Siendo Madre, La Memoria Del CorazÓn.

Capítulo 12

Capítulo 12

Charles

—¡No pueden llevarse eso! —mi grito, cargado de frustración, rebota entre las paredes de lo que alguna vez fue un hogar lleno de orgullo. Los funcionarios lo ignoran. Están vaciando, sin piedad, la casa de mis padres.

Mis palabras no detienen nada. Pero es lo único que tengo para protestar contra el embargo que el señor Barnes ha decidido ejecutar. Tenía dos salidas: pagar... o casarme. No cumplí con ninguna.

—¡Charles, haz algo, por favor! —mi madre llora como si le arrancaran la piel. Mira impotente cómo las pertenencias heredadas de su familia dejan de ser suyas—. ¡Nuestra dinastía, Charles!

Quisiera reírme. A carcajadas. Decirle que deje de fingir que seguimos siendo herederos de algo. De esa “dinastía” no queda más que el polvo en los cortinajes y el recuerdo de una época mejor. Somos tan pobres como cualquiera que viva en los suburbios. Pero no se lo digo. De nada sirve echarle más leña al fuego.

Miro a Tamara, que habla por teléfono con tono formal, inventando excusas que ya ni ella cree. Por su lenguaje calculado y evasivo, sé que al otro lado está Nora.
Muerdo mi mejilla, frustrado. ¿En qué momento me enredé tanto?

—Era Nora —dice Tamara tras colgar—. No le gustó que no fueras hoy a trabajar.

—Me lo imagino —respondo mientras me paso las manos por la cintura y observo el desastre.
—¿Qué les van a dejar?

—Negocié algunos muebles de la recámara principal… y utensilios de cocina. No hay para más —baja la cabeza, con culpa—. Utilicé el primer pago de Nora. Me da vergüenza, pero era la única opción.

—Yo también tengo vergüenza —susurro.

Caminamos por la sala de esta casa vacía que una vez se creyó palacio. Aquí hubo lujos, fiestas exageradas, oropel barato que deslumbró a una sociedad que nunca nos aceptó del todo.
Mi padre nunca superó el desprecio de mis abuelos por haberse llevado a su “valiosa” hija. Siempre quiso demostrarles que sí merecía su lugar. Y en esa batalla… lo perdió todo.

—¡Charles, dijiste que te encargarías de todo! —el grito áspero de mi padre me atraviesa. Cierro los ojos y respiro hondo—. ¡Se han llevado todo!

—Me estoy encargando —respondo con suavidad, tragándome el veneno.

—No lo parece —escupe con rabia—. Las habladurías no van a parar ahora.

Quisiera que aceptara de una vez que todo esto es su culpa.
Él fue quien dilapidó la herencia de mi madre para alimentar un ego hambriento de validación. Intentó comprar respeto con copas de champán y trajes italianos, y solo consiguió burlas y ruina.

—Aún tienen un techo, una cama, comida —Tamara interviene, firme pero serena. No puede ocultar su propio descontento.

—¿Y de qué sirve eso? —masculla mi padre con desprecio.

—Para no morirse —lo encaro con la mirada firme, la voz al borde de quebrarse—. Haré todo lo que pueda para que no les quiten la casa. Es lo único que les queda.

No espero respuesta. Salgo de ahí. No quiero escuchar más. Odio todo esto.
Odio que todo caiga sobre mis hombros. Odio ser el responsable de resolver problemas que no causé.
Básicamente… odio mi vida.

Le encargo a mi bella y caótica Tamara que se encargue de mis padres, que intente acomodarlos lo mejor posible dentro de su casa, ahora vacía y sin alma.

Yo necesito ir con Nora.
No solo por el ingreso que ella representa.
Sino porque, aunque no lo diga en voz alta, estar cerca de ella me hace sentir útil.
Y eso, en estos días, ya es mucho decir.

Llevaba tiempo sin entregarme tanto a una campaña. Quiero que todo salga perfecto… y así recuperar aunque sea un pedazo de lo que solía ser mi vida. Mi trabajo.
Al llegar a las oficinas de Nora, ya tengo una excusa en mente. Un resfriado, sí… eso puede pasarle a cualquiera.

Me detengo al frente de su puerta. No está sola. La acompaña una mujer mayor y una joven que fácilmente podrían ser su madre y su hermana. Comparten ese mismo brillo discreto en los ojos, la misma presencia sobria y elegante.

Nora me mira apenas unos segundos. Suficientes. Su cara de angustia me frena en seco. Doy dos pasos hacia atrás y me retiro a mi despacho sin que me note más.
Media hora después, veo pasar frente a mí a las dos mujeres. Supongo que Nora aparecerá en cualquier momento.

—No me gusta la impuntualidad —anuncia, cruzando la puerta como una brisa densa, cargada de tensión.

—Ni a mí. Le pido disculpas, me sentía indispuesto —miento con elegancia.

No puedo dejar de observarla. ¿Por qué ese rostro parece siempre al borde del colapso? ¿Nadie, de los que la conocen de toda la vida, ve lo mal que está? Está embarazada. Se supone que debería tener paz, no esta tormenta a cuestas.

—¿Se encuentra bien, Nora?

Abre los ojos, dejando ver ese color bonito, profundo, como si sus pupilas guardaran secretos de otra vida.

—¿Cómo es posible que solo usted sea capaz de preguntarme eso? —alzo una ceja. ¿Así que no estoy tan equivocado?
—¿De verdad le interesa, Charles?

—Si no me importara, no me tomaría el trabajo de preguntárselo.

—Siendo así, le responderé con la verdad. Me encuentro fatal.

—¿Puedo preguntar por qué... además de lo evidente, claro está?

—Mis padres —dice, con frustración desbordada—. Mi padre quiere que cancele los contratos con el padre de mi hijo.

—¿Contratos? —mi sorpresa es sincera.

—Sí. Él y su hermano son los mayores inversores de esta empresa, Charles. Si no fuera por Liam, nada de esto existiría.

Debo admitirlo: eso no lo vi venir.

—Creí que su padre la había ayudado a construir esta empresa.

—No —responde con una mueca amarga mientras se deja caer en la silla frente a mi escritorio—. Mi padre no cree mucho en sus hijas. El destino de Summer y mío era casarnos y heredarle, claro… con el porcentaje más alto para Daniel, mi único hermano varón.
Paradójicamente, el único que creyó en mí fue Liam. En eso no le puedo restar mérito.



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En el texto hay: bebes, romance, amor

Editado: 12.07.2025

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