Siena la loba del Alfa Edward

Capítulo Final: La Eternidad de Nuestro Amor

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La luna llena bañaba con su luz plateada el claro del bosque donde la manada celebraba en un círculo de júbilo. Las antorchas ardían con una llama cálida, reflejando la felicidad en los rostros de todos. Al centro del círculo, Edward y Siena se encontraban tomados de la mano, rodeados por su familia y amigos. Por primera vez en siglos, sus almas se sentían completas.

Siena lo miró, con los ojos brillantes de amor y gratitud. Edward acarició su rostro, maravillado por la paz que ahora lo invadía. Durante años había luchado con el vacío en su corazón, un eco de promesas incumplidas y amores perdidos. Pero ahora, finalmente, la tenía a su lado.

—¿Puedes creer que todo esto sea real?—susurró ella, su voz temblando con emoción.

Edward sonrió, inclinándose para besar suavemente su frente. —Más real de lo que jamás imaginé. Eres mi mate, Siena. Siempre lo fuiste, en esta vida y en las anteriores. Lo que siento por ti es eterno.

Siena cerró los ojos, dejando que las palabras de Edward la llenaran de calidez. Había pasado tanto tiempo luchando por encontrar su lugar, dudando de su propio valor, y ahora estaba allí, en los brazos de su Alfa, aceptada y amada como nunca antes.

La música comenzó a sonar, una melodía suave y envolvente que marcaba el inicio de una nueva etapa para la manada. Edward tomó a Siena por la cintura y la condujo al centro para el primer baile. Mientras giraban juntos bajo la luz de la luna, las campanillas amarillas que rodeaban el claro se balanceaban suavemente con la brisa, como si fueran testigos de una promesa cumplida.

—¿Recuerdas cuando dijiste que no creías ser una loba ordinaria?—preguntó Edward, mirándola fijamente.

—Sí—respondió ella, con una sonrisa juguetona. —Siempre supe que era especial.

—Lo eres—dijo él con sinceridad. —No solo para mí, sino para esta manada. Trajiste esperanza donde antes había dolor, amor donde solo había vacío. Eres mi reina, Mi Luna, Siena. Mi todo.

__ Si amor yo tu Luna y tu mi Alpha.

Las palabras de Edward llenaron el aire con un peso sagrado, como si la misma naturaleza se uniera a su declaración. La manada estalló en vítores y aullidos, celebrando la unión que tanto habían esperado.

Esa noche, mientras todos descansaban, Edward llevó a Siena a un pequeño refugio en lo profundo del bosque. Era un lugar especial para él, un santuario donde solía buscar consuelo en los días más oscuros. Ahora, ese lugar estaba destinado a ser el comienzo de su eternidad juntos.

—Este lugar siempre me recordó a ti, aunque no entendía por qué hasta ahora.—Edward acarició el cabello de Siena mientras ella se recostaba en su pecho, ambos sentados sobre una manta frente al fuego.

Siena levantó la vista, sus ojos llenos de amor. —Ahora lo entiendo todo. Estamos aquí porque estábamos destinados a encontrarnos, a sanar juntos. Lo que comenzó hace siglos finalmente tiene su final feliz.

Edward no respondió con palabras. En cambio, la besó con una ternura infinita, derramando en ese gesto todo el amor que había acumulado durante vidas enteras. Esa noche, bajo las estrellas y con la bendición de la luna, Edward y Siena consumaron su amor, sellando un destino que el tiempo mismo no pudo romper.

El pasado se había cerrado. Las sombras que alguna vez los separaron ya no tenían poder sobre ellos. Ahora, la manada tenía a su Alfa y su Luna, y Edward y Siena tenían lo único que siempre habían buscado: la eternidad juntos.




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