Siendo Madre, La Memoria Del CorazÓn.

Capitulo 14

Capítulo 14

Charles

Odiaba este club campestre. Su olor, su aspecto, sus asistentes… todo me resultaba profundamente desagradable, como si cada rincón supurara un elitismo rancio que me provocaba náuseas. La situación financiera de mis padres —y la mía propia— era un secreto bien guardado. Solo nosotros y, por desgracia, el nada respetable señor Barnes lo sabíamos.

Pero el desconocimiento no detiene las lenguas.
Los malos negocios de mi padre y su enfermiza necesidad de pertenecer a un círculo que lo desprecia, nos han convertido en tema habitual de conversación entre tazas de té y partidas de golf.

Al llegar al restaurante —tan lujoso como ridículo, un templo levantado para alimentar egos a punta de facturas exorbitantes— conté hasta cinco antes de caminar hacia la mesa. Me esperaban.

—Buenas tardes, señor Barnes… —pronuncié su apellido como si tuviera que enjuagarme la boca después—. Le pido disculpas si lo he hecho esperar.

Lo dije por pura cortesía. Ese hombre estaba a punto de comprarme. A mí, Charles Jones. Convertirme en un activo más de su empresa… o en el cuidador de su hija.

—Una disculpa, para un hombre como yo, no basta… —respondió, sin molestarse en ocultar el tono altivo.

Desabotoné el botón central del saco negro que llevaba y tomé asiento frente a él.

—Y usted, señor Jones… ha estado jugando con mi voluntad.

Jugar no es el verbo adecuado para esta situación, señor Barnes. He estado buscando todas las formas posibles de cancelar la deuda, pero no me ha sido posible —dije, con tono firme, intentando mantener lo poco que me queda de dignidad.

—A estas alturas, la mísera deuda de su padre me tiene sin cuidado —responde con desdén, como quien sabe que puede moldearme a su antojo—. De las dos opciones que le ofrecí, ahora solo me resulta atractiva una.

Toma la copa —seguramente con algún licor innecesariamente caro— y la lleva a sus labios con el deleite de quien se sabe intocable.

—Siempre me ha gustado la antigua propiedad principal de su familia. Podría ser un bonito lugar para que mi hija teja hasta que sea una anciana… o un excelente espacio para practicar tiro. Hay unos hermosos candelabros que datan de hace dos siglos.

Ahora soy yo quien necesita beber algo. Frente a mí hay una copa de agua ya servida. La tomo sin gracia y me la bebo de un solo trago, procurando que el recuerdo del sabor me lleve al ron más barato que he probado en mi vida: ese que arde como gasolina y te recuerda lo bajo que puedes caer.

—Mi madre podría morir si ve sus candelabros volar en mil pedazos —mascullo entre dientes, conteniendo la rabia y obligándome a sonreír.

—Pareces un buen hijo —dice Barnes, como si se tratara de una ironía más en su repertorio—. Si estás aquí, es porque sabes que no tienes más opciones. Ojalá mi hija sirviera, al menos, para entender lo que eso significa.

Mi rostro no se inmuta. No conozco a la hija de este hombre y ya siento pena por ella. Debe haber tenido una vida infernal. Al menos mis padres solo son irresponsables con delirios de alcurnia. El hombre que tengo frente a mí es pura maldad disfrazada de poder.

—Mi hija debe casarse… —afirma, como si habláramos de una estrategia empresarial—. Y tú eres el ideal.

—Los intereses de la deuda de mis padres son más altos que la misma deuda —respondo, sin molestia alguna por ser directo.

—Si aceptas ahora, devuelvo todo a tus padres —dice, como si me estuviera ofreciendo un regalo y no una sentencia—. Y tú pagarás cuota a cuota, eternamente… controlando a mi hija. Haciéndola una verdadera dama: recatada, callada.

¿Su hija vive en el siglo XVII? Habla como si una mujer solo sirviera para sentarse junto a la ventana, bordar en silencio y esperar al marido con un vestido largo y palabras contadas.

—¿Está seguro de que quiere un marido para su hija… o un custodio? —las palabras salen solas. Es absurdo lo que está proponiendo, insultante incluso para su propia sangre.

Barnes afila la mirada como un león veterano, el líder de una coalición letal en la sabana. Esa mirada que no necesita rugir para recordarte que puede matarte en silencio.

—No quiero a alguien que cuide mi dinero como un perro amarrado… —su voz baja un tono, más peligrosa ahora—. Estoy comprando tu lealtad, Charles. Tu sumisión hacia mí.
Mi dinero jamás podrá ser tocado por la única heredera que me dejó esa poca cosa de esposa que tuve.

Esta mañana, al abrir los ojos, lo único en lo que pude pensar fue: ¿qué voy a hacer?

No tengo empresa. No tengo casa. No tengo nada que respalde la absurda deuda de mis padres.
Mi trabajo con Nora, aunque exitoso, solo me ha traído más deudas… y mentiras. Todo el dinero de la publicidad lo gasté arbitrariamente, tratando de evitar venderle mi alma al diablo que ahora tengo enfrente.
Y ni siquiera así he logrado detenerlo. Ni retrasarlo.
Es como si este juego ya lo hubiese ganado el señor Barnes antes de comenzar.

Me acomodo la corbata con torpeza y me siento derecho, sonriendo como quien ya sabe que va a morir.

—¿En cuánto tiempo necesita que su hija se case?

—En menos de un año… —responde con naturalidad.

Creo que acabo de firmar mi sentencia: tengo que casarme con una desconocida, probablemente tan caída en desgracia como yo.
El altar nunca estuvo en mis planes.
Las mujeres sí… y muchas.
Si disfrutar de una mujer fuera un deporte, en ese habría ganado las medallas que nunca pude darle a mi aristocrática y olvidada madre en sus sueños de élite y abolengo.

Cierro los ojos. Intento imaginar un altar.

Pero allí no hay una desconocida.
Está Nora.
Con su cabello brillante y su sonrisa de ángel.

Tal vez todas aquellas mujeres que nunca quise, hoy me pasan la factura por no poder tener a la única mujer que realmente quiero.
La más hermosa del mundo.



#3875 en Novela romántica
#1221 en Chick lit

En el texto hay: bebes, romance, amor

Editado: 12.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.