

—¿Excuse me? —Escuché a mi espalda, jadeante.

Me giré. Un turista rubio, con cara de haber perdido la esperanza hace una hora, se acercaba cargando una mochila enorme.

—¿Do you know the way to the waterfalls? —preguntó, sudando frío.

—Lo siento, no —respondí con una sonrisa cortés—. Yo también estoy bastante perdida… aunque hago como que no.

El tipo soltó una risa nerviosa.

—Oh… I thought you looked confident.

—Soy buena fingiendo —dije mientras desplegaba el mapa—. Mira, las cataratas están… aquí. —Señalé un punto con el dedo—. Si sigues por allá, deberías encontrarlas.

—Thank you so much!

—De nada. Y no te metas por el sendero izquierdo. Termina en una pendiente desagradable.

—Good to know! Bye!

Cuando se fue, me quedé sola otra vez. Guardé el mapa en el bolsillo de mi chaleco y suspiré.

—Al menos a él sí pude ayudarlo… —murmuré.

Yo seguía caminando hacia un hombre al que no conocía en absoluto; solo necesitaba una fotografía. Un clic que podría salvarme.

El móvil vibró. Billy.

Contesté.

—¿Dónde demonios estás, Merida? —Su voz, como siempre, tenía ese filo cortante de hombre que jamás ha tenido frío en su vida.

—En camino —respondí, esforzándome por mantener la compostura—. Llegaré al punto que me mencionaste.

—Espero que lo valga —bufó—. Si no consigues esa foto hoy, adiós beca, adiós especialización y adiós Busan. No pagaré ni un día más por improvisaciones tuyas.

Me mordí la lengua.

—Lo conseguiré.

—Eso espero. —Y colgó.

Respiré hondo, conté hasta cinco y seguí caminando.

“Lo conseguiré”, repetí para mí misma, aunque no sonaba tan convincente como minutos antes.

Ahora

La repisa rocosa parecía más inestable conforme pasaban los minutos. Mis músculos tiritaban, el hambre se agolpaba en el estómago y la sed raspaba mi garganta. Pero no podía fallar. No después de haber llegado hasta aquí.

—Solo unos minutos más… —susurré mientras ajustaba mi cámara.

Desde mi posición podía ver parte del jardín trasero de la propiedad de Lee Joon Gho. Desde lo alto imaginé que tendría mejor vista de su propiedad, del jardín y del pequeño arroyo que corría cerca, pero me equivoqué: solo un fragmento del césped, parcialmente cubierto por sombras, era visible.

De pronto vi algo. Un movimiento leve, una sombra.

Ahogué el aliento.

—No puede ser… —Me pegué más a la roca.

Y entonces, como si mis plegarias—o mis nervios—hubieran sido escuchados, él salió.
Lee Joon Gho. El hombre al que medio país parecía adorar y la otra mitad envidiar.

Alzó la mano hacia su espeso cabello oscuro y perfecto. Lo revolvió con un gesto despreocupado. Cerró los ojos. El viento le rozó la piel como si lo conociera. Se veía tan… humano. Tan lejos de las pantallas, de las luces, del ruido. Solo él y la naturaleza.

Mi dedo tembló sobre el disparador.

—Lo siento, de verdad… —murmuré revelándome contra mi propia culpa—. Solo será una foto o quizás más.

Click.

El sonido del obturador fue como un pequeño disparo contra mi ética. Hice otra foto… y otra más. Cada una más cercana gracias al teleobjetivo.

Y de pronto, giró el rostro. Directo hacia mi dirección. Mi corazón se estampó contra las costillas.




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