Siendo Madre, La Memoria Del CorazÓn.

Capítulo 10 

 



 

Charles


 

—¡Qué haces aún aquí, Nora te está esperando! 

Admiro la determinación de Tom, el cual está haciendo todo lo que está alcance de sus manos para que este negocio se lleve a cabo.

—¿Por qué no te mueves? —alzo una ceja ante su tono de mando —Mis intereses también está en juego.

—No te obligue a quedarte en este barco.

—Como si pudieras pagarme al menos un boleto de autobús.

—¡Mocoso! —le grito apuntando con el dedo.

—Fuera de aquí—cierra mi portátil, lo guarda y me empuja hasta la puerta —Sonríe —con eso cierra la puerta en mi cara.

Este mocoso, que se cree, lo hubiese dejado donde lo encontré. Frustrado, salgo al encuentro con Nora, la mujer que he estado evitando. No sé cómo ella es capaz de meterse en mi pensamiento haciendo que mis problemas desaparezcan.

Al llegar al discreto restaurante mi corazón empieza a acelerarse, lo que me molesta, no recuerdo haber estado en una situación parecida antes.

—¿Seré que estaré teniendo problemas cardiacos? —respiro profundo a toparme con ella de espalda —Es normal que a una mujer le brille tanto su cabello. ¡Maldición aparte de un cardiólogo necesitaré un psiquiatra!

—Buenos días… —por qué mi voz suena nerviosa.

—Llega tarde —su tono de voz me pone alerta, el enojo es evidente —Mal comienzo para una relación de trabajo.

Trago en seco —¿Puedo? —le digo señalando una silla, ella paciente —Le pido disculpas por mi retraso, no vuelve a pasar.

—Eso espero —me atrevo a mirarla a los ojos y al hacerlo a lo desconocido se rompe en mí. 

¿Quién es la mujer frente mío? La observo y está lejos de ser aquella criatura llena de luz de hace unas semanas, ¿y el brillo de su cabello a donde fue si hace solo unos segundos me ilumino.

—Tom se ha encargado de mandarme su propuesta —no respondo, el chico va diez pasos delante —Lo que fue gran acierto debido a su tardanza.

—¿Qué opina? 

—Me gusta —afirma —Quiero que seas el encargado de la publicidad Charles, una de mis condiciones es que nada sea publicado sin mi visto bueno, yo debo de saber todo antes ¿entendido?

—Entendido —y no hay más que decir.

—Para ser el rey del marketing hablas muy poco —una risa se me escapa.

—¿Eso parece? —si supiera que ella es la que me causa los problemas del habla, los que nunca había experimentado, ni cuando fui un adolescente enamorado de todo el equipo de voleibol femenino. No es algo que diría en voz alta, pero solo me falto la entrenadora. 

—Solo dices frases de dos palabras… —comenta —Exijo discurso de la menos tres páginas.

—Los tendrá —y me doy cuenta de que tiene razón, no he dicho nada con fundamento.

—Me tengo que ir, gracias a su llegada tarde, desayune mientras lo esperaba, lo espero en una hora en mi oficina.

No me dejo despedirme, simplemente se puso de pie, agarro su bolso y emprendió un recorrido lento hacia la salida. 

Más que caminar parece levitar, ella no se parece nada a la mujer que me acompaña en la soledad de mis pensamientos. 

Algo llama mi atención, se mueve de forma rara, su cuerpo se tambalea —Se va a caer — y sin darme cuenta ya estaba a su lado.

—Permítame ayudarla —mi frase cuelga en el silencio, ya que la tengo que sostener por la cintura para que no caiga al suelo —¿Se encuentra bien?

—¿Parezco estar bien? —responde con dificultad y no deja su tono duro.

—No —respondo —Por lo contrario, parece estar muy mal.

Ríe —No habla, pero observa, Charles —nuevamente su cuerpo quiere desplomarse, por lo que la agarro más fuerte de la cintura —No me suelte —esos ojos maravillosos que tiene me miran suplicante —No puedo caer.

—No la dejaré caer, Nora —mi respuesta fue al instante y no sé por qué. 

Mis brazos se aferran a su cintura casi cargándola —Vayamos a mi auto —ella asiente.

—Puede llevarme a la clínica de los Alpes —dice cuando arranco el auto.

Su petición me sorprende, ¿tan mal se siente? Apurado la miro y tengo que frenar el auto.

—¿Por qué te detienes? —no sé qué me sorprende más si la calma en su voz, la palidez en su rostro, o la sangre en sus manos —No puedo perder a mi bebé, por favor arranca el auto.

Inmediatamente, cumplo su petición, y acelero el auto lo más que pudo, ¿bebé, ha dicho bebé? Claro que lo ha dicho. 

Las calles parecen estar más abarrotadas de autos de lo normal, los semáforos en rojo parecen cambiar cada hora y cuando llego a la clínica yo parezco estar ausente.

En modo automático salgo del auto hacia su puerta, al abrirla ella me mira con los ojos llenos de lágrimas —Me duele mucho —no tiene que decir más, la saco en brazos del auto y corro con ella en brazos.

—¡Ayuda, ayuda, ayuda! —grito desgarrándome la garganta —¡Un médico!

Personas con bata blanca salen de algún lado y sus gritos empiezan a remplazar los míos, al dejarla en una camilla, quedo en pánico, ¿qué hago ahora?

—¡Acompáñenos, señor! —sigo sin chistar a la persona que acaba de gritar en mi oído —¿Cuánto tiempo tiene?

—No sé 

Todo empieza a pasar muy rápido, ella es llenada de cables y muchas personas la rodean, todos hablan al mismo tiempo y mientras tanto yo me siento perdido, y solo pienso en como ayudarla.

Como una señala, un apretón en mi mano me hace reaccionar, era ella —No me dejes sola — el dolor en su frase me hace tambalear —No me sueltas, No me dejes sola, por favor… —la miro tiene los ojos cerrados —Liam, no nos dejes Liam.



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En el texto hay: bebes, romance, amor

Editado: 11.03.2024

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