Siendo Madre, La Memoria Del CorazÓn.

Capítulo 11

Capítulo 11

Charles

—¿Eres un adolescente? —me reprocho en voz baja—. ¿Por qué llevas quince minutos viéndola por el reflejo del vidrio?

Nora lleva todo ese tiempo sentada en su escritorio, con la mirada perdida, como si lo que ocurre a su alrededor no tuviera peso. Me siento culpable por observarla a escondidas y, al mismo tiempo, cobarde por no ser capaz de acercarme y preguntarle cómo está. Sería lo más decente, después de todo. Está embarazada, y el episodio de hace quince días fue intenso, complicado e incómodo.

Miro a mi alrededor buscando, en el rostro de alguno de los empleados, una pizca de preocupación por ella. ¿Acaso no ven lo mismo que yo? ¿O no saben que su jefa está embarazada? Tal vez sí lo saben, pero lo ignoran. Pero eso no justifica mi silencio. No es de caballeros dejar que otros se encarguen del dolor ajeno.

Me pongo de pie, abrocho con lentitud el botón de mi saco y camino hacia su oficina. No tengo claro cómo ayudarla, pero la soledad no es lo que necesita. Golpeo suavemente la puerta de vidrio con los nudillos, sacándola de su trance.

—¿Puedo hablar contigo, Nora?

Se nota que está a años luz de este momento, porque me mira como si no me reconociera.

—¿Nora?

—Sí, sí… pasa —responde, llevándose un mechón de su cabello liso detrás de la oreja. Apoya los codos sobre el escritorio e intenta esbozar una sonrisa—. ¿Qué necesitas, Charles?

Bueno, Charles, ya estás dentro. Ahora di algo que sustituya esa cara de preocupación… Respiro, señalo la silla frente a su escritorio.

—Qué pena, por favor, toma asiento.

—Como sabrás, en una hora es la grabación del comercial principal de la nueva campaña.

Ella me observa con obviedad. Es lógico. Llevamos días trabajando intensamente en eso.

—Lo sé. ¿Se ha presentado algún inconveniente?

Quisiera decirle que sí. Que el problema es su tristeza, que me tiene bloqueado, que no me deja concentrarme. Pero en vez de eso, improviso una excusa.

—Dijiste que nada se hace sin tu visto bueno. Pensé que sería ideal que estuvieras presente en la grabación.

Prefiero que pase el día enfocada en el trabajo, y no en el hombre que la dejó en esta situación.

—Pensé que te molestaban las imposiciones… —responde con un atisbo de burla.

Y aunque en otro momento eso me habría molestado, cualquier emoción diferente a la tristeza me alivia. Verla rota me está matando.

—Tal vez. Pero una de mis virtudes es saber seguir órdenes. No tengo problema con las jerarquías, Nora.

Una sonrisa se le escapa, apenas una curva en sus labios, pero suficiente. Respiro aliviado.

—Me sorprendes, debo confesarlo —dice, girando su silla hacia el ventanal—. No hay mucho que hacer aquí, y sinceramente no tengo nada mejor por ahora —reflexiona, y luego se vuelve hacia mí otra vez—. ¿Ya vas de salida?

—Sí.

—Okay —responde, con naturalidad. Se pone de pie, toma su bolso y camina hacia mí—. Vámonos, se hace tarde.

_____

—¡Blanco! —exclama con tanta vehemencia que tengo que tragarme la sonrisa de satisfacción—. ¡Soy la jefa, y si digo que es blanco, es blanco!

—Eso sonó demasiado déspota, jefa —le hago una reverencia burlona, y de inmediato se dibuja la indignación en su rostro—. Si yo soy su director de marketing, ¿dónde queda mi opinión en esa jerarquía de decisiones?

—En la principal —responde con seguridad, sin siquiera mirarme.

—Entonces, ¿qué le parece el color rojo? —sugiero con tono persuasivo—. Cada diseño habla de fuerza y pasión… dos sentimientos demasiado intensos para ser representados con un color tan… básico.

—¿Básico? ¿Me estás diciendo básica?

—No recuerdo haber dicho eso —contesto, divertido, mientras miro hacia la dirección donde se encuentra la modelo—. Mire bien a la modelo: su cabello es tan rojo como la sangre. Esa intensidad la distingue de todas, por eso la eligió.

—Mis bolsos deben destacar entre todos… —murmura, pensativa.

—¿Entonces… rojo?

—Rojo —acepta finalmente.

La pasión no se puede comprar, y Nora es la encarnación de ese sentimiento. Verla tomar las riendas de cada detalle es, simplemente, fascinante. ¿Quién puede ser tan imbécil como para dejar a una mujer así?

—Tome… —le extiendo la bebida que llevaba en las manos.

—Gracias —responde, observando con cuidado el contenido del vaso.

—No es café, es algarroba molida. Tiene un sabor similar al cacao. Le ayudará a no extrañar tanto el café.

—Mmm… ¿Cómo supiste que muero por el café?

—Todos los que amamos lo que hacemos necesitamos café… o algo que lo reemplace para sobrevivir y no enloquecer.

No le doy tiempo de responder. Sigo caminando mientras ella se queda mirando la bebida como si en su interior llevara más de lo que aparenta. La tarde termina con el comercial finalizado y la sensación de que algo profundo se ha sembrado entre nosotros, aunque todavía ninguno de los dos se atreva a nombrarlo.

____________________________

Como ya es costumbre, no dejo de vigilar a Nora. Sus pasos, sus acciones, su forma de respirar. No sé en qué momento puede necesitar ayuda, y eso me mantiene alerta.
Cuando estoy seguro de que todo está en orden, decido marcharme. Tardo media hora más dejando todo solucionado. Recojo mis cosas y salgo en total soledad hasta el estacionamiento.

—Creí que ya no habría nadie —murmuro al ver una camioneta estacionada. Le resto importancia y sigo caminando hacia mi auto.

Una risa escandalosa se escucha a lo lejos. En aquella camioneta hay dos personas: una pareja. La mujer es la modelo del comercial, y el hombre… me resulta familiar. No los observo mucho; supongo que es alguien del equipo de producción.

Pero entonces, mis pasos se detienen.
Una figura en el suelo, una mujer sentada, llorando. Otra vez llorando.
Muerdo el interior de mis mejillas para no lanzarme a cazar a algún idiota.



#3313 en Novela romántica
#1074 en Chick lit

En el texto hay: bebes, romance, amor

Editado: 12.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.