Volema, 9 de marzo del 2018.
De: Eloisa González
Para: Kali O'Neill
Te prometí –y me prometí- que no te escribiría nunca más, que respetaría tus deseos y te olvidaría. Lo sé. Pero esa promesa no vale nada cuando te estoy extrañando tanto como lo hago en este momento.
Sé que probablemente vas a desechar esta carta tan pronto como veas que la he escrito yo, o mucho peor, se la entregarás a Ellos debido a tu extrema lealtad –que solía amar, pero en los últimos tiempos ha sido la causa del desastre entre nosotras-, y las palabras que escribí con el objetivo de ser leídas en la intimidad, serán ojeadas y juzgadas por decenas de ojos curiosos. Sin embargo, en este momento ni las peores consecuencias son capaces de hacerme retroceder de decirte lo que estoy pensando.
No creo que sepas lo necesario que es para mí que seas consciente de mi vida, de que el aire aun entra y sale de mis pulmones y de que mis ojos aun contemplan cada amanecer, atardecer y anochecer. Pero, sobre todo, Es un alivio saber que estás en la ciudad que una vez fue mi hogar y que allá, mientras tomas un café o meditas sobre uno de tus casos, me estás leyendo e inevitablemente estás siendo testigo de que aun existo. De que alguna vez existí.
También me prometí que escribiría solo sobre cosas buenas, pero mírame, no puedo evitar mostrar lo que verdaderamente siento cuando es a ti a quien me dirijo.
Por esas razones te pido un favor: Hagamos por un momento como si todo fuera lo que antes fue, y permíteme contarte lo que ha estado pasando en mi vida los últimos días. Permíteme ser tu amiga de nuevo, solo por un ratito.
Llegué a Volema hace más o menos una semana, luego de dos viajes en avión, tres viajes en tren, dos viajes en taxi, una larga caminata y un interminable viaje a caballo. Ya te podrás imaginar el olor que me ha quedado encima: la gente arrugaba la cara apenas yo entraba en su campo de visión. Sin embargo, todos fueron muy amables, incluso a pesar de mi color de cabello rojo, que resaltaba como una llama en medio de la noche, y de otros pormenores, como la ingente cantidad de tinta que corre por cada recoveco de mi cuerpo. Me parece curioso lo diferente que es la gente de este lugar comparándola con las personas que estaba acostumbrada a ver. Aquí todas las personas se parecen: tienen el cabello oscuro, los rasgos afilados y duros, y la piel morena por el sol. Mientras que en Hedala todos defendíamos nuestra individualidad intentando diferenciarnos del resto, las personas de aquí parecen vivir bajo la premisa de que tienen cosas más importantes que hacer que preocuparse de tales trivialidades.
Siguiendo con mi historia, poco después de llegar conseguí rentar una pequeña casita de madera en la parte más recóndita del pueblo, en un modesto caserío rodeado por una exuberante vegetación verde jade. Los vecinos vinieron a saludar, y nada más verme la intriga se les ha quedado pintada en el rostro. En consecuencia, no dudo que pronto circularan algunos rumores sobre mí, y espero para ese entonces haber conseguido alguna amiga o amigo que pueda contármelos con total descaro, para que así nos podamos echar unas cuantas risas juntos al respecto.
Me hacen falta unas cuantas risas, de verdad que sí.
Acabo de recordar algo, y te juro que se me han anegado los ojos de lágrimas. Sé que no me creerás, porque usualmente no lloro ni por la peor de las cosas, pero en los últimos tiempos los recuerdos hacen que viva en un estado constante de inestabilidad emocional.
En un momento sonrío, y al otro lloro. Así son las cosas estos días.
Como te decía antes de comenzar a desvariar, me he topado con un fragmento del pasado: ¿Recuerdas cuando éramos niñas y tu madre nos contaba historias para que pudiéramos dormir después de un día de entrenamiento especialmente difícil para alguna de las dos? Tal vez sea porque, a pesar de que han pasado años desde su muerte, aun extraño a tu madre, o tal vez porque te extraño a ti, por lo que el rememorar como nos consolaba con historias me ha puesto sentimental.
Y además... hay una historia que ella nunca te contó. Una que me regaló a mí para que fuera nuestro secreto. Supongo que quería hacerme sentir única y amada, porque no tenía una familia aparte de ustedes dos que cumpliera con ese objetivo. Bueno, el punto es que nunca te enteraste de la historia.
Tal vez el motivo porque el que te diré esto ahora es porque sospecho que debajo de toda la ira, estás tan triste como yo, y por ello quiero darte algo a lo que puedas aferrarte.
Así que aquí va:
"Hubo una vez, cuando el mundo ya era mundo y la vida ya era vida, una criatura hermosa y noble que nadaba en estrellas y volaba en corrientes. Ella era cautivadora, aunque no quisiera, debido al rubí de su corazón, incrustado en su pecho para que todos pudieran admirarlo.