Capítulo 10
Charles
—¡¿Qué haces aún aquí, Nora?! ¡Te está esperando! —el grito de Tamara me hace abrir los ojos.
—¡Muévete, Charles!
No le hago caso. Me doy la vuelta, dándole la espalda a la luz del sol que entra por mi ventana gracias a ella. Quiero que todo desaparezca. Incluyéndola a ella. Con todo y sus gritos. Y sus gafas.
—Arriba —insiste, como siempre, haciendo lo que yo no quiero que haga. Y empieza a quitarme la sábana de encima.
—¡Quieta! Soy mayor, tienes que acatar mis deseos.
—Imposible aceptar tonterías —responde con la autoridad de una ministra.
Eso me hace sentarme indignado en la cama, apuntándola con mi dedo índice.
—¡Así no se le habla a un señor de treinta años, niña!
—Así se le habla a un despojo de un despojo de señor de treinta años —remata.
—Estoy muy decepcionado de tu mamá —cierro los ojos con teatralidad —. Unos cuantos correazos no te habrían caído nada mal.
—Me cansé de hablar —se queja, cruzándose de brazos —. Toma un baño, uno de esos que se dan los soldados en batalla. En diez minutos tienes que estar con Nora.
Es admirable el entusiasmo de esta jovencita. Yo ya me he dado por vencido. No hay nada que hacer por mí ni por mi difunta empresa.
—¿Por qué no te mueves? —pregunta como si fuera mi oficial superior —. Mis intereses también están en juego.
—Yo no te obligué a quedarte aquí.
—Tampoco es que tenga opciones. No es como si pudieras pagarme al menos un boleto de autobús.
—¡Mocosa! —le grito, apuntándola otra vez con el dedo —. ¡Fuera de mi habitación!
—Si no sales en cinco minutos, voy con tu madre y le digo que no tienes ni para comprarle un lazo de seda —amenaza sin titubear.
Con una sonrisa brillante y ganadora, sale de mi habitación, golpeando fuertemente la puerta al cerrarla.
Frustrado, salgo de mi colchón —porque ya ni cama tengo— y me meto directo al baño. Recordando mis días de servicio militar, en menos de diez minutos estoy vestido con un traje de tres piezas. Incluso me sobró tiempo para peinarme.
La mocosa grosera me espera en las escaleras con mi maletín en una mano y un café en la otra.
—Te juro, Tamara, que cuando todo esto pase te mando a Japón en una caja de cartón sin marcar.
—Unas vacaciones en Japón es un gran incentivo, jefe —hace una inclinación exagerada —. Te dejo de tarea sonreírle a la señora Nora. Es una mujer muy agradable. No me hagas quedar mal.
—Recuerda Japón —le digo mientras me empuja a la salida.
—Éxitos, jefe… porque suerte no tienes —cierra la puerta en mi cara con un portazo triunfal.
Respiro profundamente para no entrar y acusarla con su mamá.
Una pesadilla más grave que mi situación financiera me espera con Nora. Esa mujer me hace sentir nervioso y perdido. Sea lo que sea, se ha convertido en una molestia para mí, una molestia que no había experimentado nunca. Estos sentimientos no tienen cabida ni en mi vida, ni en la de ella. Ni en la de nadie.
—¿Será que estoy teniendo problemas cardíacos? —me pregunto al sentir cómo mi corazón se acelera con tan solo poner un pie en el discreto restaurante donde me debe estar esperando Nora.
Respiro profundo y entro al sitio. Como si la vida fuera un camino plano, la reconozco al instante. Vuelvo a respirar al verla de espaldas. ¿Es normal que a una mujer le brille tanto el cabello? ¡Maldición! A este paso, además de un cardiólogo, necesitaré un psiquiatra.
—Buenos días… —¿Por qué mi voz suena nerviosa? No es normal, en serio. Esta es apenas la segunda vez que la veo y ya estoy vuelto loco.
—Llegas tarde —su tono me pone alerta. El enojo es evidente.
—Mal comienzo para una relación de trabajo… —continúa, sin disminuir ni un gramo de su furia.
Trago en seco.
—¿Puedo? —le digo señalando una silla. Ella asiente sin gracia.
—Le pido disculpas por mi retraso, no volverá a pasar.
—Eso espero —responde con filo, como si sus palabras vinieran afiladas desde el fondo de su garganta.
Me atrevo a mirarla a los ojos y, al hacerlo, algo se quiebra dentro de mí.
¿Quién es esta mujer? No se parece en nada a la que conocí hace poco. La observo: está lejos de ser aquella criatura llena de luz. ¿Y el brillo de su cabello? ¿Dónde quedó, si hace unos segundos me había iluminado?
—Tamara se ha encargado de enviarme su propuesta —no respondo. No tengo nada que decir. Este negocio es más de mi imprudente ayudante que mío.
—Lo que fue un gran acierto, debido a su tardanza —su comentario es un claro reproche. Tal parece que hoy Nora no es la persona amable del primer encuentro.
—Nuevamente, me disculpo. ¿Qué le pareció la propuesta?
—Me gusta —afirma con un gesto duro —. Me ha convencido lo suficiente para que usted y su empresa lleven el marketing de mis diseños. Solo pongo una condición —la miro interesado —: ninguna decisión final puede ser tomada sin mi visto bueno.
—Entendido.
—Para ser el rey del marketing, hablas muy poco —una risa se me escapa.
—Suelo utilizar las palabras exactas —respondo, tratando de sonar profesional.
Si supiera que ella es la que me causa estos problemas del habla, los cuales nunca antes había experimentado... ni cuando era un adolescente lleno de hormonas, enamorado de todo el equipo de voleibol femenino. No es algo que diría en voz alta, pero solo me faltó la entrenadora.
—Solo dices frases de dos palabras… —comenta. —Me preocupan los comunicados que emitas o los discursos que crees para mi marca —su expresión cambia a algo parecido a la burla, sin embargo, no me afecta. Es mejor verla así que con esa sombra negra que lleva encima —. Exijo una extensión de mínimo tres páginas.
—Los tendrá. Cuando sea necesario. No siempre hay que decir mucho, Nora. Es un principio clave en la publicidad —inclina un poco la cabeza, como si analizara mis palabras —. Señora Nora, las palabras no deben desperdiciarse en asuntos que no merecen atención.