Siendo Madre, La Memoria Del CorazÓn.

Capítulo 13

Capítulo 13

Nora

—Si has venido es porque has tomado una sabia decisión.

La voz de mi padre, seca, sin un atisbo de emoción, me da la bienvenida. Si buscaba un golpe de realidad, él ya está listo para dármelo.

—Tu hermano puede encargarse de liquidar la sociedad.

Dejo los cubiertos sobre el plato y apoyo los codos sobre la mesa. Sonrío lo mejor que puedo. Están hablando de mi empresa como si fuera un capricho pasajero, como si solo existiera porque Liam me cumplía antojos. ¡Por Dios! Mi empresa existe desde hace diez años, mucho antes de que siquiera se me pasara por la cabeza ser algo más que socia de ese hombre.

—La sociedad puede diluirse —repito, marcando bien las vocales, sin ocultar el sarcasmo—. Solo necesito que ustedes me ayuden a pagar la multa que seguramente Roman va a imponerme.

—Ese desgraciado… —gruñe mi padre.

Trago saliva. No me gusta que hable así de mi adorado Roman. A pesar de todo lo que ha pasado, cuando el momento sea adecuado, lo buscaré y tomaré un buen café a su lado, aunque él solo me mire mientras yo hablo.

—Es capaz de sacarte hasta el último peso —añade mi madre, quien lo odia desde el día que lo conoció, cuando él veinte años y Roman fue el primero en arrancarle suspiros a una adolescente y precoz Summer.

—Seguramente —respondo, manteniendo la vista en mi padre, que parece cada vez más incómodo con la conversación.

Mi padre es un hombre anclado en el siglo pasado. Vive en un mundo que solo existe en libros antiguos de amor y honor familiar. Sus pensamientos son tan viejos como la lámpara excesivamente cara que cuelga sobre nosotros.

—Su especialidad es proteger sus intereses. Y yo estaría incumpliendo un contrato millonario.

—Lo tengo claro… —dice tras tomar un trago amargo de vino, probablemente recordando la vez que sintió en carne propia la furia financiera de Roman. Por alguna razón, Roman se contuvo ese día. Aún es un misterio por qué le tuvo piedad.

—Como no puedo asumir esa multa, y ustedes no la van a pagar —los miro, esperando que refuten, pero no lo hacen—, contrataré a un abogado para que trate directamente con los hermanos. ¿Con eso se quedan tranquilos?

El dinero siempre ha sido su idioma. Para mis padres, la vida empieza y termina con eso. No fueron malos padres… solo que su idea de serlo no era convencional.

—Estarás ligada a esos hombres por mucho tiempo —dice mi madre, como si me advirtiera del fin del mundo.

—Lamento informarte, mamá, que estaré ligada a ellos para toda la vida. Mi hijo lleva esa sangre.

La cena no se alarga mucho más. Bueno… dependiendo de cómo se mida el tiempo. En el reloj pasaron veinte minutos, pero en mi cuerpo fueron como veinte horas.

Me escondo en una esquina de la sala y confirmo lo que ya sabía: me siento vacía. Ni siquiera esta casa —donde crecí— me da paz.

Voy por mi bolso y los dejo en compañía de un té tan fino como la máscara de falsa felicidad que insisten en mantener.

No sé exactamente por qué ahora veo con tanta claridad los defectos de mis padres. Tal vez sea porque estoy a punto de convertirme en madre y mis propios traumas de hija comienzan a marcar el camino que no quiero seguir.

Manejo sin rumbo. No quiero regresar a mi casa. No tengo a nadie a quién visitar. Mi única amiga es mi hermana, y tampoco quiero ir con ella. Así que simplemente manejo.

No he avanzado mucho desde la casa de mis padres cuando decido parar en una tienda de víveres. A mi hijo se le antojaron chocolate y papas de limón.

Estoy frente al estante de las papas, secándome la saliva de la boca con el dorso de la mano, cuando escucho una voz conocida. Pero esta vez… suena diferente. No está en modo profesional, ni amable, ni comprensivo. Charles suena irritado, histérico, frustrado… aunque, de alguna forma, también divertido.

No puedo evitar seguir la dirección del caos.

—¡Dios mío, baja en este momento y muéstrame la bondad que esparcieron tus discípulos! —grita Charles al techo, con los brazos abiertos como un actor en pleno teatro dramático.

—Te ves tan ridículo como estás actuando, jefe. ¿Dónde están los treinta años que dices tener? —le responde una joven con cara de idol coreano y tono de reproche.

—Me das tanto miedo, Tamara, que Dios no solo debe meter en ti la mano, ¡sino el alma entera!

Me cubro la boca para evitar que se me escape la carcajada.

—¿Miedo? —responde ella, indignada—. ¡Soy el ángel más puro que Dios te ha enviado a la puerta! Solo busco tu bienestar financiero y terrenal.

—¿Mi bienestar? —él ya está ofendido—. ¿Llamas “bienestar” a escuchar a mi madre recitar por millonésima vez el abolengo y la sangre azul que corre por nuestras venas? ¿Ese es el amor que dices tenerle a este tutor caído en desgracia?

—Puede que no te guste oír a tu madre, jefe… pero de que el drama se lo aprendiste, se lo aprendiste.

—¡Respetame, niña insolente! —dice mientras se acerca a ella y le jala una trenza con suavidad—. Te voy a acusar con tu mamá.

Tamara, con toda la energía de quien ya no puede más, se frota la cara con ambas manos.

—Solo tienes que llevarle estos fideos instantáneos para que coma. Créeme, es lo mejor que puedes hacer por ella. Esa mujer no puede cocinar ni agua hervida. Estoy cansada de ir todos los días a su casa a cocinar. ¡Mucho trabajo para unas simples vacaciones en Japón!

—A Japón solo vas a ir con pasaje de ida… marcado en la caja de cartón en la que te voy a mandar.

—Ay, ya no más… —Tamara pone un paquete de fideos instantáneos en los ojos de Charles—. Dice “sabor a mariscos del mar”. Eso suena a caro, tal y como les gusta a tus padres.

—Me caes tan mal —dice Charles, arrancándole el paquete con fingida furia—. Acabemos con esto, necesito desconectarme de tu caos.

La risa se me había ido acumulando en el pecho desde que escuché su primera súplica celestial… y ya no puedo contenerla más. La dejo salir con fuerza, libre, incontrolable. Ambos se giran a mirarme sorprendidos.



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En el texto hay: bebes, romance, amor

Editado: 12.07.2025

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