Siempre tuya

Carta 7

Velam, 15 de marzo del 2018.

De parte del Dr. Heim

 

Estimada Eloisa:

Tan pronto como he llegado a mi hogar después de la visita que le he realizado, me he dedicado con ahínco y entusiasmo a desempolvar cada uno de los manuales de medicina que he conservado de mi época en la universidad. Se podrá usted imaginar cuanto polvo habrán adquirido durante todos estos años en desuso, en consecuencia, ha faltado poco para que volviera loca a mi esposa con el barullo que he ocasionado y todo el espacio limpio que ha quedado cubierto por una fina capa de polvo marrón.

Usted posiblemente creerá que soy un médico negligente, ¿cómo, si no, ejercería mi profesión sin tener la necesidad de revisar los extensos manuales de medicina? La respuesta a dicha cuestión es bastante sencilla e hilarante. Por aquí la gente no busca médicos mucho más de lo que busca sucedáneos de un curandero. Las personas no se enferman de la gripe, sino que sufren un leve caso de mal de ojo; de la misma forma en que no les hace falta un medicamento recetado que puede tardar semanas en llegar desde la ciudad y que, de paso, según el criterio popular es poco fiable, cuando en el pueblo se disponen de diversas plantas panaceas.

Como podrá haber deducido, la gente prefiere remedios naturistas muy por encima de lo que prefieren un montón de pastillas.

Por tales circunstancias no se puede imaginar usted lo bien que se me ha sentado el tener que poner a girar de nuevo los viejos y oxidados engranajes de la medicina convencional.

Cuando llegué a su vivienda tengo que admitirle que abundaban en mi cabeza ideas preconcebidas que tuvieron origen en las habladurías y los susurros que suscitó usted con su aparición. Sin embargo, apenas la he visto me ha quedado claro que no existían, ni motivos de preocupación, ni razones para ninguna clase de suspicacia por mi parte. Es usted una muchacha joven en cuyo rostro aún se ve la inocencia de tal edad, lo que de inmediato me ha hecho evocar los días de juventud de mi hija mayor, Vera, y a quien no he visto en los últimos cinco años por lo aislado que está este pueblito del resto del mundo.

Si he aprendido una cosa en mis más de treinta años de atención médica es que todos los pacientes exigen, directamente o no, discreción. Me ha quedado claro que usted es también esa clase de paciente: de aquella que espera y necesita confidencialidad. Por lo tanto, le aclaro que puede usted depositar en mí su confianza. Todo lo que usted diga jamás, ni bajo ninguna circunstancia, será revelado a un tercero.

Aclarado eso procedo a preguntarle lo siguiente:

¿Qué fue lo que realmente le sucedió a usted y a su compañero, el joven Nathan?

Hasta ahora he podido deducir un par de cosas. Fue él víctima de un brutal y cruento maltrato que se prolongó por un tiempo indefinido. No hay otra forma posible de obtener esas marcas en las muñecas y pies que no sea mediante el roce constante y la lucha contra algún medio de sujeción, si me permite adivinar, esposas. Asimismo, me han dejado impactado y horrorizado la brutalidad de sus heridas en el torso y los hematomas en sus brazos, piernas y rostro; y debo admitir que sentí una tremenda pena al percatarme de que usted también había sido víctima de alguna clase de maltrato.

Retomando el tema de la salud del joven Nathan, como usted ha resaltado, sus heridas físicas no son lo que le impide desenvolverse con normalidad ya que estas se encuentran limpias, libres de infección y atravesando el proceso de cicatrización.

Si fueran ustedes nativos de Velam, les ofrecería alguna clase de placebo para que el joven creyera que ya no había nada mal consigo y, en consecuencia, mejorara por sus propios medios. Tal vez suene poco ético, pero el placebo es un método de uso común que apela a la mente del paciente para sanar al cuerpo.

No crea usted que esto puede curar enfermedades reales, sino en cambio trata el mal que la mente puede hacerle al cuerpo cuando cree estar enfermo de algo que no padece.

Pero como usted no es de Velam y el mal que aqueja a su compañero, aunque esté fundamentado en la mente y muestre los síntomas propios de una enfermedad psicosomática, es un mal verdadero, he decidido investigar a fondo el asunto. Lo que me llevó, como dije al principio, a reabrir mis desgastadas guías de medicina.

Sospecho, sin embargo, que tal vez me he emocionado en vano. Tanto usted como yo estamos de acuerdo en que lo único que se puede hacer por el joven Nathan es cuidar de su cuerpo mientras su mente sana.

De igual manera le haré saber de mis descubrimientos. Presumo que su compañero sufre de algún estado de shock o trauma, pero no sabría definirle qué estado específicamente, o que podríamos hacer para ayudarle en el proceso de recuperación. Como soy lo que en la ciudad llaman un médico de emergencia, la psicología no es parte de mi campo habitual de trabajo.



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En el texto hay: amor, amistad, brujo

Editado: 03.09.2018

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