Siete Druidas

Capitulo 2: Revelaciones extrañas

Desperté lentamente, con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Mi cuerpo se sentía más liviano, como si el mareo del día anterior hubiera sido solo un mal sueño. Al girar la cabeza, vi a mi madre dormida en el sillón frente a mi cama. Su rostro reflejaba cansancio, pero también ternura. Siempre tan pendiente de mí… Me conmovió verla así, velando mi descanso.

Al notar que me había despertado, se incorporó de inmediato.

—¿Quieres algo, hija? —preguntó con voz suave.

—Tengo hambre… ¿bajamos a desayunar?

Era sábado, por suerte. No había clases, ni laboratorios, ni disecciones. Solo un día libre para respirar. Mientras bajábamos, respondí los mensajes de Jimena y Clarisa. Me habían escrito decenas de veces. Les confirmé que estaba bien y les propuse una tarde de cine en casa a las seis. Ambas respondieron con entusiasmo.

Mi padre había acondicionado el ático como una sala de cine. Teníamos un sistema de sonido Dolby envolvente y una pantalla de 60 pulgadas que ocupaba casi toda la pared. Era nuestro pequeño santuario cinematográfico.

Desayunamos en silencio: huevos revueltos, pan tostado y leche caliente. Nadie preguntó nada. Agradecí ese respeto. Solo mencioné que vendrían las chicas más tarde. Mi hermano, Manuel, se animó a unirse y preguntó si podía invitar a un amigo.

—Está bien —le dije—, pero tú traes las palomitas. Las chicas traerán algo de tomar.

Subí a mi cuarto para darme un baño. Antes, me senté frente a mi escritorio, donde tenía una pequeña maceta con una rosa que había plantado semanas atrás. Aún no florecía. Al tocar la tierra para limpiarla, algo increíble ocurrió: la flor brotó de golpe, roja, vibrante, majestuosa. Me quedé sin aliento. No grité, pero mi mente se llenó de preguntas.

Me acerqué a la ventana, donde un helecho marchito colgaba, olvidado. Lo toqué con cuidado. En segundos, reverdeció, y nuevos tallos emergieron con fuerza. Retrocedí, atónita. Me senté en la cama, temblando. ¿Qué estaba pasando?

Entonces lo vi: en el dorso de mi mano, un resplandor comenzó a brillar. Un símbolo emergió, luminoso, como grabado con fuego líquido. Encendí la computadora y busqué. Lo encontré: “Runa número cuatro: símbolo del cambio, del movimiento de la naturaleza, de la fuerza y la luz.”

Recordé el sueño. Freya… la druida de la naturaleza. ¿Y si era cierto? ¿Y si yo era ella? El símbolo se desvaneció, pero algo en mí había despertado. No podía dejar que esto me paralizara. Tenía que seguir con mi día.

La tarde llegó y con ella, mis amigas. También llegó Manuel, acompañado de su amigo Jorge. Mi corazón dio un vuelco. Las miradas cómplices de Jimena y Clarisa no se hicieron esperar. Sabían perfectamente cuánto me gustaba.

—¿Cómo estás? —me preguntó Jorge, con una sonrisa amable.

—Mejor… solo fue un mareo —respondí, tratando de sonar natural.

—Eso me dijo tu hermano. Me alegra que estés bien. Oye… ¿te gustaría salir algún día?

Lo miré sorprendida, pero feliz.

—Sí… me encantaría.

Justo en ese momento, las chicas regresaron con las palomitas y los refrescos. Nos acomodamos en los sillones: nosotras tres en uno, ellos dos en otro. La película pasó volando. Al terminar, todos se despidieron. Subí a mi cuarto, pero algo me inquietaba. No podía dormir.

Salí al jardín. Nuestra casa estaba en las afueras de la ciudad, colindando con un bosque espeso y antiguo. Una luz brillante entre los árboles llamó mi atención. Sin pensarlo, la seguí.

Caminé entre la maleza hasta llegar a un árbol gigantesco, de más de cuatro metros de diámetro. En su corteza, un relieve en forma de mano parecía esperarme. Coloqué mi mano sobre él.

La visión

Todo se volvió luz. Voces femeninas entonaban una melodía ancestral mientras danzaban a mi alrededor:

“Siete somos las elegidas, siete para salvar al mundo. Siete para vencer a Belsac…”

Una voz profunda emergió del árbol:

—Durante milenios, el mal ha intentado romper el equilibrio. Belsac, el príncipe oscuro, fue encerrado en el Páramo Sin Fin. Pero los Dryades, druidas corrompidos por la ambición, buscan liberarlo. Solo las siete druidas pueden detenerlos. Tú, Freya, eres la unión. Debes reunir a las demás antes de que los sellos se rompan.

La visión se desvaneció. Me alejé del árbol, confundida, temblorosa. ¿Cómo iba a encontrar a las otras? ¿Cómo sabría quiénes eran?

Entonces, un ciervo alado emergió de entre los árboles. Su pelaje brillaba como la luna y sus ojos eran sabios.

—No temas —dijo con voz serena—. Me llamo Artem. Soy un Peritio. Estoy aquí para ayudarte, Freya.

—¿Por qué me llamas así?

—Porque tú eres la reencarnación de la diosa. Cada cierto tiempo, Freya renace en un alma pura para proteger el mundo. Como tú, hay otras seis druidas:

  • Siflida, del aire y la naturaleza

  • Coventina, del agua

  • Tella, de la tierra

  • Vesta, del fuego

  • Hemera, de la luz

  • Selenius, de la luna

Y sus contrapartes oscuras:

  • Erebo, la oscuridad

  • Apofis, el caos

  • Kratis, la guerra

  • Eris, la envidia

  • Ergia, la pereza

  • Levia, la soberbia

  • Tana, la muerte

—Belsac quiere destruir todo lo creado. Las Dryades creen que obtendrán poder, pero solo serán sus peones. Debes encontrar a las otras druidas. Solo juntas podrán detenerlo.

Artem desapareció como un suspiro en el viento. En mi dedo, un anillo con una piedra blanca brillaba intensamente. Una voz susurró en mi oído:

“La piedra te mostrará a tus aliadas. Los colores te guiarán. Búscalas… y cuando las encuentres, llámame. Grita mi nombre… y volveré.”




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