Siete Días Para el Juicio Final

Capítulo 1: Punto de Partida

Tres personas corrían despavoridamente entre los árboles de un oscuro, frondoso e intrincado bosque. Uno de ellos era un adolescente de quince años de edad, vestía únicamente una túnica negra, cuya capucha imposibilitaba ver su rostro, ya que estaba cabizbajo; el segundo era un hombre de edad desconocida, vestía una moderna, aunque deteriorada, armadura metálica, mucho más ligera de lo que su aspecto aparentaba; la tercera era una niña de tan solo ocho años de edad, vestida, al igual que el primer joven, con una túnica negra, aunque ella no traía puesta la capucha, lo que dejaba expuesto su joven rostro y su cabello castaño recogido en una trenza, así como las ya secas lágrimas que no hacía mucho habían producido sus fatigados ojos.

            Varios metros detrás de ellos, un intimidante corcel negro, cuyo ojo derecho había padecido un doloroso encuentro con algún objeto cortante, les perseguía sin tregua. Un casi imperceptible hilo de sangre brotaba de su malherido ojo, dejando un rastro tras su paso, y aquello sería el único rastro que la bestia dejaría, pues su trote, aunque raudo y feroz, no producía huellas en el barroso pasto. No tenía jinete alguno, pero estaba decidido a darles caza a sus tres presas con una determinación que rozaba el sadismo.

            La persecución estaba lejos de finalizar. De vez en cuando, producto del cansancio, y quizá de su inocencia, la pequeña pensaba en poner fin al trote e intentar calmar al caballo; pero el pensamiento se desvanecía cuando el equino relinchaba, pues no era un sonido natural: aquello era un ruido profundo, grueso y ensordecedor, para la niña, era un sonido de pura maldad.

            Mientras el tiempo avanzaba, la distancia entre los jóvenes y el corcel se acortaba. Segundo a segundo, metro a metro. Los relinchos de la bestia cada vez eran más cercanos. La, aunque serena, densa espesura del bosque parecía no tener fin; tarde o temprano el caballo los alcanzaría, y no estaban muy seguros de lo que podría pasar.

            El chico de quince años miró hacia atrás; su corazón casi se detiene, pues el corcel por fin los había alcanzado. De un mordisco, agarro la túnica del joven, arrastrándolo con ella, pero el fornido guerrero no pretendía dejarse arrebatar a su protegido; le propinó un fuerte puñetazo en el hocico, provocando la furia de la, ahora adolorida, bestia. El equino abrió el hocico por el inesperado impacto y se encabritó, concediéndoles unos valiosos de ventaja a sus cansadas víctimas. Sin embargo, el guerreo sabía que no podían seguir huyendo para siempre, debía aprovechar su poca energía para acabar con la bestia… o al menos conseguir tiempo extra para que los dos jóvenes escaparan. Aunque su rostro estaba guarecido bajo un resistente casco, sus dos compañeros sabían que su rostro reflejaba, además de pánico y dolor, una profunda determinación.

—Corran.

Fue lo último que ambos escucharon de su guardián, no había tiempo para despedidas o lamentos, nunca miraron atrás, pero los perforantes gritos de agonía de su protector y los ocasionales relinchos de ira del equino les proporcionaban una horrorosa imagen mental del feroz escenario a sus espaldas. Gritos y relinchos se extendieron por el bosque, como un eco, los cuales, junto a sus propios jadeos los acompañaron durante varios minutos, que parecían ser horas. Aunque por dentro sentían ira, miedo y rencor, sus cuerpos estaban demasiado exhaustos para reflejarlo. Eventualmente, aquellos incomodos sonidos se fueron mezclando con otros un poco más agradables, como risas y palabras de afecto; seguramente estaban alucinando, pero poco les importó, pues antes de darse cuenta se habían desplomado al suelo.

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—Oh, veo que has despertado, chico... ¿te sientes bien? —preguntó una mujer adulta.

            El joven chico se despertó lentamente, como un niño que no quiere ir a la escuela. Se frotó los ojos antes de abrirlos; al hacerlo, se dio cuenta de que había dormido sobre un colchón algo sucio, encima de una cama de madera que empezaba a podrirse. Como estaba un poco aturdido, se tomó algo de tiempo para inspeccionar su alrededor. Estaba en una habitación pequeña, bastante deteriorada y algo sucia, pero al mismo tiempo inusualmente acogedora, o así lo sentía él. Era un cuarto de paredes de ladrillos rojos, unidos con cemento, el techo era de láminas de aluminio y la única fuente de iluminación del lugar era la leve y tenue luz de la luna que se colaba entre un cristal roto que servía como una improvisada ventana, justo a su derecha, junto a la cama.

            —Chico… ¿estás bien? —repitió la mujer.

            —S–sí —fueron las primeras palabras del chico desde que recobró la consciencia, aunque realmente no lo estaba, y la mujer lo sabía.

            —Mírame a los ojos, chico.

            El joven obedeció, buscó a la mujer en la oscuridad de la habitación, no le costó hacerlo, tan solo le bastó con girar el cuello hacia la izquierda. La mujer tenía unos profundos ojos con iris blancos, que contrastaban con su oscura piel. Lucía una fornida figura, remarcada por lo que parecía ser una blusa militar gris, y unos pantalones aparentemente militares también. Tenía el cabello algo corto, rapado del lado derecho, peinado hacia el izquierdo. Era una mujer aterradora, pero, de cierto modo, acogedora.

            —¿Cómo te llamas? —preguntó dulcemente.

            El chico intentó recordarlo, pero no pudo, había olvidado su nombre, y mientras más intentaba recordarlo más se daba cuenta de que, por desgracia, no recordaba nada.



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En el texto hay: traicion, apocalipsis, dilema

Editado: 12.10.2021

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