Siete Almas

CAPITULO 1

En la bruma de la niebla caminé hacia adelante tratando de buscar una salida de aquel sitio, sentía que me observaban desde todas las esquinas invisibles, ocultas en la espesura del lugar. Por un momento moví mis manos frente a mi rostro puesto que sentía como tela de arañas en la piel.

De pronto la niebla no sólo era tan densa que inundaba el sitio de un tono blanquecino, sino que se volvía cada vez más tangible y molesta. Podía tocarla y apartarla como ramas en un bosque de enredaderas. Poco a poco la vista se me iba limitando y hasta se me pegaba al rostro aquella masa blanca.

Cerré los ojos y comencé a correr mientras trataba de quitarme la niebla de encima hasta que de un momento a otro me sentí atada de las piernas y caí al suelo, haciendo sonar mi pecho y abdomen contra la madera.

«Madera» pensé.

Abrí los ojos y tanteé con las manos la zona luego de declarar aquello y efectivamente estaba sobre un piso de madera oscura, firme y pesada. Me arrodille y miré hacia los lados luego de darme cuenta de que me encontraba en medio de un pasillo.

Las paredes estaban decoradas con un papel tapiz de tono oliva y adornado con unas figuras de color dorado muy peculiares en formato, era un símbolo del infinito triple que se entrelazaban a un círculo, una triqueta. Al final, haciendo juego con el suelo, había un rodapié que sobresalía del muro haciendo una pequeña cuenca entre el piso y este, dando un toque muy antiguo al lugar en donde me encontraba. Había también lámparas de bronce instaladas en las paredes, su estilo era muy colonial y brillaban ante el reflejo de la luz eléctrica amarillenta que emanaban. Parecía que la intención fuera imitar a la luz de las velas. Ambos lados del pasillo parecían ser lo mismo exactamente.

Me levanté confundida y miré hacia atrás. Estaba frente una puerta abierta que llevaba hacia una oscuridad que parecía querer succionarme en cualquier instante. Quería estar lo más lejos que podía de ella por lo que di los pasos suficientes hacia la pared del pasillo.

Respiré profundo y decidí tomar un camino al azar, caminé hacia mi derecha y avancé sin mirar lo que estaba dejando atrás. Conté tres puertas de madera oscura como el ébano y con picaporte dorado. Su tono era mucho más claro que el del suelo pulido y brillante, reflejando la luz de las lámparas.

Tuve la sensación de que si pasaba muy cerca de ellas, alguna se abriría y me tragaría, eran muy altas y grandes y cada vez que las observaba mucho parecían inclinarse hacia mí. Me estremecí y me abrace el estómago mientras caminaba cada vez más cerca del otro muro, tocándolo con la mano. El papel tapiz tenía una sensación a terciopelo artificial y rígido por el polvo.

Unos pasos más adelante me di cuenta de que hacia la derecha del pasillo había una luz que iluminaba las paredes, cintilando de manera irregular.

Mientras me acercaba escuchaba susurros, me di cuenta de que unos metros más adelante finalizaba el muro e iniciaba un pasamanos de madera con columnas de hierro cromado y negro y más allá había una escalera que bajaba. Me asomé por el borde de la pared hacia abajo, buscando ver de dónde venían los susurros y me encontré con algo inesperado y extraño.

Ahí estaban, había unas diez o más mujeres vestidas con batas blancas hasta los tobillos, de mangas largas y adornos negros y rojos en el cuello y las muñecas, tomaban unas velas blancas que tenían portavelas de color dorado y un asa para el dedo. Hacían círculo alrededor de una mujer que se encontraba en el suelo arrodillada y moviendo los brazos desde el suelo hacia arriba mientras acariciaba todo su cuerpo, despeinandose y gimiendo.

De pronto, se puso como una depredadora buscando su presa con ambas manos en el suelo y simulando que olfateaba mientras todas las mujeres susurraban las mismas palabras una y otra vez.

«Find viator inter animarum. accipere pro nobis»

La mujer en el centro comenzó a gritar y tomarse de los cabellos mientras movía a los lados su cabeza como si estuviese a punto de enloquecer.

De la nada, todo se calma; la mujer en el centro se levanta del suelo, torcida hacia atrás, haciendo un arco con su cuerpo y sosteniéndose del suelo únicamente con la punta de los dedos de los pies. Miraba hacia el techo con la boca abierta, como si le arrancaran la vida de a poco.

Las mujeres se mantuvieron en silencio ese instante, dejándome escuchar como ella exhalaba un suspiro ahogado y dificultoso. Uno de sus brazos que se encontraba extendido junto a su cuerpo, flotando en la nada, se movió lentamente hacia arriba y luego se retorció para apuntar con el dedo hacia mi posición. Pude ver sus dedos sucios, sus uñas rotas y ensangrentadas como si hubiera estado rascando el suelo con ellas.

Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido conforme los segundos pasaban y yo seguía siendo apuntada por ese dedo. Lo veía tan cerca de mí, como si estuviera a punto de tocarme la nariz.




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