El sábado llegó, trayendo consigo el aire fresco de la primera reunión oficial de los druidas "aparecidos". Nos encontramos en una casa abandonada cerca de mi hogar, un lugar que yo ya usaba como guarida secreta y que, con mis nuevos poderes, había camuflado a la perfección. Con solo pensarlo, un denso follaje creció alrededor de la estructura, ocultándola de miradas indiscretas en el corazón del bosque.
Clarisa fue la primera en llegar, ansiosa por escuchar cada detalle de mi "cita" con Jorge. No tardó mucho en aparecer él, con un ramo de flores que me hizo sentir que me desmayaba de pura emoción. Las tomé con cuidado y las sembré en la entrada de la casa, observando con fascinación cómo crecían al instante, más grandes y con colores más intensos de lo normal. Jorge, no queriendo quedarse atrás, las rodeó con piedras preciosas que había creado con su poder, brillantes y pulidas. Y Clarisa, para no ser menos, roció las flores con unas gotas de agua que hizo brotar de la nada. Los tres reímos, emocionados y asombrados por lo que éramos capaces de hacer, la energía vibrando entre nosotros.
Luisa y Astrid tardaron un poco más en llegar, ya que no conocían el camino. Una vez reunidos, nos presentamos formalmente. Cuando llegó el turno de Luisa, le expliqué lo que sucedía, mientras los demás, con una mezcla de orgullo y asombro, mostraban sus poderes para que ella pudiera ver la verdad. Nos miró con perplejidad, como si creyera que todo era una elaborada broma. "Pregúntame tu poder", le dije, sonriendo. "Puedes viajar o transportarte. Piensa en ir hasta la puerta sin moverte". Ella hizo lo que le indiqué, y en un parpadeo, desapareció de nuestro lado para reaparecer frente a la puerta, un grito ahogado de sorpresa escapando de sus labios. "Tu poder también puede empujar a las personas a través de su sombra", continué. "Ahora, intenta moverme a mí". Observé cómo su mirada se fijaba en mi sombra, y en un instante, sentí un leve empujón, deslizándome unos centímetros. Luisa, llena de una emoción incontenible, exclamó: "¡Déjenme probar otra cosa!". Cerró los ojos, desapareció de nuevo y, en unos minutos, reapareció con una jarra llena de agua y vasos, que había traído de su casa. La incredulidad se había transformado en asombro y alegría.
Ya reunidos, nos sentamos a conversar sobre lo que estábamos viviendo, la magnitud de nuestros poderes y la extraña conexión que nos unía. "Es genial tener estos poderes", les dije, mi voz resonando con seriedad, "pero también conlleva una gran responsabilidad. Quizás tengamos que pelear contra las Dríades, y eso podría ser un riesgo enorme".
Decidimos que era crucial aprender a defendernos. Nos dividimos en parejas y comenzamos a practicar nuestros ataques y defensas mutuas, lanzando ráfagas de agua, creando enredaderas y moviendo rocas, siempre con cuidado de no lastimarnos demasiado. Después de varias horas de práctica intensa, decidimos que era hora de ir a mi casa.
Les presenté a mi familia. Jorge se quedó en la puerta, con esa sonrisa que me derretía. "Me siento afortunado de conocer a una chica tan bonita, valiente, madura y divertida como tú", me dijo, y luego me dio un beso suave antes de irse. Me sentía en un sueño. Al entrar, mi mamá, con una sonrisa cálida, me dijo lo feliz que le hacía verme con amigos y que Jorge le parecía un buen muchacho. Con la cara completamente roja de la vergüenza, subí a mi habitación, el corazón latiéndome a mil por hora.
El lunes llegó y me di cuenta de que no había visto a Jimena en un tiempo. Al principio, no le di importancia, absorta como estaba entre la escuela y los entrenamientos con los chicos. Pero un miércoles, Clarisa me lo hizo notar. "Es verdad", le dije, "antes nos buscaba más, y ahora no la hemos visto". Le comenté que quizás tenía muchas cosas que hacer y no tenía tiempo para nosotras. No le dimos más importancia al asunto.
Le pedí a Clarisa que me acompañara a la estética; Jorge y yo habíamos quedado para cenar y quería verme bonita para él. Al entrar, mi anillo brilló con un fulgor amarillo tan intenso frente a la recepcionista que casi nos dejó bizcas. Ella, una chica evidentemente extrovertida y divertida, lo notó enseguida. "¡Qué bonita piedra!", exclamó. "¿Y por qué brilla?". No pude contenerme. "¡Eres una Dríada!", le solté. Su rostro se contorsionó en una mezcla de asombro e incredulidad. "¿Druida? ¿YOOOOO?", balbuceó. Clarisa, con una sonrisa, le contestó: "Sí, una druida, y tu poder es la luz". La chica nos miró, con cara de no creerlo. "Me temo que se fumaron algo", dijo, con una risa sarcástica, "y me están viendo la cara de estúpida". Nosotras reímos ante su comentario y le aseguramos a coro: "¡Te decimos la verdad! De hecho, nosotras también somos Druidas".
"Mira", le dije, "no queremos incomodarte. Si te parece bien, déjame que me atiendan, y cuando salgas, te contamos todo. ¿Te parece? Solo danos una oportunidad de demostrártelo y verás que no te mentimos".
Ella accedió. "Me parece bien, salgo a las seis", dijo. Pasamos al interior del salón, un estudio muy bonito. Pedí que me arreglaran las uñas y que me cortaran las puntas de mi cabello negro, lacio y largo, que me llegaba a los hombros. Clarisa, por su parte, pidió una manicura. Al terminar, pagamos y le pregunté a la recepcionista su nombre. "Valeria", respondió. Nos presentamos formalmente y le recordamos nuestra conversación pendiente al salir del local. Yo estaba exultante de haber descubierto a la sexta integrante del equipo; solo faltaba una.
A la hora señalada, nos reunimos con Valeria en un lugar solitario. Para demostrarle, tomé su muñeca y, con mi poder, formé una pulsera tejida con plantas, de la que al final brotaron unas pequeñas flores. Ella miró maravillada lo que había hecho. Clarisa, por su parte, hizo aparecer una mini nube en forma de casco sobre su cabeza, lo que hizo que las tres rieramos por nuestras "locuras".
"Tu poder es la luz", le dije. "Estás de broma, ¿verdad?", replicó ella, con una expresión de incredulidad. Le aseguré que no y la animé a intentar iluminar el lugar donde estábamos. Lo intentó, pero nada. Le sugerí algo más sencillo: formar un pequeño rayo. Cuando lo pensó, un pequeño rayito de luz salió de su dedo y cayó al suelo. Lo intentó de nuevo, esta vez con más fuerza, y el lugar se iluminó como si fuera de día. Urania sonrió, radiante. "¿Somos solo nosotras tres?", preguntó. "No", le respondí, "somos siete". Y volví a contarle la historia del ciervo, la misma profecía que había compartido con Clarisa y Valeria. Le expliqué que estábamos practicando en una casa cerca de donde vivía y que la esperábamos mañana. Ella aceptó, y nos despedimos.
#1383 en Fantasía
#821 en Personajes sobrenaturales
magia, misterio romance secretos intriga, poderes sobrenaturales.
Editado: 13.06.2025