Capítulo 7
—¿Estás segura de que puedo tomar alcohol? —pregunto, algo incómoda. Mi hermana me ha traído a un tipo de lugar al que nunca imaginé volver—. Estoy muy vieja para esto.
—¿Vieja? —me mira con una indignación nada fingida—. Hermana mía, vieja la identificación. Solo mírate: eres un milagro de belleza. Literalmente. Ahora es cuando, dicen que la tercera calentura de una mujer es la mejor.
—¡Summer, ¿qué acabas de decir?! —abro los ojos al escucharla—. ¿Qué sabes tú de calenturas? Tú prácticamente eres una monja que viste de Prada, Gucci y cualquier marca de lujo que deje ver piel.
—Que todo esto no esté en uso —dice, mirándose con autocomplacencia— no quiere decir que no lo pueda mostrar… aunque sea solo un poco. Además, solo es una frase que le escuché alguna vez a Daniel. Sabes que a nuestro hermano le gustan las mayores, esas que no le exigen una casa con jardín y un par de perros —hace un gesto extraño con la mano, imitando la pose conquistadora de Daniel—. Vamos, entremos.
—Debería estar con mi hijo —protesto, sabiendo que no le importa.
—Solo por hoy, Nora. Solo por hoy compórtate como si nunca más fueras a hacerlo —lo dice con una solemnidad tan teatral que casi me hace reír—. Además, hoy le toca estar con el príncipe de la arrogancia, Liam. Así que es mejor que estés aquí a que aguantes a la ocupa que tienes en casa.
—No quiero… y respeta a nuestra madre. ¿Cómo que “ocupa”?
Pero ella me ignora, como siempre que dice algo con la lengua más rápida que el filtro. Me arrastra hasta la entrada de Luces de León, una discoteca a la que, si vine tres veces en mi juventud, fue mucho. Y ninguna de esas veces es digna de recordar.
Me sorprende la facilidad con la que entramos. Al parecer, Summer es muy popular aquí, al menos entre los trabajadores del lugar. Todos la saludan con sonrisas y reverencias sin siquiera pedir identificación.
—Señorita —el mesero nos recibe con una reverencia innecesariamente exagerada—. ¿Dónde siempre?
—¿Aquí es donde haces los retiros espirituales por los que haces pagar a papá? —susurro, y ella me da un codazo tan fuerte que me hace toser.
—Esta niñita… —resoplo—. Debería revisar tus cuentas bancarias, hermanita. Asegurarme de que todo esto lo pagues con tu dinero.
Summer, aunque terminó la universidad joven, nunca ejerció. Mi padre y Daniel le dan todo. Y no puedo negarlo: cualquier cosa que necesite, también me tiene a mí.
—No quiero una mesa normal —le dice al mesero, ignorando por completo mi comentario. Summer es lo más lindo del mundo… tierna y caprichosa al mismo tiempo.
—Pero… —el mesero intenta replicar.
—Por favor —lo interrumpe con esa sonrisa suya que consigue lo que sea.
Una botella de tequila aparece en la mesa como por arte de magia. Alzo una ceja al ver cómo se toma cada copa como si fuera agua.
—Calma… no quiero lidiar con una borracha sin experiencia —le advierto. Y no exagero: no recuerdo haberla visto tomar más que una o dos copas de vino o champán en reuniones familiares o de negocios.
—Toma tú también —me sirve una copa sin darme opción—. Piensa en eso que tanto daño te hace y lo tienes atorado en la garganta. Esto, hermana, te va a ayudar a que duela más… y eso es maravilloso.
Sus palabras suenan crueles, pero son más reales que cualquier otra cosa que he escuchado en días. Lo sucedido con Charles regresa a mi mente como una oleada fría. Siento que el alma me duele. Así que le hago caso.
Llevo la copa a mis labios y me la bebo de un tirón. El ardor en la garganta me obliga a cerrar los ojos, pero cuando los abro, una especie de alivio —artificial, sí, pero alivio al fin— se instala dentro de mí.
—¿Te encantó?
—Me encantó —respondo, golpeando la copa contra la mesa para que me sirva otra.
Ahí empezó una cuenta perdida de alcohol.
—Bailemos, Nora…
Y claro que lo hacemos. La música está tan fuerte que solo nos hace movernos aún más. Puede que nos hayamos vuelto el centro de atención entre tanta gente, pero —por esta vez— no me importa. Y creo que se debe al efecto del alcohol, porque ahora todo lo veo distorsionado y con un entusiasmo inusual.
—Solo quiero llegar a la botella que me haga olvidar —dice Summer con los ojos llorosos, un reflejo perfecto de los míos. La abrazo con fuerza.
—Necesitamos otra botella —ella asiente sin dudar.
Una tercera botella llega a la mesa.
—Nunca he bebido tanto antes —dice Summer, y su voz parece demasiado alta para el espacio.
—Yo tampoco —respondo riendo, sin entender del todo por qué—. ¡Salud, conejo! Por ese enigma de hombre llamado Charles.
—¡Salud! ¡Y yo brindo por mi estupidez! —choca su copa con la mía, riéndose—. Simplemente no aprendo.
—¡Salud!
Las copas pierden el conteo. La cordura y la sensatez empiezan a brillar por su ausencia. Aunque lo poco que queda de mí me dice que mañana me voy a arrepentir.
—¡Zorra! —una voz femenina, aguda y cargada de veneno, se escucha por encima de la música.
—¡Zorra! —repite, y veo a una pelirroja con un vestido corto y los ojos exageradamente maquillados acercarse a Summer. No la conozco, pero eso no importa. El alcohol que corre por mis venas sube de nivel al verla alzarle la voz a mi hermana.
—¡Oye! ¿Qué te pasa? ¡No te metas con mi hermana! —me interpongo entre ambas, poniéndome de frente a la pelirroja y mirándola directo a los ojos.
—No te metas. Tu hermanita es una zorrita que anda de rogona tras mi hombre.
—Déjame en paz. No sé ni quién eres, pelirroja de caja —responde Summer, sin perder la compostura—. Lárgate.
—Te vi —la señala con un dedo tembloroso de rabia—. En la fiesta de los Dankworth.
—Créeme que no estaba ahí por gusto. Por mí, puedes comerte a Román entero si te da la gana. No tuve ni tengo ninguna relación con él. Él es solo más que familia... y por desgracia ese vínculo no lo puedo romper.