Siena la loba del Alfa Edward

Capítulo 17 El corazón del Alfa

El festival había terminado hace horas. Las luces de las linternas comenzaban a apagarse, y los aldeanos regresaban a sus hogares, cargados con risas y cansancio. Sin embargo, en la mansión el Alfa Edward, un aire tenso reemplazaba cualquier sensación de celebración.

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En una de las habitaciones más amplias de la mansión, con las cortinas pesadas cerradas para bloquear la luz de la luna, el Alfa Edward caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada. Su porte dominante, acostumbrado a irradiar control absoluto sobre el mismo, ahora estaba marcado por una sombra de incertidumbre que rara vez mostraba.

—Esto es una locura—gruñó para sí mismo, pasando una mano por su cabello oscuro, despeinándolo aún más. Su pecho subía y bajaba con respiraciones profundas, como si luchara contra un impulso que lo consumía. —Ella no es más que una loba sin lobo, una humana sin rumbo. ¿Como podrá ser ella mi compañera si no hay lazo alguno?

Pero su propia voz lo traicionaba. Cada palabra parecía menos una afirmación y más una excusa, un intento desesperado de racionalizar lo irracional. Porque no importaba cuánto lo negara, algo en él estaba inevitablemente atraído hacia Siena. Esa joven de ojos grandes y mirada herida que lo había mirado como si fuera la respuesta a todas sus preguntas... y al mismo tiempo, como si quisiera huir con él hasta donde sus pelajes llegaran.

—¡Maldita sea!—golpeó la pared con un puño, dejando una pequeña grieta en la madera. Su Beta, Sebastián, que esperaba en silencio en la esquina de la habitación, levantó la vista pero no dijo nada. Sabía que su Alfa estaba librando una batalla interna, y meterse en el medio de esa tormenta era tan peligroso como desafiarlo en el campo de batalla.

—Edward,—se atrevió a decir tras un largo silencio—, si esta loba te afecta tanto, quizás debas admitir lo que sientes y hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.

Edward se giró hacia él, su mirada intensa y llena de contradicción. —No entiendes, Sebastián. Esto no tiene sentido. Yo vine aquí para encontrarla a ella, ya sabes mi compañera mi Luna mi todo, pero no el destino de nuevo esta en mi contra y cuando por fin siento que la encuentro su rastro se esfuma de la nada llevándome a esa loba tan hermosa que me hace sentir miles de cosas pero que no es mi otra mitad, ¿cómo puede ser esto posible? además que mi lobo la desea a ella, pero sabes que necesito a mi verdadera mate para fortalecer mi manada, no para... tomarla y cuando ella por fin llegue dejarla no' no lo acepto.

—¿Que no aceptas Edward enamorarte de ella mas de lo que ya lo haces?

El Alfa frunció el ceño, pero no respondió de inmediato. En su mente, la palabra “enamorarse” parecía un enigma a todo lo que él era, a todo lo que había deseado encontrar. Pero al mismo tiempo, no podía negar que cada vez que pensaba en Siena, su corazón latía más rápido, y una sensación de vacío se apoderaba de él al recordar su rostro empapado de lágrimas y su corazón oprimirse ante tal escena.

—No sé qué es esto, pero no es amor, Sebastián. Es... es algo más.

El Beta asintió lentamente, sin presionarlo. —Como sea, mi Alfa, creo que deberías actuar. La manada ya empieza a cuestionar por qué seguimos aquí. Y ahora que encontraste lo que buscas debemos marchar y buscar en otro lugar.

Edward detuvo su marcha en seco, sus ojos brillando con una mezcla de furia y preocupación. —¿Qué dijiste? No puedo irme Siena me espera. Eliot Sebas tiene razón ella no es lo que buscamos y lo sabes no entiendo porque te aferras. Pero un toque en su habitación los hizo pausar la conversación. Adelante respondió el Alfa. Una de las sirvientas aviso que tenía visita que lo esperaba y que es urgente, por lo que enseguida bajo junto con su Beta a donde su visita ya lo esperaba ansiosa y desesperadamente.

Flora, la bruja madre, entró en el gran salón con paso firme, su capa negra ondeando detrás de ella. Sus ojos, normalmente tranquilos y llenos de sabiduría, ahora reflejaban preocupación. Edward, bajando las escaleras pudo notar la desesperación que irradiaba la mujer sentada al final de la sala, levantó la vista al sentir su presencia acercarse.

—Alfa Edward—dijo ella, sin molestarse en ocultar su inquietud—, ¿dónde está mi hija?

Edward frunció el ceño. —¿Siena no está contigo? Pensé que había regresado al final del festival.

—No, no lo ha hecho. La busqué por toda la aldea, incluso en los lugares donde suele refugiarse, pero no hay rastro de ella. Algo está mal, lo siento en mis huesos.

Edward se puso de pie, su semblante serio. —¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?

—Demasiado. Siena no es del tipo que se escabulle sin avisar, especialmente conociendo los peligros que acechan fuera de estas tierras.

El Alfa apretó los puños, sintiendo un extraño nudo en el pecho. Algo en sus palabras lo inquietaba profundamente, como si una parte de él ya supiera que Siena estaba en peligro.

—Haremos todo lo posible por encontrarla—dijo, su tono decidido. —Mis hombres buscarán en todos los rincones del bosque.

Flora negó con la cabeza, sacando un pequeño frasco de cristal de su cinturón. En su interior, un líquido plateado brillaba tenuemente. —No hay tiempo para búsquedas a ciegas, Alfa. Permíteme usar un hechizo para rastrearla. Tal vez podamos encontrar algún indicio de hacia dónde fue.

Edward asintió, observando en silencio mientras Flora se arrodillaba en el suelo y vertía el contenido del frasco en un círculo que había trazado con sal negra. Comenzó a murmurar palabras en un idioma antiguo, y el aire en la habitación pareció volverse más pesado.

El líquido plateado comenzó a moverse por sí solo, formando imágenes que destellaban como espejos rotos. Primero, apareció el rostro de Siena en medio del festival, sonriendo mientras caminaba alegremente al lado de dos personas entre las multitudes. Luego, la escena cambió: la mostraba corriendo a través del bosque, con el cabello alborotado, la respiración agitada y miles de lagrimas llenando su delicado rostro. Finalmente, una imagen se solidificó, dejando a Fllora y Edward helados.




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