Siglo XIX. Países Bajos, Roermond.
En esa época los protestantes y los católicos vivían separados en todos los ámbitos de la vida.
En esta atmósfera, el señor Jacob Gorkum era un coronel de caballería, de 33 años, de una familia de clase media, protestante. Un día vio pasar a una tierna jovencita de 22 años, que tímidamente le miró, fue amor a primera vista para ambos.
Con sus contactos él logró averiguar que se llamaba Josephine Aeffer, por suerte para el hombre ella estaba soltera, pero lo que no deseaba ocurrió, era católica.
Luego de pensar mucho las cosas, decidió arriesgarse, la esperó fuera de la Iglesia donde la muchacha iba a rezar todas las tardes con su dama de compañía, como correspondía a una señorita de la aristocracia.
Ella al verlo se distrajo tanto que tropezó y se lastimó el tobillo, el Sr. Gorkum se acercó rápidamente para ofrecer su ayuda.
— Señorita ¿Está bien? — preguntó el hombre, al ver que ella cojeaba.
— No es nada, estaré bien — pero al pisar lanzó un grito de dolor.
— Señorita Josephine debo buscar un carruaje, así no podrá ir a su casa — explicó la mujer mayor que la acompañaba, mirando cómo hacer eso sin dejarla sola.
— No se moleste, yo iré a buscar uno, para que usted no deje sola a la señorita.
— Es que... — quiso rebatir la mujer mayor.
— Sra. Dominique, no creo soportar esperar aquí en la calle, en estas condiciones, sola, hasta que consiga ayuda o mande avisar a casa — la venerable dama meditó rápidamente, no quería exponer a su "niña" a la mirada de los curiosos.
— Muchas gracias por su apoyo, señor... — preguntó nerviosa la dama de compañía.
— Gorkum, espérenme por favor — trajo el carruaje, la señora fue quien ayudó a la jovencita a acomodarse en su interior, el varón se acomodó en el asiento frente a ellas, cuando llegaron a la mansión de los Aeffer, el padre y uno de los hermanos de Josephine salieron al verla bajar de una carroza que no les era conocida.
— ¿Qué ocurrió? — preguntó el hombre mayor, serio.
— Disculpe, soy el coronel Gorkum, la señorita se dobló el tobillo, me ofrecí a ayudarla — el dueño de casa miró a la dama de compañía.
— Así es señor — aseguró mientras bajaba a su protegida.
— Muchas gracias — dijo cortante el padre, cuando las mujeres entraron, los varones las siguieron y cerraron la puerta.
El coronel sonrió emocionado recordando que la jovencita lo miró con un encantador rubor en sus mejillas antes de quedar cubierta por el cuerpo de sus familiares varones. Estaba seguro de haber logrado hacerse un lugar en su corazón.
Algunos días después el coronel se acomodó frente a la Iglesia donde vio a la jovencita, supuso que ya estaría en condiciones de caminar, pero no la vio. El domingo fue a la hora de misa, y aunque vio a su familia, no estaba ella y ni su padre.
Uso a uno de sus amigos, que en el mercado se acercó a una de las empleadas de la casa de los Aeffer, ella le comentó que la señorita había ido con el Señor a la capital a concretar su compromiso, en un año más se casaría con un aristócrata, amigo de su padre.
El hombre sabía que si quería que fuera su esposa, debía moverse rápido, por medio de la sirvienta de la casa de Josephine, le mandó una carta.
"Srta. Aeffer:
Disculpe mi atrevimiento, pero quisiera poder seguir comunicándome con usted, soy el coronel Jacob Gorkum, quien le ayudó cuando se dobló el tobillo. Si quiere que sigamos con está comunicación, mande su respuesta con la sirvienta que amablemente le entregó esta misiva".
Ese día ella salió y antes de irse con su Dama de Compañía, discretamente dejó su pañuelo en una de las columnas del frontis de la iglesia, y se fue. Él se acercó inmediatamente y lo tomó, estaba impregnado en un suave perfume.
Al otro día le llegó la contestación de la jovencita.
"Coronel Gorkum
Lamento señalarle que no puedo corresponder a su solicitud de mantener comunicación, estoy comprometida, y no sería correcto que iniciará una amistad con alguien, que ni siquiera es conocido en mi hogar. Le dejé un recuerdo por su amabilidad conmigo ese día.
Srta. Josephine Aeffer"
Pero el hombre insistió que no había nada de malo con una amistad por correo, mientras nadie supiera, intercambiaron varias misivas, hasta que ella le pidió que se reunieran dentro de la iglesia, su dama de compañía iría a hacer un encargo para su madre y podrían conversar, pero la respuesta del hombre le hizo entender porque él era tan discreto al contactarse con ella.
"Srta. Aeffer
Lamento informarle que no puedo entrar a su iglesia, mi religión me lo impide, soy protestante. Entiendo si no quiere seguir contactándose conmigo, se preguntará porque no se lo dije desde un principio, tenía miedo que no quisiera al menos darme la posibilidad de conocerme. Debo decirle que siento algo muy especial por usted, que no tiene nada que ver con ser protestante o católico, si Dios es amor, no es malo lo que usted me inspira.
Coronel Gorkum".
El hombre esperó por semanas una respuesta que no llegó, cuando ya había perdido la esperanza, su amigo trajo una misiva de la jovencita.
"Sr. Gorkum:
Fue muy complicado para mí saber que no profesa mi religión, luego de conversar mucho con mi confesor, y de leer la biblia, entiendo que usted tiene razón, el amor de Dios es uno, y mientras usted no me pida dejar mis creencias, yo no haré lo mismo con usted, pero como le dije estoy comprometida, en 8 meses más se concretará el matrimonio, y me iré a vivir a la capital.
Fue un gusto haberlo conocido.
Srta. Josephine Aeffer"
Ya con esa misiva el hombre decidió no insistir, sentía que ella no quería ir contra los deseos de su padre, y lo entendió.