Todo en la manada estaba en calma, pero en el corazón de Edward reinaba la tormenta. Parado frente al silencioso inicio del bosque, observaba la luna creciente en el cielo, sintiendo cómo un vacío profundo se apoderaba de él. Cerró los ojos y, como un torrente incontrolable, los recuerdos lo inundaron.
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En otra vida, mucho antes de ser Edward, fue Efran. Y en esa vida, él no era un Alfa atrapado en un destino oscuro; era solo un hombre enamorado, caminando de la mano de Rossie.
En su mente, el sol brillaba alto y el prado estaba cubierto de campanillas amarillas, la flor favorita de Rossie. Efran la observaba reír, su cabello danzando con la brisa mientras corría entre las flores. La luz del día se reflejaba en sus ojos, llenos de vida y amor. Él la alcanzó, la envolvió en sus brazos, y ambos cayeron suavemente al suelo, riendo juntos.
—¿Sabes cuánto te amo, Rossie?—le susurró, su voz cargada de emoción.
Ella lo miró, sus mejillas sonrojadas por la felicidad. —Dímelo otra vez.
—Te amo más que a la luna, más que a la eternidad. Si me dejas, prometo amarte cada día de mi vida, sin importar cuántas veces tenga que empezar de nuevo.
Rossie sonrió, inclinándose para besarlo con dulzura. —Yo también te amo, Efran. Más de lo que las palabras pueden expresar.
Pero de repente, el sol desapareció. Las risas se desvanecieron, y el cielo se tiñó de un gris ominoso. Efran se levantó rápidamente, buscando con la mirada, mientras un viento helado comenzaba a soplar.
—Rossie...—llamó, su voz quebrándose por la angustia.
Ella estaba a unos pasos de distancia, paralizada, mirando al hombre de las sombras que emergía de la penumbra. Su figura era imponente, envuelta en oscuridad, como si el mismo cielo hubiera descendido para cubrirlo.
—No te la llevarás—gruñó Efran, interponiéndose entre Rossie y aquella presencia aterradora.
El hombre de las sombras dejó escapar una risa baja y gélida. —Ya es tarde, Efran. Ella me pertenece. Siempre lo ha hecho.
Rossie gritó cuando las sombras la rodearon, arrancándola de los brazos de Efran.
—¡No! ¡Déjala!—Ethan corrió hacia ellos, pero era como si el espacio entre él y Rossie se extendiera infinitamente. Sus pies tropezaban entre las campanillas que ahora estaban marchitas, consumidas por la oscuridad.
—¡Rossie!—gritó con desesperación, su corazón rompiéndose mientras la figura de su amada se desvanecía en la penumbra.
Antes de desaparecer, Rossie lo miró una última vez, sus ojos llenos de lágrimas. —Lo siento, Efran...—murmuró, su voz apenas audible.
Efran cayó de rodillas, sintiendo cómo la vida misma lo abandonaba. —¡Te amo! ¡Te amaré siempre, Rossie! ¡Lo juro por la luna y por todo lo que soy!
El eco de sus palabras quedó grabado en el aire, mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor.
De vuelta en el presente, Edward abrió los ojos, jadeando como si hubiera corrido una maratón. Se llevó una mano al pecho, donde el dolor seguía tan vivo como en aquel día.
—Rossie...—susurró en la oscuridad, con los ojos clavados en la luna.
Era como si su alma aún estuviera encadenada a esa promesa hecha en otra vida. Ahora, más que nunca, sabía que debía salvar a Siena. Ella era la última conexión con aquel amor perdido, y esta vez no permitiría que las sombras se la arrebataran.
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Editado: 30.11.2024