Capítulo 3
El reloj marca la aterradora hora de las cinco de la mañana.
El encuentro con Charles me ha dejado tan confundida y alterada que no pude conciliar el sueño.
Las vueltas en la cama, los intentos desesperados por recordar, por entender… no sirvieron de nada.
Estoy peor.
Tanto que me he llegado a preguntar si en verdad fue bueno despertar.
Es irónico.
La persona que más me inquieta es, al mismo tiempo, totalmente desconocida para mí.
Y lo más absurdo: al volver al mundo de los vivos, lo primero que vi fue a él.
Nada parece mejorar. Todo se siente como una gran farsa, como si algo —o alguien— se burlara de mí.
La llegada de mi madre no ayudó.
Literalmente parece una nube negra sobre mi cabeza.
Se supone que no me miente. Mis recuerdos de ella siempre fueron luminosos.
¿En qué momento cambió?
Un suave quejido me saca de mis pensamientos.
Debo concentrarme solo en él.
Nate.
Él es todo lo que soñé algún día.
Por años, en aquel matrimonio infeliz, solo deseaba tener un hijo.
El desgaste físico, emocional… me convencí de que no estaba hecha para ser madre.
Y ahora que sé que lo logré… que di vida… no sé qué hacer con eso.
—Gracias por existir, bebé. La razón de todo esto eres tú —le susurro, tocándole la nariz con suavidad—. Y sé que valdrá la pena.
Espero la salida del sol con impaciencia.
Y cuando los primeros rayos se cuelan por la ventana, ya estoy lista para salir.
Mi hijo en brazos, y mi cabeza llena de más preguntas que respuestas.
Un mensaje de texto me salva justo a tiempo.
Perfecta excusa para no desayunar con mi madre.
La amo, sí. Pero no quiero estar cerca de ella. No ahora.
Con un conjunto deportivo negro, una sudadera y cachucha del mismo color, salgo de mi habitación con Nate.
Ya estoy preparada para enfrentarme a otra ráfaga de relatos confusos y contradicciones saliendo de la boca de mi madre.
—¿Vas a salir? —pregunta, con un tono que no es apropiado para no ser ni las ocho de la mañana.
—Sí —me detengo, le doy un beso en la mejilla—. Summer me ha invitado a desayunar.
—Llámala y dile que no vas a poder —alzo una ceja, sorprendida.
—¿Por?
—Estás convaleciente, hija.
—No lo estoy, madre —respondo con firmeza.
No quiero que me sigan tratando como una inútil enferma.
Siempre he sido dueña de mi vida.
—No recuerdas nada —insiste.
—Cierto. Pero eso no significa que paralice mi vida.
Ya perdí suficientes meses postrada en una cama, mamá. Solo quiero volver a la normalidad.
—Te entiendo, hija… pero no es bueno que salgas. Aún no puedes manejar.
Otra excusa más.
—Ya pedí un auto por aplicación. Estoy bien. No voy a dejar a mi hermana plantada.
—Invítala, que venga aquí. Yo puedo prepararles el desayuno a mis hijas.
—Mamá, me voy. Que tengas una buena mañana —me despido con otro beso en su cabeza.
Camino hacia la salida.
El auto ya está esperándome.
Y por primera vez en días, siento una paz inexplicable al alejarme de ella.
No entiendo qué le pasa.
¿Dónde quedó esa mamá amorosa de mis recuerdos?
La casa de mi hermana no está muy lejos de la mía, así que en pocos minutos ya estoy entrando al complejo de apartamentos, tan elegante y caprichoso como ella.
Cuando el ascensor se abre, ahí está Summer, con una gran sonrisa en los labios perfectamente pintados.
Salgo, y lo primero que hace es quitarme a Nate de los brazos.
—¿Cómo están? —pregunta. Solo puedo encogerme de hombros.
—Me enteré de la mudanza forzada de mamá a tu casa… lo siento tanto —su voz está cargada de compasión mientras me aprieta la mano con ternura. No puedo evitar reírme.
—Lo dices como si mamá fuera una visita desagradable… —le digo en medio de la risa más sincera que he tenido en días.
—Lo es —afirma, sin titubear—. No me malinterpretes, amo a nuestra madre, pero desde tu accidente… ha cambiado. Y no para bien. Siempre fue un poco excéntrica, adorable… pero ahora es solo terrible.
El drama en cada uno de sus gestos me hace reír aún más.
—Summer, te amo tanto —le digo entre carcajadas. Ella hace su mejor cara de caprichosa adorable.
—Hermana, hablo muy en serio —se pone recta, acomoda a Nate en sus piernas con el mismo cuidado que una madre experta y luego, con su mano libre, se toca el pecho como si estuviera a punto de revelarme un gran secreto, de esos que nadie dice en voz alta—. Nora… confieso que yo también me volví loca. Dije cosas feas. Bueno… todos. Pero he recapacitado, lo juro.
—Supongo que fue duro —respondo, con suavidad—. Pero aquí estoy. Y claro que has recapacitado, Summer, eres puro corazón.
Ella sonríe con fuerza y abraza a Nate con tanto entusiasmo que el niño se pone a llorar.
—Ay no, no me cae bien cuando llora —dice, entregándomelo al instante.
—Tonta… —abrazo a mi niño y respiro hondo. Summer, con esa cara radiante y su sinceridad brutal, puede ayudarme a resolver algunas dudas—. ¿Summer? —me mira sonriendo—. Nunca me has ocultado nada, ¿verdad?
La pregunta me sale con total seguridad. Pero cuando demora en contestar, algo se me enciende por dentro.
—Nunca —responde, envolviendo un mechón de su largo cabello rubio entre los dedos.
—¿Conoces a Charles?
Su semblante cambia. Se ve más firme. Al parecer pensó que le preguntaría por otra cosa.
—Sí.
—Qué bueno. Ahora… ¿yo lo conozco?
—Mucho más que yo, Nora —responde, riéndose.
—¿Qué quieres decir con eso? —su respuesta me alarma.
—Nada raro, Nora. Trabajaba contigo. De hecho, las veces que lo vi, siempre estaba a tu lado.