La noche estaba en su apogeo, y la luna llena bañaba con su luz todo el territorio. Siena se encontraba sola en el bosque, lejos del bullicio de la manada, con el corazón latiendo desbocado. Había algo dentro de ella, algo que se agitaba como nunca antes. Cerró los ojos, dejando que la brisa acariciara su piel, y entonces lo sintió: un calor profundo que emanaba de su interior, una fuerza que había estado dormida demasiado tiempo.
—Estoy aquí, Siena. Siempre he estado contigo. Me recuerdas. Te he hablado varias veces pero tu nunca me escuchas.
La voz resonó en su mente como un eco cálido y reconfortante. Siena abrió los ojos con sorpresa, buscando alrededor, pero sabía que no estaba sola en ese momento. Era ella, su loba, su otra mitad, al fin despertando.
De repente, el dolor atravesó su cuerpo, pero no era sufrimiento, sino transformación. Su piel ardía y sus huesos se adaptaban mientras su esencia más profunda tomaba forma. Con un último aullido desgarrador, Siena sintió cómo su loba se manifestaba por completo. Miró su reflejo en el lago cercano y vio un majestuoso pelaje blanco con destellos plateados bajo la luz lunar.
—Eres magnífica,—dijo Edward, apareciendo de entre los árboles, su voz cargada de admiración. Siena lo miró, sus ojos ahora brillando con un dorado intenso.
—Siempre supe que no era una loba ordinaria,—dijo en su mente, y Edward, conectado por su vínculo, escuchó su voz clara como nunca antes.
El Alfa sonrió, inclinándose frente a ella con un gesto de profundo respeto. —Eres más que especial, Siena. Eres mi igual, mi Luna.
Ambos aullaron juntos, un sonido que resonó por todo el bosque, marcando el inicio de una nueva era para ellos y su manada.
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Editado: 30.11.2024